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Crítica en vivo: Paco de Lucía y su soberbia interpretativa El maestro del flamenco venció el frío en las afueras del casino Monticello

Crítica en vivo: Paco de Lucía y su soberbia interpretativa

Erwin Rubilar es profesor y escritor.


paco

La calidad interpretativa de Paco de Lucía surge como un primer elemento para titular esta nota, aunque debo aclarar que éste no es el comentario especializado de un experto en flamencología, puesto que hoy ya se estudia como tal en programas de doctorado, la misma música o al menos el mismo espíritu de las guitarras gitanas y de campesinos de Andalucía de principios del 1800. Que luego además será excomulgada por la generación del 98, junto a la tauromaquia y otras tradiciones folclóricas, como expresiones demasiado vulgares, asociadas a la falta de modernidad y la decadencia cultural, en una España que orgullosa se modernizaba.

El maestro de la guitarra se presentó luego de 15 años en nuestro país, como parte de una gira que incluyó al septeto de cinco músicos, dos cantantes y un bailaor. La gira ha pasado por los mejores teatros de Sudamérica : Teatro Carlos Marx de La Habana, Teatro Bellas Artes y Auditorio Nacional de México, el teatro Metropolitano de Medellín, el Palacio de los Deportes Bogotá, el Teatro Nacional de Quito, Teatro Nacional de Lima, Teatro Municipal de Rio de Janeiro y Teatro Gran Rex de Buenos Aires y en nuestro país se presentó ante 3.500 personas en un escenario al aire libre en las afueras del casino, a una hora de Santiago.

Sin embargo, la nota también podría subtitularse con una frase asociada a las sensaciones erógenas-musicales que me provocaron esa noche las cuerdas tanto de las guitarras de Paco de Lucía y el llamado ancestral de los tambores, así como los estertores tanto de los cantaores como del bailaor. Es el flamenco y lo que ha pasado con él, su fusión con el cajón peruano que introdujo Paco de Lucía, los vientos esta vez que traía la armónica, en otras ocasiones la flauta traversa. Todo esa noche parecía tener una connotación sexual.

Si hay algo que todos los estudiosos del flamenco dejan ver como un acuerdo es esa suerte de herencia quejumbrosa y dramática que trae en su espíritu. De pueblos campesinos del siglo XIX y mucho antes (también a Andalucía como su partera), reconocido incluso como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y Patrimonio Cultural Inmaterial Etnológico Andaluz. Se dice que en su expresión se logró someter lo popular a una estilización tal que lo lleva hacia lo culto, a los escenarios, sin perder su sabor popular. Pero además, Paco de Lucía lo internacionaliza usando recursos de diferentes tendencias, con las que perfectamente dialogan esas profundas emociones que trae consigo el flamenco dramático y quejumbroso, principalmente en su reencuentro con los instrumentos y sonidos africanos que le aporta el jazz. Es entonces que no me parece tan obsesiva mi relación del virtuosismo interpretativo de Paco de Lucía y su septeto con vivir un buen encuentro sexual.

Con un conocimiento mínimo de piezas clásicas de la música docta universal, en mi caso sabía que podía encontrarme en el flamenco con una música que contiene los extremos delirantes a los que llega Ravel o la esquizofrenia de otros tantos como Stravinsky o Rajmáninov, y los tiene, como comprimidos, pero lo que llegó primero a mi mente, desde los primeros temas de la jornada, fue una leyenda precisamente española que alguna vez leí, recopilada por Gustavo Adolfo Becquer. La leyenda del rayo de Luna, de un muchacho enamorado, más bien encantado con la imagen de una doncella que sólo él creía haber visto durante una noche de luna en el medio del jardín abandonado de un antiguo convento templario. La impresión que se llevó al ver la belleza de la mujer reflejada en el rayo de luna, en el misterio de lo que es y lo que no es real, historia de amor y locura.

Con la guitarra Paco de Lucía parece tener una relación de esta naturaleza. Este es un instrumento muy cabrón, ha declarado el mismo, “en el que nunca las tienes todas contigo, donde nunca sabrás si vas a tocar bien. Todo depende del instrumento, de cómo te trate. En un piano tienes todas las notas afinadas. En la guitarra si tienes una uña más larga que la otra empieza a fallar. Esa uñita más larga te desequilibra la mano; a veces no suena bien por la acústica, también afecta la concentración. Es un instrumento que te domina»

Así se relaciona con el instrumento que le da vida a su palabra. Como un domador y amador a la vez. Así fue que redimió el frío definitivamente esa noche y éste no tuvo más que retirarse de nuestras conciencias. Entonces el público también no pudo hacer más que soltar sus cuerpos para dejarlos cimbrarse al ritmo de los cueros de los tambores y de las palmas, en perfecta sincronía orgásmica. Y no con cualquier palma, otra sorpresa que uno se lleva: la musicalidad de notas que pueden emitir las concavidades de las palmas, una tradición ya olvidada, que no es común en nuestras latitudes.

Arrebatos de cuerda y cordura

La relación que parece tener a mis ojos la maestría virtuosa de quien utiliza el instrumento y el instrumento mismo es precisamente una relación de prolongación circular, erótica y sinérgica de los atributos de cada cual. Pero Paco de Lucía  maneja  la técnica tan a la perfección que además de apoderarse a través de sus cuerdas de los sentidos del auditorio, dejándolos a todos a su total disposición por querer saber el desenlace de la narración (a veces indescifrables frases entre tanto quejido, referidas a niños y sus madres, de amores  frustrados, y siempre mujeres), para luego borrarlos de la memoria de una  severa cachetada a las cuerdas. Así domina lo que hace.

Paco de Lucía lleva el flamenco hasta los límites de la locura, como cuando se levanta un vendaval colectivo de gemidos, libertades altaneras desplegadas aparentemente fuera de control, espasmódicos arrebatos del hombre y su verbo hasta que de pronto, en la mayor demostración de descontrol y control  interpretativa, lo serena todo con un palmazo seco a las cuerdas, dejando un hueco insondable entre la algarabía reciente de todos y el silencio total, sin mediar aviso, el silencio absoluto apoderado de la frase. Ésa es la pasión de sangre y venas desplegada que nos trajo la música de Paco de Lucía.

Entre los integrantes del septeto difícil diferenciar su talento. Pero, muy aplaudida por el público, la interpretación de la armónica merece unas palabras de elogio por su relación casi simbiótica con el instrumento, que parecía devorarla como un muerto de hambre, como un lactante o un pobre ser enajenado sintiendo por la boca solamente, narrando a su vez tan claramente su historia a través de sus juegos con el viento pasando por esas diminutas cavidades y cámaras secretas del instrumento. Por momentos lo asocié a sexo oral con el instrumento; es más, a ratos me parecía que en su mensaje dijera querer morir por un instante, de sangrar como dijera el cubano Rodríguez.

También con el bajo, con las palmas, con los tacos, los timbales, el cajón, con todos los instrumentos, las embestidas salvajes son recurrentes, como preorgásmicas penetraciones incontenibles; es el drama del dolor y del amor, del placer en las fronteras del sufrimiento, de morir o quedarse de pie ante el desfiladero. Entonces nuevamente la palmada severa de quien domina su palabra y juega con las libertades del jazz.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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