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Crítica de cine: Blue Jasmine… la música antes de caer El último largometraje de Woody Allen

Crítica de cine: Blue Jasmine… la música antes de caer

Hace unos días las salas chilenas comenzaron a exhibir en un lugar de privilegio dentro de sus carteleras, el último largometraje de Allen, Blue Jasmine (2013), una cinta que trae de vuelta a un creador sabio, sarcástico, reflexivo y libretista incomparable. En el contexto de una estrategia narrativa que apuesta a intercalar el flashback con el tiempo presente, y a una entrega de motivos argumentales que eclosiona en las escenas postreras del filme, la cinta se alza como una poderosa pieza cinematográfica que vale la pena comenzar a disfrutar este verano.


Él es el amor, medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e imprevista; él es la eternidad: amada máquina de las cualidades fatales”.

Arthur Rimbaud, en Iluminaciones

Descubrí a Woody Allen al comienzo de una noche de verano, hace trece años, en enero de 2001, gracias a uno de esos festivales que antaño realizaba el Cine Arte Normandie, con las mejores películas estrenadas durante la temporada anterior. Recuerdo que mientras caminaba al paradero, donde abordaría el bus amarillo que me llevaría de regreso a mi casa, la luz de la luna hacía brillar la fina marmolina, pisada y desgastada, que protegen las entradas de los edificios del Paseo Bulnes. El astro se detuvo por un instante sobre la esquina del boulevard con la calle Tarapacá, para señalarme en exclusiva esa hermosa imagen.

También evoco que el filme revisado en ese trance bautismal ni siquiera correspondía a una obra mayor del cineasta, nacido en Brooklyn: fue Celebrity (1998), una comedia en blanco y negro que, empero su irregularidad, tenía algo, unos detalles, unas secuencias y unos diálogos, que le permitían figurar sin problemas entre los créditos más aplaudidos de los meses de ese lejano 2000.

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Desde hace unos días, las salas chilenas exhiben en un lugar de privilegio dentro de sus carteleras, el último largometraje de Allen, Blue Jasmine (2013), una cinta que trae de vuelta a un creador sabio, sarcástico, reflexivo y libretista incomparable, luego de esa siesta laboral que representó A Roma con amor (2012). En un documental de fecha reciente dedicado al autor de Annie Hall —que todavía es posible ver en el Cine Arte Alameda—, el director Martin Scorsese observaba acerca de su colega neoyorkino que son pocos los realizadores, como este, que pueden decir tanto y con altura de miras en torno al fenómeno de la existencia.

Y por uno de esos afluentes del río misterioso de una vida es que navega la película estelarizada por Blanchett: en los vacíos y pérdidas de sentido que emergen en el sendero de la protagonista, a causa de las acciones que esta consumó —presa del desamor, la ira y el resentimiento—, cuando frisaba los 40 años de edad. En el contexto de una estrategia narrativa que apuesta a intercalar el flashback con el tiempo presente, y a una entrega de motivos argumentales que eclosiona en las escenas postreras del filme, Blue Jasmine se alza en una poderosa pieza cinematográfica, principalmente debido al talento interpretativo de la actriz australiana, a la solidez literaria de su guión y a la inteligencia del cerebro que supervisó las grabaciones detrás de la cámara.

Insertos en un espacio histórico cercano, el que se gestó a raíz de la crisis hipotecaria y financiera que estalló en los Estados Unidos a mediados de 2008, Jasmine vive junto a su esposo, el rico agente bursátil Hal —el rol de Alec Baldwin—, en el Nueva York de las recepciones de Manhattan y las fiestas de weekend en las mansiones de los Hamptons, al este de Long Island. Acompaña a la pareja en esta lujosa cotidianidad, el hijo que el millonario tuvo en una relación previa: Danny, quien estudia, orgulloso de su padre, economía en la Universidad de Harvard.

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De un día para otro, el FBI se entera de los movimientos comerciales fraudulentos de Hal, los que incluyen empresas ficticias y espectaculares estafas con el dinero de sus clientes, todo en la línea de un Bernard Madoff de la realidad. El hecho provoca que el respetado magnate devenga en un vulgar ladrón, se hunda en prisión, y que sus bienes sean embargados y vendidos por el gobierno de la Unión, en una subasta pública. Jasmine y Danny quedan sumidos en la desprotección, la miseria y la vergüenza social.

Se le viene el mundo encima, con su peso infinito, a un grupo familiar que se hallaba, hasta hace unos días, en el corazón de la minoría privilegiada, del país que encabeza los destinos de la civilización. Hal no soporta su suerte nefasta y se suicida con una cuerda tras las rejas; su cónyuge cae en el colapso nervioso, y su primogénito, furioso por el engaño de quien admiraba, la humillación ante sus pares y la irracional traición de su madrastra, huye de la Gran Manzana, abandona Harvard, y se pierde en un camino de drogas y de marginalidad, bajo el sol de la costa oeste.

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Lo que el espectador sabrá solo al final de la película, es que la policía federal conoció los sibilinos manejos monetarios del personaje de Baldwin, porque Jasmine, herida por las infidelidades conyugales de Hal, y sus amenazas de divorcio, lo denunció, en forma de venganza, ante la mirada inmisericorde de las autoridades del poder central. La mujer ahora viuda, que cuenta con incompletos estudios universitarios de antropología, que a la mitad de su derrotero tiene la existencia deshecha y está agobiada por la pobreza material, se ve obligada, entonces, a buscar el patrocinio de su hermana, Ginger, una humilde empaquetadora de supermercado afincada en San Francisco, California, a la que siempre ha despreciado por el conjunto de su modus vivendi.

El cinéfilo avezado relacionará la actitud de Jasmine con la de Alida Valli frente a Farley Granger, en la bella y trágica Senso (1954), el clásico de Luchino Visconti, ambientado en los combates de la Unificación Italiana del siglo XIX. En ese filme, la noble Livia Serpieri (Valli) expone a su amante, el oficial austriaco Franz Mahler (Granger), a los ojos de los mandos militares del Imperio austrohúngaro, para evitar que el galán la abandone, y así, renuncie a las promesas de pasión eterna que le había jurado. Al igual que Blanchett, la aristócrata trentina prefiere ver a su hombre muerto, ejecutado en el paredón por desertar de sus obligaciones con la patria, en vez de entregado a los hipotéticos brazos de otra dama, aunque provocar esa pérdida le signifique pararse arriba de la locura y pisar encima de la desesperación afectiva.

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Empujada por la necesidad y las carencias, Jasmine desciende aparatosamente del avión intercontinental, cuyo pasaje pagó con los vueltos de sus ahorros, y se instala en el sencillo hogar de Ginger (Sally Hawkins). Comienza otro relato para la histérica rubia, la de intentar levantarse a la devastadora fractura que digirió, y ver si en una de esas oberturas experimentales amanece la ilusión de un nuevo día. Y aquella aparece con la posibilidad de un gran amor, latente en la irrupción escénica del atractivo diplomático Dwight, un papel encarnado por el actor Peter Sarsgaard.

Al contrario de lo que opinan ciertos comentaristas, Blue Jasmine dista de ser una cinta basada en la desesperanza. En efecto, el director brinda la oportunidad a su heroína, a pesar del inmenso daño emocional que se infringió a sí misma, y a su antigua familia, de reescribir su personal palimpsesto de sueños. Sin embargo, el personaje de Blanchett cede en un lapso menor, pero trascendental, en la perspectiva del nudo dramático: en la fase previa del conocimiento mutuo, esta le miente a su prometido en pormenores ridículos de su biografía, y la comprobación fortuita que hace Dwight de esa trampa fundamental aborta cualquier construcción de un futuro en común.

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El infatigable Woody retorna a la carga en este filme con una acabada selección de su repertorio hermenéutico: la sombra permanente del pasado sobre nuestros proyectos y aspiraciones más profundas; la idea de que la felicidad de unos depende de la frustración y del dolor de otros; del autoengaño que significa creer que el “cuento” de mayor sofisticación vencerá en un lance improbable, pero en una de esas viable a la dura verdad de los acontecimientos; el desplome financiero y sus consecuencias humanas y psicológicas en el imaginario de una familia de clase alta; las escasas y las difíciles ocasiones de sobreponerse que surgen para el promedio de los mortales, después de sufrir golpes que a la mayoría de los hombres los destruyen emocionalmente; las contradicciones esenciales del sentimiento amoroso y su precariedad en tanto vínculo permanente, que uniría a las parejas, frente a los obstáculos que se les presentan.

Víctima nuevamente de los desvaríos de su mente, Jasmine se sienta en el banco de una plaza, y no puede escuchar la melodía azul y luna, que sonaba de fondo, cuando se enamoró de Hal. Es el momento de la música antes de caer.

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