Publicidad
Crítica literaria: La bella muerte de Natalia Berbelagua Epifanías fúnebres

Crítica literaria: La bella muerte de Natalia Berbelagua

Juan Francisco Urzúa es crítico de literatura emergente.


bellamuerte 1Situando en el imaginario un oxímoron incansable, Natalia Berbelagua (Valporno, 2011), nos dispone en la cercana relación entre la belleza y la muerte, tópico que cruza su segundo libro de relatos, el cual acaba de ser editado por el sello Emergencia Narrativa.

En su primera parte nos propone 11 cuentos, donde la vida se entrelaza con la muerte en una relación simbiótica, conducida por una obsesiva búsqueda de respuestas por parte de sus protagonistas, los cuales destacan por una neurosis parafílica y excéntrica. El momento siempre es el anterior a dejar la existencia, y si a esto le sumamos la soledad que detentan sus personajes, o la sumisión absolutamente romántica que los anclan a sus circunstancias, podremos ver que lo que subyace al hecho mismo de morir no es más que su temor a seguir viviendo, vacios y sin sentido.

Pareciese que esa muerte de la que habla Hahn se ha sentado a los pies de la cama de los personajes de Berbelagua, escandalizando la inestables y obsesivas vidas al vecino del occiso, a la tía que muere en el extranjero, al deudo de un amor confuso que deja de existir en la vorágine de lo fortuito, cambiando la inercia del que presencia como se extingue la vida.

“Fue brutal poner un pié en la casa sabiendo que no escucharía más su voz, que no vendría a recibirme a la puerta, que su olor se perdería para siempre en el ambiente, que solo recordaría un par de frases, las más recientes y menos importantes. Peor fue entrar al baño y encontrar dos centímetros de su pelo recién cortado. Lo puse en mi mano, me lo acerque a la nariz, el dolor que me produjo ese gesto fue solo comparable al de una cirugía mayor sin anestesia”

En su segunda parte “Flores para muertos ilustres” se alcanzan los pasajes más interesantes del libro, proponiéndonos una serie de notas necrológicas, a la manera de ampliación del obituario, que describen las causas que llevaron a la muerte, o los temples de esta, de variopintos personajes de la historia y la literatura, como Isidore Ducasse, Erik Satie, Laura Vicuña, Hans Pozo, María Luisa Bombal, entre otros.  Insisto que este es el apartado más destacable, dado que se logra una coherencia entre la forma y el texto, en una prosa que roza en lo poético, arriesgándose en un intergénero ágil, sentido, y definitivamente acorde al réquiem funeral propuesto.

Ahora, creo que el libro no alcanza a desplegarse. Queda un presente sabor a confusión en la inestabilidad de sus primeros cuentos, textos sin fondo que sólo logran pincelar un tema que en potencia debiese sorprender  en perspectivas y nuevas visiones. Creo que “La Bella Muerte”, y vuelvo al oxímoron, era un gran primer pie del cual tomarse, pero que hace agua en la superficialidad, en lo forzado de sus situaciones y la caída en el clichés, que no entrega más que lugares comunes y futilidad.

Aunque no logra su cuaje, creo que “La Bella Muerte” es una invitación a volver a mirar el cementerio como espacio vital (contradicción particular), donde podemos encontrar las taras que nos impiden mirar sin sesgos  el sentido que mueve nuestra vida, como también la brutalidad de ser el último espectador, el que escucha la muerte roncando por debajo del mundo (parafraseando a De Rokha), el que logra ver la puñalada pretenciosa y certera  con que vendrá a buscarnos en nuestros últimos días, la siempre pretenciosa y bella muerte.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias