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La cultura y los 40 años Opinión

La cultura y los 40 años

Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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Patricio Olavarría. Periodista y docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano


Mural panoramico

No es casual que la “conmemoración de los 40 años” tenga el enorme éxito de convocatoria que hemos visto a través de programas especiales, entrevistas, y confrontaciones inéditas entre víctimas y victimarios. Como tampoco es un azar que la agenda noticiosa se cope de actividades relacionadas a una fecha que no cabe duda, marca una ruptura en todos nosotros los chilenos. Es probable que nuestra memoria histórica tenga la necesidad de sacar a flote lo que ha estado debajo del iceberg durante estas cuatro décadas. Remover los escombros y hacer como los ancianos que pueden muchas veces tener lucidez sobre algún lejano acontecimiento. Prefiero inclinarme más por esa idea que aventurarme a dar crédito a los expertos en marketing comunicacional que bien saben en donde deben poner las fichas, y apuestan al rating en un mes memorioso como diría Borges.

“Las dictaduras buscan cambiar las psiquis de una nación” afirmó Elisabeth Roudinesco, la experta en Lacan que dio una charla en un aula repleta de gente expectante la semana pasada en la Cátedra de la Memoria que organizó la UDP con el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos a propósito de los 40 años. El anhelo del “hombre nuevo” por un lado, y la pretensión odiosa de la “raza superior” por otra. En Chile tuvimos un régimen que trabajó incesantemente en la idea de refundar la nación. No olvidemos el acto realizado en el cerro Chacarillas en 1977 en donde se enclava la idea de un nuevo orden. Fue una noche de invierno en que cientos de jóvenes acólitos del régimen militar levantaban antorchas al más puro estilo de las juventudes hitlerianas y hacían todo tipo de alabanzas y promesas por un Chile nuevo, y purificado con agua de manantiales supuestamente vírgenes.

Sin embargo, la muerte y la represión que fueron los ejes del régimen castrense para expurgar lo que denominó el “germen marxista”, obviamente tuvo una incidencia directa en el mundo de la cultura y las artes. El silencio que también fue interpretado como “apagón cultural” comenzó el mismo día del Golpe militar y una de sus primeras y emblemáticas víctimas es Víctor Jara, quien como muchos otros artistas fue cobardemente torturado, y luego ejecutado sin compasión. La lista es larga y perfectamente podríamos hacer un memorial sólo cultural de las víctimas. Al autor del “Derecho de vivir en paz” lo siguieron cientos de artistas y creadores que pagaron con muerte, cárcel, tortura o exilio sus ideas. Se me viene a la cabeza el maestro y fundador de las orquestas juveniles Jorge Peña Hen, un joven poeta Aristóteles España, y también Jorge Müller y su pareja Carmen Bueno que desaparecen después de estrenar “A la sombra del sol” de Silvio Caiozzi y Pablo Perelman.

Cortar la palabra y dejar sin voz a quienes se expresaban a través del arte y el pensamiento fue una tarea sucia y cobarde, que tuvo la complicidad y la mansedumbre de muchos dirigentes políticos que hoy piden perdón sólo a Dios, o claman por la unidad del Chile de hoy y del futuro. Retórica que suena lejana con el paso del tiempo “Un poco de aire movido por los labios… para ocultar quizá lo único verdadero” como bien dice Jorge Teillier en “El Árbol de la Memoria”.

Si la tarea de la dictadura fue borrar todo vestigio de la Unidad Popular, podríamos afirmar que fracasó en su intento y que la democracia ha triunfado a lo largo de estos últimos años desde la transición en adelante. Kafka decía que ser optimista no es un atributo de la inteligencia y a la luz del mundo que nos rodea, creo humildemente que tenía razón. Pero hay espacios que se han recuperado y mal que mal, hay una nueva generación de ciudadanos que si bien son herederos del régimen militar, y sufren las consecuencias, al menos reclaman enérgicamente sus derechos como los estudiantes u otras organizaciones de indignados que saben que poner la otra mejilla no es un buen negocio en este país.

El mundo del arte y de la cultura acusó el golpe y se instaló una cultura oficial amante de chabacanería y del mal gusto, pero que además exaltó símbolos patrios como la bandera, a la que por obligación se le rendía homenaje todos los días lunes. Se declaró al copihue como flor nacional, y la cueca patronal se convirtió en el baile preferido de Pinochet. Se pretendió eliminar la palabra “obrero” del léxico, y se censuró a Mafalda de la televisión por “tendenciosa y destructiva”. El edificio Gabriela Mistral construido por el gobierno de Salvador Allende que hoy conocemos como el GAM pasó por decreto a ser la sede de la Junta Militar con el nombre de Centro de Convenciones Diego Portales. La casa de Pablo Neruda fue saqueada, los estudios de Chile Films arrasados, y se allanó Editorial Quimantú en donde la ignorancia y la prepotencia realizan uno de los actos vandálicos más repudiables y vergonzosos como la quema pública de libros.

Son cientos los acontecimientos que hacen que la oscuridad del régimen sea un castigo para el mundo del arte y la cultura. Es una noche fría y larga que parece no terminar cuando comienzan a emerger algunas voces que salen del letargo. A mediados de los años setenta, los actores de la escena cultural empiezan tímida, pero valientemente a agruparse con el anhelo de recuperar su temple y su voz. Surgen acciones de arte callejero, las agrupaciones universitarias comienzan a preparan los primeros festivales de teatro y encuentros literarios. Aparecen las peñas solidarias, las autoediciones; las arpilleras de la zona oriente grafican el dolor y la impotencia al amparo de la Vicaría de la Solidaridad. Nace el sello Alerce, y los fotógrafos fundan la Asociación de Fotógrafos Independientes AFI, relato que conocemos a través de ese estupendo documental llamado la “La ciudad de los fotógrafos”.

En los ochenta. la prensa independiente dará a luz revistas como el APSI, y La Bicicleta, que marcan una época y un punto de encuentro de la disidencia cultural al régimen.  Juan Radrigán pone en escena “Hechos consumados”, y se inaugura en el barrio Bellavista el Café del Cerro, lugar obligado de reunión política y espacio de creación. La resistencia se organiza con más fuerza y se consolida afuera y adentro del país. Enrique Lihn es detenido en el Paseo Ahumada, y emergen  Los Pinochet Boys en las cercanías del Campus Oriente de la Católica, los Fiscales Ad-Hok en las calles de Santiago Centro, el Garaje de Matucana, y Los Prisioneros en la comuna de San Miguel. Ya a fines de la década han regresado del exilio Illapu e Inti Illimani, y se estrena “La Negra Ester” del Gran Circo Teatro, que dirige un artista único como Andrés Pérez. Es difícil recordar todo y de seguro injustamente omito en mi relato algunos hechos que merecen estar en nuestra memoria.

Siempre hemos creído que el mundo de la cultura y las artes nunca está cómodo frente al sistema. Por lo menos hizo resistencia al régimen y alzó la voz con decisión y arrojo, lo que ya sabemos tuvo un costo alto para todos nosotros. Sin embargo, vivimos tiempos en los que si hay algo que se puede leer como un mal síntoma es el silencio de los creadores y de muchos intelectuales, lo que no me imagino es un sinónimo de bienestar y conformidad.  A 40 años del golpe, me hago la pregunta, ¿en qué está el mundo de la creación hoy y a qué se resiste? No se trata de volver a la vieja y decimonónica discusión del arte como herramienta política, o del “arte por el arte”. Tampoco vamos a ser ingenuos para creer que la cuestión está solucionada por el mercado, o la administración del Estado, que si bien ha dado pasos necesarios en esta materia, muchas veces no es más que un placebo burocrático y aburrido.

Ojalá nunca volvamos a tener una dictadura para que los artistas saquen la voz, y no olvidemos en estos “40 años” que la cultura y el arte son parte de nuestra memoria, son ese baúl de madera que estaba en la casa de nuestros abuelos en donde podíamos encontrar viejos objetos y cachivaches polvorientos que parecen inservibles, pero que tienen sentido y valor, y que debemos tomar y seleccionar con cuidado para que recuperen su sentido y su trayectoria en el tiempo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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