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LOS JAIVAS Y LA CULTURA DE LA BASURA

LOS JAIVAS Y LA CULTURA DE LA BASURA

Mauricio Rojas Alcayaga
Por : Mauricio Rojas Alcayaga Antropólogo Universidad Alberto Hurtado
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Agencia Uno

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Cuando me enteré que en el Museo de Bellas Artes se montaría una exposición sobre  la trayectoria del grupo nacional Los Jaivas, me pareció una excelente idea, cercana a los postulados posmodernos de desacralizar los espacios dedicados al arte, y romper la artificial barrera de lo culto y popular. Recuerdo la visité un día domingo – aprovechando además la excelente muestra del afamado fotógrafo Joel-Peter Witkin  – y me sorprendió la cantidad de gente que visitaba el museo, concluyendo es una estrategia muy acertada si de crear públicos para el arte se trata.

Cuando la mayoría de los santiaguinos preparábamos el éxodo ya habitual en nuestros días sándwich (que anglicismo tan representativo), en el frontis del Bellas Artes se preparaba el broche de oro de la exitosa exposición con un concierto gratuito del mismísimo grupo Los Jaivas conmemorando sus cincuenta años de vida, para quienes quisieran disfrutar de su música, lo que me pareció otra gran idea escasamente aplicada en nuestro país tan privatizado, ocupar los espacios públicos con cultura para todos, una manera de contrarrestar la cultura de la basura que circula con tanta desfachatez en la mayoría de nuestros medios radiales y televisivos.

Alejado del mundanal ruido, pero conectado al ansia informativa me enteraba en los noticiarios centrales del éxito y masividad de la iniciativa con contactos en vivo que mostraban a familias completas disfrutando del espectáculo al ritmo de música nacional, en español  y con contenido, algo curiosamente tan exótico en los gustos musicales de los chilenos, o mejor dicho de nuestros  programadores radiales. Sin embargo, al amanecer todo había cambiado los medios de prensa conservadores (es decir casi todos) exhibían imágenes “dantescas” de la cantidad de basura que se esparcía producto de los bárbaros que habían invadido el pulcro Parque Forestal arruinando la vista de los vecinos propietarios, únicos depositarios  legítimos del “habitus” cultural del parque.

La noticia del maravilloso espectáculo musical y social era totalmente eclipsada por el asombro de los editores mediáticos ante la falta de “cultura” de la gente que había pasado por este paisaje urbano tan característico de la capital, y ya exigía devorar a algún culpable de tan lamentable espectáculo visual, ¿quién había permitido la irrupción de tamaña barbarie? Era la oportunidad de golpear a una municipalidad de la Nueva Mayoría, pero sus autoridades con mucha sagacidad se alinearon con la crítica, anunciando con gran énfasis que se congelaban las autorizaciones para dichos eventos en el Parque Forestal ante las evidentes dañinas consecuencias.

Así, una vez más, el código cultural oficial se reproducía. No importa el beneficio social de disfrutar arte de calidad en forma gratuita, sino la insolencia de poner en duda el orden urbano que el modelo consagra. Nada puede interferir en el esquema establecido, que propende a la circulación para el flujo productivo y de consumo, ya sea personal o vehicular, quien quiera entorpecer ese sentido sagrado se convierte en un “encapuchado” un malhechor a priori, por eso quien promueva un paro, una marcha o simplemente un evento cultural lleno de basura es más peligroso que alguien se haya coludido por precios de fármacos o suba unilateralmente las comisiones de nuestras tarjetas o seguros.

Con esto de ninguna manera pretendo defender la escasa cultura cívica de muchos de los asistentes al concierto de Los Jaivas, que en cierta medida opacan el digno y necesario gesto de los organizadores y la municipalidad por recuperar el derecho a la recreación y cultura en nuestros espacios públicos. Lo que sí sorprende que sea escándalo mediático cuando la basura parece ante sus ojos, o más precisamente, en sus lugares de circulación. Porque de seguro si recorremos Santiago muchas comunas populares deben tener muchos espacios convertidos en basurales sin la menor atención de los medios, para muchos convivir con microbasurales es un acto cotidiano, por eso antes de pedir un cambio cultural de los ciudadanos ante los espacios públicos consagrados por las élites, parece de un mínimo rigor conceptual y ético hacer un ejercicio moral y preguntarnos cuánto nos preocupamos para que todos los chilenos vivan en hábitats libre de basura, y en consecuencia ¿cómo pedir cultura de espacio público cuando la mayoría de las comunas de la región metropolitana carece de parques recreativos y de áreas verdes significativas en su diario vivir? No será primero que las autoridades empresariales y políticas deben hacer un ejercicio reflexivo y preguntarse ¿hasta cuándo viviremos en una ciudad tan segregada y desigual?

La barbarie que tanto les preocupa a los editores de medios de prensa sólo es posible en sociedades en donde la civilización no es compartida por todos sus ciudadanos, sino que se privatiza para unos pocos que puedan hacer uso y goce de la cultura oficialmente consagrada. Entonces se institucionaliza como verdad que los espectáculos artísticos sólo funcionan en manos privadas que son eficientes en su organización y en su capacidad de exclusión, ya que cobrando $50.000 como promedio se aseguran que los bárbaros y la basura queden fuera.

Pero justamente allí reside el problema, dejamos a la mayoría de los ciudadanos (no consumidores) fuera de la posibilidad de hacerse en la cultura de la única manera que la antropología conoce: viviéndola. Y por el contrario estimulamos que la mayoría de los capitalinos viva una cultura de la basura, y no por los desechos que se acumulan alrededor de ellos, sino en el sentido que declamaba otro gran conjunto nacional, dejamos que la gente se acostumbre a que la cultura alienante y sin sentido predomine sin contrapeso en la televisión abierta y en las emisoras radiales. Por eso, volviendo a la monótona vida diaria de la capital pienso cómo puedo hacer llegar mi preocupación a la Alcaldesa de Santiago, para que no ceda ante la presión mediática y no castigue a los ciudadanos que no pueden pagar Lollapalooza, de poder disfrutar buena música, y que por el contrario demuestre que con buena organización, anticipación y colaboración ciudadana podemos dejar que la gente por algunas horas deje de vivir en la “cultura de la basura” aquella realmente peligrosa, la   que evita pensar y reflexionar con espíritu crítico tan conveniente a los sostenedores del modelo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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