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«Construir un memorial en Concepción es un mal síntoma» Opinión

«Construir un memorial en Concepción es un mal síntoma»

Rodrigo Piracés, escultor, profesor de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad de Concepción


Memorial que recuerda a las víctimas del Terremoto. Foto: Agencia Uno

Memorial que recuerda a las víctimas del terremoto del 27 F.
Foto: Agencia Uno

Las diversas polémicas que se han generado en torno al memorial que conmemora el desastroso terremoto del 27 de febrero del 2010, catalogado como uno de los más grandes de la historia, son un síntoma de algo cuyo origen es mucho más profundo.

En efecto, subyace detrás de ellas la odiosa simplificación de un acontecimiento tan perturbador, que tuvo la potencia de desmembrar nuestra noción de realidad y presentarnos el facto de la naturaleza desplegada en su poderío. Por eso, ya la sigla “27 F” es banal y accede a las lógicas de creación de marcas bajo un criterio comunicacional, que responde más a las leyes del mercado que a la necesidad de cumplir una función social, tendencia ideológica que ha penetrado las más profundas capas de nuestra cultura y sociedad neoliberal.

La idea de construir un memorial en Concepción, a poco de haberse producido éste, ya fue un mal síntoma. Una catástrofe de esta naturaleza necesita un tiempo de reposo, un duelo, que permita enfrentar la rehabilitación del sentir social después de haber cicatrizado las heridas. A ojos de la comunidad, la brevedad se presentó como un gasto superfluo, sobre todo si la reconstrucción aún no ha concluido en su totalidad y los escombros aún permanecen en muchas partes.

Teniendo ese telón de fondo, ¿podemos hablar de arte público?

Definir el arte público no sólo requiere poseer un terreno fiscal para instalar alguna estatua, busto, placa u monolito, sino que ello, en el Chile actual, debería necesariamente considerar la opinión ciudadana, escrutar las agrupaciones sociales, involucrar a las juntas de vecinos  y preguntar a los “usuarios” si realmente les parece un aporte, si embellece la ciudad, si mejora la calidad de vida, si constituye un hito sensible que convoca a la comunidad, etc.

Lejos de ello, el memorial del terremoto sigue obedeciendo a las lógicas de un Estado que carece de políticas culturales, en el cual las articulaciones de fomento son entendidas sólo desde la premisa de industria cultural, otorgándole al quehacer subjetivo del arte una nomenclatura económica que llama a la eficiencia y efectividad dentro de la lógica de un pensamiento de libre mercado, y no dentro de la lógica del arte.

Quizás esto explica que el diseño del concurso público haya sido convocado desde el Minvu y no desde el Consejo de la Cultura, que era lo más natural. El presupuesto ha sido tan relevante en esta obra que ha llevado a un grupo de ciudadanos a protestar, rayando el lustroso memorial recién inaugurado, donde han escrito “basta de abusos” , lo que otorga un primer adjetivo al contacto entre el proyecto y la comunidad.

Claramente ello sucede –más allá de coyunturas políticas– porque esta obra no es igual a un hito del Rotary Club o de los Bomberos. Sin embargo, la lógica política del Estado no fue capaz de comprender esto y arremetió administrativamente, sin considerar la relevancia emotiva que tenía el conmemorar el terremoto.

Así, la convocatoria consideró el diseño ya establecido en concursos anteriores de arte público, donde  las oficinas de arquitectos encuentran un buen nicho de desarrollo y los artistas se acoplan a estas empresas. Esta colaboración ha permitido generar en Chile un desarrollo de proyectos de gran envergadura, en que –por competencias del área de conocimiento– los arquitectos dominan con eficiente certeza.

Por eso es absolutamente legítimo que cada quien presente lo que estime conveniente, pues se trataba de un concurso público. No obstante, el filtro de esta convocatoria reside en el jurado, que en este caso estuvo constituido por el presidente de la República, diez arquitectos y sólo dos artistas visuales, por lo cual primó en la decisión –sólo por lógica numérica– un criterio arquitectónico.

Foto: Agencia Uno

Foto: Agencia Uno

 El contexto

Cuando el artista francés Marcel Duchamp inauguró el arte contemporáneo en 1915, puso énfasis en que el arte estaba totalmente determinado por su contexto y aquí existe un punto crítico que el jurado no consideró, pues quizás esto se resolvió en Santiago, seguramente en alguna oficina ministerial, y no teniendo en cuenta la ribera del Bío Bío. De ese modo, hoy día tenemos una mole impresionante, de $ 1.800 millones, que se erige frente a uno de los lugares más pobres de Concepción, en el cual la autoconstrucción ha confeccionado –a fuerza de recolección de desechos– la población Aurora de Chile, donde es posible mezclar en una sola imagen cartones, latas, cajas de madera, calles de tierra, pobreza, barro y humedad (en invierno).

En dicho sentido, si hay algo que se ha visibilizado con el memorial es la impresionante inequidad que existe en el país pues, a fuerza de escala, este monumento dialoga con el mall y las megatiendas ubicadas al otro lado de la autopista, mientras en medio de estos colosos habita el ciudadano más desposeído de Concepción.

Otro factor que no fue considerado es el contexto del parque de esculturas que está inmediatamente al lado, donde esculturas como las de Federico Assler, Humberto Soto y José Vicente Gajardo quedan reducidas a pequeñas maquetas, frente a la desproporcionada escala utilizada.

El memorial seguirá estando ahí, como un ejemplo de un poder que no logra convocar a la ciudadanía a recordar que la naturaleza no entiende la vanidad. Por eso, porque después del terremoto nos sentimos más humildes y respetuosos de las fuerzas que no somos capaces de dominar.

Sencillez y sobriedad habrían sido –a mi juicio– un gesto de sensibilidad frente al dolor de las víctimas.

 

 

 

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