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Rupturismo y renovación creativa marcan la gran noche musical de VANG! El segundo Festival de Vanguardia congregó a Fulano y Arrigo Barnabé y su banda, dos bandas pilares del jazz-rock fusión y la música experimental latinoamericana

Rupturismo y renovación creativa marcan la gran noche musical de VANG!

Fulano abrió la jornada con composiciones cercanas al jazz, aunque con guiños a otros géneros que escapan a una categoría fácilmente definida y etiquetable. Luego fue el turno de Arrigo Barnabé y su banda, interprentando “Clara Crocodilo”, referente musical de la vanguardia brasileña que marcó la generación de músicos postdictadura y cultor de la llamada estética del choque.


FulanoFoto: Javier Liaño

Fulano
Foto: Javier Liaño

Calidad musical fue lo que se desplegó en la noche del sábado 19 de octubre en el Teatro Municipal de San Joaquín, en la gran noche musical de VANG!, Segundo Festival de Vanguardia, junto a dos bandas pilares del jazz-rock fusión y la música experimental latinoamericana: Fulano y la presentación instrumental del brasileño Arrigo Barnabé, tocando “Clara Crocodilo”.

El concierto reunió a un público heterogéneo que disfrutó durante cerca de cuatro horas un espectáculo completo: músicas y letras con contenido crítico, sonoridades vanguardistas que atravesaban géneros y estilos, y sorprendían a la audiencia con sugerentes performances, vestuarios y diálogos rupturistas.

 La renovación de Fulano

Fulano abrió la jornada con la energía de su nueva formación: a los ya consagrados compositores Jorge Campos (bajo) y Cristián Crisosto (saxos, flauta), Felipe Muñoz (piano y teclados), Cristobal Shonffeldt (batería) y el retornado Rafael Chaparro (saxos), se une la voz de Francisca (Paquita) Rivera y la musicalidad de Cristóbal Dahm en saxos barítono, tenor y clarinete.

La banda nacional de música fusión, formada en 1984 y cuyo sello es el profundo contenido satírico de sus temas, hizo un recuento de algunos canciones clásicas de sus inicios: “El calcetín perseguido”, “1989”,  “Maquinarias”, “Fulano” y “Suite Recoleta” de su primer disco Fulano (1987), con composiciones cercanas al jazz, aunque con guiños a otros géneros que escapan a una categoría fácilmente definida y etiquetable. Le siguieron “Sentimental blues” y  “Adolfo, Benito; Augusto, Toribiodel álbum En el Búnker (1989), obra destacable  por su crítica que, en su momento, evidenciaba el rechazo a la dictadura bajo un estilo particular y auténtico, muy distinto a la línea musical naíf del Canto Nuevo o del rock de Los Prisioneros. “Lamentos” del disco El infierno de los payasos (1993) y “Canción formal” de Trabajos inútiles (1997) cerraron la lista de temas de aquel pasado glorioso, para dar la bienvenida a “Conservadores por el cambio”, “La tonada amarga” y “Fábula y fantasía”, tres composiciones originales que inician una nueva etapa creativa para la agrupación, cargada del talento musical e interpretativo de los nuevos instrumentistas y el oficio de los grandes fundadores de la banda, aunque sin perder, claro está, esa esencia  irreverente expresada en sonoridades sincréticas de las armonías, heterometrías, ritmos irregulares y los logrados cortes y disonancias.

 Versión instrumental de “Clara Crocodilo”

Foto: Javier Liaño

«Clara cocodrilo»  Foto: Javier Liaño

La segunda parte del concierto fue una sorpresa desde su inicio. La sola aparición de los instrumentistas sobre el escenario ya hablaba de una peculiar “puesta en escena”, alejada de los cánones musicales convencionales. Cuatro chicas en instrumentos y voces: una enfermera en el clarinete (Maria Beraldo), una saxofonista de ceñido traje de látex negro (Joana Queiroz), una chica de abundante cabellera y largo abrigo leopardo al estilo de Esperanza Spalding en el bajo (Ana Karina Sebastian) y en la batería, con medias de red y peinado alborotado, María Portugal. En guitarra, luciendo un peluquín de brillantes risos blancos, Mario Manga; Paulo Braga con gafas y boina en teclado eléctrico y, finalmente, Arrigo Barnabé, vistiendo un abrigo oscuro, en piano, voz y narración. Era el comienzo de la versión instrumental de “Clara Crocodilo” (1980), una obra maestra de la vanguardia brasileña y de profundo carácter rupturista, ideada en plena dictadura militar entre los años 1972 y 1980, cuya aparición demostró la existencia de un camino posible a seguir en el arte, en donde el rock y la canción popular se unían con la modernidad sonora del mundo atonal para remecer las conciencias y salir del estado de adormecimiento propiciado por una sociedad controlada por el miedo.

Músicas pensadas y repensadas, fusiones cargadas de información, pero muy lejanas del aburrimiento y la monotonía, componen esta grandilocuente obra musical de Arrigo Barnabé,compositor, tecladista y cantante brasileño, representante de una generación de músicos defensores de una estética del “choque” lejana al conformismo y a la complacencia del público. Muchos lo comparan con  Frank Zappa, pero él se resiste a ser comparado y encasillado en ningún género o corriente. En Barnabé conviven elementos y sonoridades que parecen incompatibles: muchísima imaginación, sensibilidad  en tonos pop, música de cámara y ritmos que invitan al movimiento del cuerpo y al disfrute sensorial.

La performance musical abrió con sugerentes melodías al piano y la intervención de los vientos, que a momentos eran interrumpidos por risas femeninas y los suspiros orgásmicos de las cuatro chicas en una estética caricaturesca cercana a los cómics de los años 70. La música hacía guiños al dodecafonismo musical de la vanguardia europea (Schönberg, Berg y Weber) en frases inconexas y sin sentido, sostenidas por un marco rítmico coherente que impedían su desarme. Este contundente material sonoro se iba alternando con notorios cambios de ritmos en el espectáculo, dando paso a sutiles fusiones de baladas, canciones populares ligeras y la tradición de la canción romántica con la correcta interpretación sufrida y desgarradora del cantante.

 

 

 

 

 

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