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Lanzan libro en homenaje a «La bicicleta», la emblemática revista de cultura y contracultura de los ’80 El libro fue presentado este jueves en la ex Parroquia Universitaria

Lanzan libro en homenaje a «La bicicleta», la emblemática revista de cultura y contracultura de los ’80

El libro, escrito por el editor de La Bicicleta, Eduardo Yentzen abarca el periodo 1975-1982, en un relato apasionante donde emergen historias protagonizadas por muchas figuras actuales del mundo del arte, como por ejemplo Nicanor Parra cuando fue entrevistaoi por Yentzen en coautoría con Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar, quien envió dos capítulos inéditos de la novela «Un tal Lucas», convirtiéndose en una primicia mundial.



¿Por dónde empezar? ¿Por la historia de un joven chileno de Providencia que pasó por la Escuela Militar antes de irse a Estados Unidos para ver con sus propios ojos la cultura hippie,  que estuvo en Piedra Roja y al comienzo de la UP se matriculó en Ingeniería en la Chile para luego pasar a sicología al Campus Oriente? ¿Por el muchacho que a mediados de los 70 fue testigo de la resistencia cultural en las universidades y que fundó en 1978 una revista cultural primero y juvenil después que fue la más importante de la época, y que a pesar del boicot publicitario llegó a tener 60.000 lectores? ¿O por un país, una época, donde en cierta ocasión 98 personas fueron detenidas (y 22 relegadas) por asistir a una peña, a su vez organizada para repudiar la expulsión de cuatro estudiantes de la UTE?

De todo eso, y mucho más, nos habla “La voz de los setenta. Un testimonio de la resistencia cultural a la dictadura 1975-1982”, escrito por Eduardo Yentzen, fundador y director de la mítica revista “La bicicleta”, cuya historia es la columna vertebral del texto que fue presentado este jueves a las 19.30 en la ex Parroquia Universitaria (calle Benvenuto Cellini s/n, en la plaza Pedro de Valdivia, en Providencia).

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Foto: Javier Liaño

Una obra apasionante por donde desfilan figuras del mundo cultural actual local como Erick Pohlhammer (escondido literalmente por una muchedumbre para que no cayera en manos en la DINA en pleno 1979 en el parque Bustamante, en una de las anécdotas del libro) y artistas internacionales como Julio Cortázar (que colaboró con dos capítulos inéditos de la novela “Un tal Lucas”, una primicia mundial), Mario Vargas Llosa (quien junto a Yentzen entrevistó a Nicanor Parra) o la mismísima Joan Báez, a la cual la dictadura en 1981 le prohibió hacer un recital público y terminó cantando “en privado” en la iglesia Santa Gemita ante… cuatro mil personas.

Eso sin olvidar la “affaire Mariana Callejas”, cuando la revista premió en un concurso literario a la escritora y ex agente de la DINA, que participó con un seudónimo.

“Este no es un  libro. Es un soporte para la memoria colectiva”, reza la obra a sus inicios. Y vaya que lo es. Es un texto escrito con sangre, sudor y lágrimas, que cuenta con pelos y señales cómo se vivía la cultura –y la contracultura- en una época donde los recitales clandestinos en la U convivían con Sábados Gigantes.

Un apagón cultural

¿Pero cómo era el mundo cultural en la época de la dictadura? ¿Y cómo era hacer cultura?

“El mundo cultural tras el golpe era inexistente”, cuenta hoy Yentzen, hoy director del programa Iluminar la Educación, de la Fundación Chile Inteligente. “Continuó lo que puede llamarse cultura de élite o clásica, y cultura comercial de masas”, así como “un folclor de postal o patronal, pero de la cultura propiamente tal -la de los artistas que hacen una propuesta o pulsan la sensibilidad de su tiempo- no hubo  nada quizás durante los dos primeros años de la dictadura. Incluso la música andina recibió la prohibición de que se tocaran sus instrumentos”.

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Yentzen señala que los militares y la derecha estaban convencidos de que “el marxismo corroía el espíritu de la nación a través de las manifestaciones culturales“. Por algo, una editorial del diario El Mercurio de 1980 señalaba que “aquellas corrientes ideológicas registran activismo político-cultural en un campo que les proporcionó en el pasado buenos dividendos, en especial al partido comunista (sic)”.

“En ese contexto nos propusimos ‘hacer cultura’ es decir, levantar a través de la expresión artística ideas y sentimientos que hablaran con toda la sutileza necesaria para sortear la represión, de nuestro rechazo a la dictadura”, en un momento en que el toque de queda impedía o limitaba la vida nocturna (durante más de una década estuvo prohibido transitar de medianoche hasta las 06:00) y cualquier reunión de personas era sospechosa.

Una resistencia cultural que tuvo sus hitos, claro: el primer evento cultural solidario, en el Teatro Caupolicán, transmitido por Radio Chilena (diciembre de 1975); el primer recital disidente del Campus Oriente, donde estuvieron Eduardo Peralta y Pohlhammer (1976); el Festival del Canto Nuevo en el teatro Esmeralda, producido por el creador del sello Alerce Ricardo García (agosto de 1976); o la creación ese mismo año de la Agrupación Cultural Santa Marta, integrada entre otros por Mauricio Electorat, Cristián Warnken y Dióscoro Rojas, mientras se reagrupaba el grupo La Falacia, con Cristián García Huidobro, Sandra Solimano, Claudia di Girolamo y Willy Benítez.

De todo eso, y mucho más, habla este libro.

05La bicicleta

Fue en el contexto de “ablandamiento” de la dictadura, pasado un lusto del golpe militar, que se autorizó la creación de nuevas revistas y nació “La bicicleta”, en 1978. Yentzen tenía 25 años. Junto a Álvaro Godoy y Paula Edwards se embarcó en una aventura cuyo “principal sacrificio era asumir el riesgo”, dice hoy.

Además hacer la revista “durante nueve años significó sólo tener plata para pagar el arriendo de una pieza en una casa comunitaria, comer, pagar las cuentas y movilizarse. Y la motivación la entiendo como que no valía la pena vivir si no hacíamos eso”.

“Concebir una publicación de circulación pública en ese momento era, sobre todo, una subversión al cerco cultural de la dictadura”, escribe Yentzen en su libro. “El movimiento cultural fue una resistencia y reconquista de espacio público a la mínima escala. (…) Llegar a un lugar de actividad cultural de resistencia era un riesgo hasta de perder la vida”.

Una época en que Yentzen debía enviar copia de cada ejemplar publicado a la tristemente célebre Dirección Nacional de Comunicación Social (Dinacos), en un momento donde la censura era usual, y no sólo la oficial: en una ocasión (año 1981), personas de civil exigieron a varios kioskos de Providencia no colgar la revista, mientras en Ñuñoa fueron carabineros de uniforme los que se llevaron varios ejemplares (que luego devolvieron).

El nombre surgió de un afiche que Yentzen vio en casa de un amigo, “donde se me aparece la bicicleta como lo más sencillo, lo más humano, lo más del pueblo, lo que moviliza con la pura fuerza de un ser humano cuando ya no se tiene nada”.

Silvio Rodríguez en portada

Si durante los primeros dos años la revista se hizo conocida en el ambiente cultural, fue su transformación en juvenil lo que la hizo explotar. Clave fue publicar, en 1980, un especial de Silvio Rodríguez, incluido un cancionero.

“La sola idea del músico cubano en portada en los quioscos de Chile tan tempranamente en ese periodo dictatorial era una apuesta arriesgada. La apuesta fue exitosa. Catapultó a La Bicicleta como una publicación masiva que aunque nunca pasó de los 10 mil ejemplares de venta, llegó a tener una lectura de 63.000 lectores por edición, la revista mensual más leída en Chile con la excepción de Condorito, según una encuesta comercial encargada por agencias de publicidad”, cuenta Yentzen.

¿Por qué Silvio generó ese impacto? “Difícil decir. Pero la espectacularidad de Silvio se debe también a ser nuestro primer cancionero. Hacia adelante, cuando decidimos que seremos una revista juvenil, y que las revistas juveniles se anclan en una ‘banda sonora’, en una música significativa para esa generación, todas nuestras revistas tenían cuatro o cinco veces el tiraje que tuvimos como revista cultural. Y si Silvio era lo máximo, Serrat, la Mercedes Sosa, la Violeta y Víctor, y tantos otros, fueron los que trajimos de vuelta para inspirar a las generaciones de la dictadura que lucharían por la recuperación democrática”.

Cultura y democracia

Una lucha en la cual la cultura desempeñó, sin duda, un papel estelar, visto en retrospectiva.

“Sobre la acción cultural se reconstruyó la sociedad civil en los años 70 para salir a la calle tras la crisis en los 80”, asegura Yentzen. “Entre los años 75 al 82, nació y creció un gran movimiento en el que participamos un conjunto multiforme de sub-culturas: izquierdistas y cristianos, anarquistas, existencialistas y hippies, creadores y humanistas, todas desde el imperativo de la democracia, los derechos humanos y la libertad, todas articulándonos desde la plataforma de un movimiento cultural de resistencia a la dictadura”.

Para Yentzen, junto a la defensa de los derechos humanos que se generó en ese periodo, y que tuvo un gran soporte en la Iglesia Católica, “la resistencia cultural fue la acción propositiva y constructiva que dio inicio a la recuperación democrática del país, y que asomará a la calle en los 80, para culminar con el triunfo del NO el 88”.

“Aún me resulta conmovedor e impresionante revivir en el recuerdo toda nuestra creatividad en ese segundo quinquenio de los setenta. Allí se produjo efectivamente que debajo de cada piedra aparecía un artista, porque todos los que querían luchar contra la dictadura nos hicimos cantautores, poetas, actores, artistas gráficos, productores, difusores, creadores de talleres, vendedores de entradas o de suscripciones, elaboradores de volantes y rayados; y cada uno fue un resistente cultural, alguien  que debía enfrentar los riesgos de la represión”.

Un mundo muy distinto al actual, claro, casi tres décadas después.

-¿Cómo ves el panorama cultural actual?

– Es tan radicalmente distinto el contexto y las posibilidades. Y sin embargo hoy no hay una revista para la juventud que sea inspiradora y sana. Hay un mar de contenidos de todo tipo, porque hay un mar de posibilidades tecnológicas, pero no hay un sentido propositivo que pueda actuar a gran escala. Y la televisión es actualmente un derroche en la posibilidad que tiene de ayudar a construir una comunidad sana y una convivencia sana.

Hoy, para Yentzen, en un mundo donde se impuso la cultura neoliberal y la conducción de los procesos por parte del mercado, “se requiere de una gran lucha cultural que reponga la dimensión del ser humano y de la definición de proyectos de conducción social armónicos, pero a partir de una lucha alejada de impulsos y métodos destructivos”.

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