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Los sueños de Benjamin Ensayo

Los sueños de Benjamin

Sergio Witto Mättig es académico de la Universidad Andrés Bello


Filósofo Walter Benjamin

Filósofo Walter Benjamin

Ha sido mérito de Burkhardt Lidner reproducir algunos textos ⎯fragmentos seleccionados, los llama⎯ donde Benjamin consigna sus propios sueños o teoriza sobre ellos. El libro, publicado en 2008 y traducido al castellano con apenas tres años de retraso, obedece a un ejercicio de lectura atento. Pero dicha prolijidad vuelve el asunto menos evidente. A través de 150 páginas, Sueños (Abada Editores) muestra un Benjamin que no deja de franquear aquellas circunstancias que anticipan el advenimiento de la catástrofe. Lindner afirma ⎯quizá yerra en esto⎯ que la producción onírica de Benjamin ‘casi nunca encierra alusiones a conflictos políticos de actualidad’ (p. 132).

Benjamin pensaba que el depositario de la experiencia es el sistema lingüístico propiamente tal y, en este contexto, sobreviene el ejercicio de una violencia sobre lo dicho cuando se hace uso de un sistema categorial ya estrenado a fin de revelar sus filiaciones imaginarias. Ello refrenda, además, lo expresado a Scholem en 1934, en tanto que sus sueños constituirían ‘un atlas de imágenes sobre la historia oculta del nacionalsocialismo’ (p. 132). Sin duda, el esoterismo del sueño se contrae sin concesiones tras el examen prodigado por Freud a inicios del siglo XX. Para Freud, la experiencia onírica obedece a un proceso psíquico actual sin desconocer que dicha experiencia le debe sus condiciones de existencia a la economía del deseo. En este contexto, salir en defensa de una zona que se ha vuelto autoinmune al impulso libidinal parece reenviarnos a un arcaísmo prefreudiano.

[cita]Benjamin pensaba que el depositario de la experiencia es el sistema lingüístico propiamente tal y, en este contexto, sobreviene el ejercicio de una violencia sobre lo dicho cuando se hace uso de un sistema categorial ya estrenado a fin de revelar sus filiaciones imaginarias[/cita]

Si en Freud las hilaciones concretas del paciente han de prevalecer a riesgo de subsumir la pericia histórica del soñante. Si, en otras palabras, el entendimiento del sueño se consuma cuando el análisis ingresa en el ámbito privado habiendo elidido cualquier prerrogativa externa, ello responde, más bien, a una cuestión de método. El sueño es un sistema de flujos que reenvía al presente una serie de episodios contingentes, no es la sustancia frente a la que cual es posible conquistar un apego suficiente como para desentrañar su núcleo normal de actividad: por la sencilla razón que del sueño emana un régimen lingüístico que penetra la vida de las imágenes. Adherida a una memoria que naturaliza las huellas de su origen, la mitología del horror desvía sus efectos hasta ampararse en la más banal de las complicidades. Frente a tal coyuntura, la vida inconsciente se tramita en torno a fenómenos arcaicos o trascendentales. La voluntad de memoria que ha podido liberarse a 40 años del Golpe de Estado en Chile ⎯por mencionar un caso emblemático⎯ debió enfrentar una retórica siniestra a fuerza de mostrar, una y otra vez, sus elementos constituyentes. Sólo bajo este expediente ha logrado denunciar como desgracia un mal que se oculta a la vista y que constituye, indefectiblemente, su contraseña. Finalmente, se han vuelto problemáticos los anudamientos propagandísticos del signo. Los conceptos ya no proceden por asimilación. Pero este reparto adquiere consistencia en tanto esté sostenido por una traductibilidad múltiple cuyo filamento acaso más excesivo se refiere al sueño. Y no en virtud de la vieja premisa filosófica, según la cual, el sueño mantiene una relación decidida con el no-ser, sino en acatamiento a que allí todo es contado a partir de una estructura que promueve una representación inédita.

El artículo de Jean-Max Gaudillère de 1997, ‹Soñar en situación totalitaria›, publicado por la revista Critique ⎯traducido por Carla Sandoval y Roberto Aceituno⎯ resulta pertinente frente al equívoco de Lidner. Por lo pronto, en lo que se refiere al reajuste operado por Freud de su teoría de general de los sueños tras la guerra de 1914. Lo inconsciente excede la represión, por tanto, el recurso al deseo no develaría la naturaleza traumática de la actividad onírica de los combatientes heridos. Así, el sueño no se asila en la superficie del deseo sino que vaga en los bordes de eso que, a falta de mejor nombre, constituye el mundo o la historia. Se sueña a tientas… pero en ocasiones (cuando se vuelve insoportable el embate del presente) surge la creencia de que es posible soñar con objeto de preservar la certeza de la experiencia. En el testimonio autobiográfico de Stefan Zweig, Gaudillére consigna la imposibilidad de ver la aniquilación colectiva propiciada por el nazismo. Y un sueño de Wittgenstein le sirve para localizar el terror fascista como núcleo explicativo. El periplo freudiano de la enfermedad, por otra parte, exigirá plantear de otro modo la pulsión de muerte con mayor apego a la emergencia del trauma. Con motivo de la colección de sueños recopilados por Charlotte Beradt en tiempos de Hitler, Gaudillére critica la secuela fundamentalista del psicoanálisis; prueba de ello es el prólogo desconcertante escrito por Bruno Bettelheim: el Führer no sería más que un prototipo del padre castrador.

 

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