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Ritmo, arte y ecología, Lollapalooza regala su estilo de vida a los chilenos

Éste trinomio es el que cautivó a las 50.000 personas reunidas en el Parque O’Higgins de Santiago, un espacio urbano ideal, en opinión del propio Farrel, para el evento, por su carácter urbano y su entorno, rodeado de árboles, vistas a la cordillera de los Andes y un parque de atracciones aledaño.


El festival de música alternativo Lollapalooza celebró el sábado su primer aterrizaje internacional con una fiesta que tiñó Santiago no sólo con el ritmo de bandas como Cypress Hill, James o The Killers, sino también con decenas de actividades y un atento cuidado al medioambiente.

Música, arte y ecología, los tres pilares sobre los que se asienta la subcultura del Lollapalooza, fueron los protagonistas de un festival que nació hace veinte años de la mano del cantante de Jane’s Addiction, Perry Farrell, como una plataforma para la música de vanguardia, el arte y las causas ambientales urbanas.

Y ese trinomio es el que cautivó a las 50.000 personas reunidas en el Parque O’Higgins de Santiago, un espacio urbano ideal, en opinión del propio Farrel, para el evento, por su carácter urbano y su entorno, rodeado de árboles, vistas a la cordillera de los Andes y un parque de atracciones aledaño.

Bajo un sol de justicia y a las doce del medio día en punto, la cantante chilena Francisca Valenzuela fue la encargada de dar inicio a la primera jornada del festival, frente a un público todavía escaso y repartido entre las tiendas de mercadotecnia y el «TechSquare», una carpa con videojuegos, ordenadores y pantallas de plasma.

Con gafas oscuras y un vestido corto que cambiaba de tonalidad con la luz, Valenzuela, una de las artistas jóvenes más exitosas del pop-rock chileno, saltó al escenario para interpretar temas como «Quiero verte más», «Mujer modelo» o «Esta soy yo», canciones de su último disco, recién estrenado, «Buen soldado».

«Gracias por venir a las doce y con el bloqueador solar para abrir el Festival», dijo la cantante, antes de atreverse con una versión de «Folsom Prison Blues», de Johnny Cash. «Muérdete la lengua», cerró su paso por el festival y dejó satisfecho a un público mayoritariamente juvenil.

Otro grupo chileno, Los Búnkers, fueron los encargados de continuar la fiesta del Lollapalooza, ya con un aforo mayor, aunque repartido aún entre la zona de comida y las de juego, destacando de esta última la tirolina, la zona de «street dancing» y el parque con rampas para monopatines y bicicletas.

Los Búnkers, Álvaro López (voz y guitarra), Gonzalo López (bajo), Mauricio Durán (guitarra), Francisco Durán (teclados) y Mauricio Basualto (batería), continuaron dándole un color local al evento, con un repaso de sus éxitos y de los temas de su último disco, «Música libre».

«Las cosas que cambié y dejé por ti», «La era está pariendo un corazón» y la popular «Quién fuera», estas dos últimas de su más reciente disco, un homenaje al cantautor cubano Silvio Rodríguez, animaron al respetable. Al grito de: «¡Viva Chile mierda, somos los Búnkers, sigan disfrutando!», despidieron su paso por el festival.

Con extrema puntualidad se fueron sucediendo los espectáculos en los cinco escenarios que componen el Lollapalooza Chile. La coincidencia en el tiempo de muchos conciertos provocó una constante peregrinación del público.

La banda de rap alternativo Cypress Hill logró congregar a gran parte de los asistentes al Parque O’Higgins, entusiasmados por escuchar las letras cargadas de crítica e intensidad del cuarteto conformado por DJ Mugss, B-Real, Sen Dog y Eric Bobo.

«Gracias por el amor a este grupo. Hacía muchos años que no estábamos por aquí, pero vamos a regresar», dijo Sen Dog en español -es de origen cubano-, antes de lanzarse sobre los ritmos tropicales de «Latinlingo» y «Tequila Sunrise».

Con la energía de «Inside in the brain» y la intensa «Rock Superstar», que hicieron saltar a los congregados, se despidieron, tras casi una hora de intenso hip hop.

El rock alternativo de los ingleses James, la combinación de ritmos del inclasificable Ben Harper y el post-funk inconfundible de The National, acabaron por electrizar a un público que todavía esperaba los dos platos fuertes que cerraban la jornada: la descargas metaleras de Deftones y la elegancia de The Killers.

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