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“Lo peor del Golpe fue destruir los sueños de los trabajadores” Peter Winn, historiador estadounidense, autor del libro “Tejedores de la revolución”

“Lo peor del Golpe fue destruir los sueños de los trabajadores”

En 1972 investigó la gestión obrera de la textilera Yarur como ejemplo clave de la vía chilena al socialismo, una experiencia que terminó con el golpe que impuso un modelo económico contrario a los trabajadores que la Cocertación perpetuó.


"El Llamado"

Llegó a Chile de casualidad, en 1972, y se quedó ocho meses para investigar la gestión obrera de la fábrica textil Yarur, uno de los símbolos de la Unidad Popular. Volvió en julio de 1973, fue testigo del sangriento golpe militar, y de la restitución de la empresa de sus dueños. Desde entonces ha vuelto regularmente desde fines de los 80 para ser testigo de cómo a partir del mismo Golpe el neoliberalismo destrozó los sueños de los trabajadores, incluso recuperada la democracia, con la complicidad de la Concertación.

Peter Winn es un historiador estadounidense que plasmó su experiencia en el libro “Tejedores de la revolución” (Lom, 2004), para cuya edición chilena debieron pasar casi veinte años (la edición en inglés es de 1986). En su calidad de director de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tufts (Boston), vino invitado a participar al seminario “A 40 años del golpe de Estado en Chile. Usos y abusos en la Historia”, realizado en el GAM entre el 2 y 4 de septiembre.  También entonces tuvo la oportunidad de reencontrarse con uno de los trabajadores que conoció cuarenta años antes durante la histórica experiencia de Yarur.

En realidad Winn vino por primera vez a Chile en 1968, como estudiante, pero sólo fueron tres días. Cuatro años después se instalaría por nueve meses a vivir en la Plaza Bulnes. “Todo fue una casualidad. Yo iba rumbo a Montevideo por otro libro. En un avión entre Lima y Santiago estaba sentado junto a un norteamericano, líder de un grupo que estaba haciendo un ‘tour político’” por el Chile de la UP.

Aquellos compatriotas no hablaban castellano, y como Winn sí sabía, lo invitaron a participar el día siguiente a la visita a la fábrica Yarur, tomada por sus trabajadores tras la elección del socialista Salvador Allende. Winn aceptó y así fue como llegaron hasta la empresa, situada cerca del Club Hípico donde hoy funciona Chilevisión.

“Fue extraordinario. Entré en otro mundo, donde los trabajadores sentían que estaban en control de sus vidas y sus sueños”, recuerda Winn. Algunos de los obreros más antiguos habían sido inquilinos en el campo y por ese entonces manejaban la fábrica. Yarur era una síntesis perfecta de la Revolución Industrial y “algo que ellos llamaban socialismo, con todos los cambios de mentalidad y conciencia que ustedes pueden imaginar”.

Winn se propuso entonces contar aquella historia, ya que todo el mundo hablaba con los dirigentes de la revolución chilena, pero nadie lo hacía con sus protagonistas, los trabajadores. “Yo pensé: necesitamos una historia desde abajo”.

El estallido de la guerrilla tupamara en esos meses en Uruguay canceló su viaje a ese país y decidió instalarse en Chile.

La fábrica

Antes de la estatización, Yarur había sido un ejemplo de la tensión por el timing entre el movimiento obrero, que quería tomarse la empresa, y el gobierno de la UP, que quería un proceso más paulatino, una tensión entre “arriba” y “abajo” que nunca pudo ser resuelta “y fue fundamental para lo que pasó al final”. (Una de las ironías de la historia es que uno de los principales aliados de los trabajadores en la UP era el entonces subsecretario de Economía, Oscar Guillermo Garretón, que en los 90 se recicló como empresario).

En aquella época la fábrica textil más importante del país tenía cuatro mil trabajadores, con un 90% de hombres. El espectro político iba desde la derecha hasta el MIR, aunque el mayor peso estaba en la alianza socialista-comunista.

En 1972 había mucho optimismo en la fábrica y los trabajadores confiaban en que su modelo, tras la estatización de la fábrica un año antes, iba a funcionar, ya que la producción y la productividad eran un éxito y también su cogestión.

Winn se fue a fines de ese año, pero volvió en julio de 1973, “justo después del tancazo”. Para entonces la situación había cambiado “totalmente”. “La situación era más tensa, conflictiva, polarizada. Había menos política, más sectarismo”, aunque esto no afectó la producción. Un ejemplo fue lo ocurrido en la directiva sindical de cinco miembros -dos socialistas, dos comunistas y un DC-, en la que este último fue obligado a renunciar.

El mismo día del Golpe, Winn salió muy temprano al Registro Civil del centro para obtener sus documentos. No tuvo éxito. Aquella mañana estuvo en la Plaza de la Constitución –estaba acreditado como periodista extranjero- y vio el bombardeo del Palacio de La Moneda desde su departamento en el piso en las Torres de San Borja.

Peter WinnFoto: Javier Liaño

Peter Winn
Foto: Javier Liaño

Consecuencias

“Fue triste, muy triste”, dice, recordando el bombardeo. Winn rememora las palabras de una trabajadora de Yarur que por el Golpe no sólo perdió su trabajo y su esposo, y que menciona en su libro. “Lo peor de todo es que ellos han matado mi sueño… era un sueño tan hermoso”, le dijo Berta Castillo en enero de 1974.

Porque Winn se quedó en el país y quiso saber qué ocurría con Yarur bajo el nuevo gobierno que había garantizado respetar las conquistas de los trabajadores. Lo cierto es que el día del Golpe no hubo resistencia obrera en Yarur –porque no había armas- y luego los militares ocuparon la empresa. Hubo despidos (al menos 200), se liquidó el sindicato y desde una oficina el capitán Luis Zanelli se dedicó a interrogar uno por uno a los empleados para denunciar a sus pares. Muchos fueron detenidos, torturados y enviados a campos de concentración.

Aún así, los obreros mantuvieron alta la producción, con el objetivo de convencer a los militares de que su modelo –“producir para Chile”- funcionaba. Fue en vano. En enero de 1974, la fábrica fue devuelta a los Yarur. El sueño de la gestión obrera terminó. Irónicamente, la apertura comercial de Pinochet también liquidaría a Yarur.

La salida del propio Winn, en 1974, fue dura. Denunciado anónimamente, los militares lo detuvieron e interrogaron en el regimiento Tacna, el mismo desde donde desaparecieron los líderes de la resistencia en La Moneda. Sin pruebas en su contra, para los militares era sospechoso que Winn se dedicara a hablar con los obreros. “No queremos que nadie hable con nuestros trabajadores”, le dijo el oficial que lo interrogó. “Lo que Chile necesita en esta hora difícil, doctor Winn, es orden, tranquilidad, disciplina y trabajo. Por esta razón, el gobierno ha decidido que es mejor para usted que se vaya del país dentro de las próximas 24 horas a más tardar”. Y agregó: “Venga en diez años más para ver lo que hemos hecho”.

 Concertación

Pasaron catorce años. Winn volvió como observador internacional para el plebiscito de 1988. Allí retomó el contacto con algunos trabajadores, que ahora laboraban en Machasa, una textilera que surgió tras la fusión de varias firmas del rubro. Fruto de aquel trabajo –que abarca tanto las viejas como las nuevas industrias- fue la obra “Victims of the Chilean Miracle: Workers and Neoliberalism in the Pinochet Era, 1973–2002” (2004), del cual fue coautor y  editor, y que aún no ha sido publicado en español.

“El argumento del libro es que los trabajadores han pagado el costo del milagro económico chileno, en términos de sus organizaciones, de desigualdad, de condiciones de trabajo, que son más y más exigentes, y también con la pérdida de sus sueños”, afirma hoy.

“Chile sigue teniendo fuertes problemas de desigualdad y las ganancias se han concentrado arriba. Por eso se habla de una desconexión entre la macroeconomía, donde es todo positivo, y la microeconomía, que para la gente es otra cosa. Hay una amargura en la sociedad chilena que se nota. La gente no es tan feliz”, a pesar de la caída de la pobreza.

¿Cómo evalúa Winn la relación entre la Concertación y los trabajadores? “Fueron sacrificados. Fue algo pensado. Los trabajadores militantes de la Concertación esperaban cambios tras la victoria, pero fue todo al revés. Los partidos usaron sus mecanismos de disciplinamiento de sus militantes para que los dirigentes sindicales pararan las demandas para no poner en peligro la transición. Ése fue el argumento. Después además hubo una desmovilización muy consciente”.

Eso explica lo que le respondió un dirigente socialista a Winn en 1997, a quien consultó por el abandono de las bases.  Le dijo que si movilizaban a la gente, iba a haber demandas, y que como habían sido elegidos con sus votos, se iban a ver obligados a cumplirlas. “Pero ahí podemos caer en el populismo y poner en peligro el modelo económico”, le dijo el socialista.

Por último, a Winn le llama la atención el rescate del movimiento estudiantil de la UP, aunque con una mirada crítica, “un modelo positivo en el sentido de dar protagonismo al pueblo y a los movimientos sociales”. “Además reciben de Allende la importancia de construir un camino para el siglo XXI basado en la cultura, la historia y la particularidad chilena”.

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