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No todo es «glamour» en los Óscar

Mucha gente en Los Ángeles tiene que ver estos días con los Óscar y la mayoría son rostros anónimos.


En los Óscar no todo es «glamour». Hay mucha «gente corriente» que trabaja, otros que están dispuestos a trapichear para ver de cerca a sus ídolos y muchos que tienen que alquilar su esmoquin para estar a la altura de las circunstancias.

Mucha gente en Los Ángeles tiene que ver estos días con los Óscar y la mayoría son rostros anónimos.

Desde los cocineros encargados del menú que degustarán los invitados, pasando por los hoteleros que suben sus tarifas en más de un 50 por ciento, hasta quienes echan horas extras y trabajan contrarreloj para preparar el teatro Kodak.

Peluqueros, conductores de limusinas -se reservan flotas completas para estos galardones-, sastres, diseñadores, floristas y demás comerciantes hacen su particular agosto en estas fechas, especialmente en las 48 horas previas a la gala.

«Son dos días frenéticos, la gente espera hasta el final», dijo Mike Topalian, que viste para la ocasión a decenas de invitados.

El domingo decenas de millones de espectadores seguirán la 82 edición de los Óscar, incluida su popular alfombra roja, un evento por el que algunos forofos están dispuestos a pagar hasta 20.000 dólares por verlo de cerca.

Esa pasarela reunirá a numerosas celebridades en apenas unos metros cuadrados luciendo sus mejores galas, algo demasiado tentador para los que anhelan ver de cerca a sus ídolos y buscan cualquier manera de lograrlo. Pero el acceso peatonal a la zona esta cerrado.

Simri Soto, un joven mexicano, trabaja como portero justo en el edificio frente al teatro Kodak y desde donde hay un buen acceso visual a la alfombra roja, tiene cosas que contar.

«La gente siempre ofrece dinero porque quiere la mejor vista o el asiento más cercano para ver y grabar todo. Pero no lo aceptamos, por mucho que nos lo rueguen», dijo un orgulloso Soto a Efe. «No dejamos pasar ni a la policía con sus rifles» añadió.

Soto explicó que su jefe ha recibido ofertas de hasta 20.000 dólares por permitir la entrada a la terraza del edificio. «Mi jefe ha tenido la posibilidad de aceptarlo por debajo de la mesa, pero no lo ha hecho», declaró.

Entre los que ultiman estos detalles está el mexicano David Torres, que lleva 20 años ayudando a montar el escenario.

«Para mí es trabajo, no tiene ninguna emoción. Cuando termine todo esto seguiré ayudando a organizar otros festejos, sin más», apuntó.

Los Óscar, sin embargo, atraerán la atención de todo el mundo. Hay más de 250 medios acreditados para el evento y la organización ha repartido cerca de 2.000 pases para los periodistas.

Todos ellos, al menos los hombres, tendrán algo en común: el esmoquin, prenda ineludible para asistir a la ceremonia. Aunque los hay de todos los precios y colores.

Los más afortunados, como los propios actores y determinados presentadores de televisión, lucen trajes prestados por las grandes marcas. Es el caso de Edgardo Gazcón, de Telemundo, que portará un Valentino cuyo precio en el mercado es de unos 4.000 dólares.

«Pero me voy a comprar una pajarita de diez dólares», dijo a Efe Gazcón.

Otros, en cambio, deben contentarse con alquilarlo de la forma más barata posible. Son entre 60 y 75 dólares por traje.

El armenio Topalian, que tiene 67 años, regenta una tienda para la compra y alquiler de este tipo de prendas desde 1992 a escasos metros del teatro Kodak, y asegura que éste es «el mejor momento del año» para su negocio.

«Es temporada de premios y nos va bien, pero los Óscar disparan el trabajo. Aún así, la crisis se sigue notando e incluso la gente de los estudios de Hollywood, que jamás se preocupaba por el presupuesto, se asegura de que obtiene los mejores precios posibles», comentó a Efe.

De todas formas, los ingresos de su negocio, en el que cuenta con prendas de Calvin Klein, Ralph Lauren o Chaps, aumentan hasta un 50 por ciento gracias a esta ceremonia.

Topalian, que viste anualmente a caras conocidas de la televisión estadounidense, generalmente trabaja con presupuestos pequeños o medios y se sorprende de quienes le piden cosas «caras».

«Un cliente japonés me dijo que tenía como límite 1.000 dólares para comprar un esmoquin. Le di el mejor que tenía y aún así quedaba por debajo de esa cifra. Lo curioso es que, después, incluso me pidió que le hiciera descuento», finalizó entre risas.

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