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Madrid y Buenos Aires: La soledad, el amor y la ciudad en el cine de Jonás Trueba y Gustavo Taretto Columna cinematográfica

Madrid y Buenos Aires: La soledad, el amor y la ciudad en el cine de Jonás Trueba y Gustavo Taretto

“Todas las canciones hablan de mí” (2010) del español Jonás Trueba y “Medianeras” (2011), del argentino Gustavo Taretto, son dos óperas primas de este par de directores hispanoamericanos que prometen. Ambas corresponden a propuestas de un cine intimista que opta por retratar historias mínimas y cotidianas, pero no menos complejas, en el escenario de una ciudad personalísima. Madrid, por un lado, y Buenos Aires, por el otro, casi inventadas.


Todas las canciones hablan de mí 2

Todas las canciones hablan de mí

“Voy por las calles de un Madrid secreto/ que en mi ignorancia sólo yo conozco: / nadie que lo conoce lo ve así/ ni en su ignorancia ignora lo esencial. /Creo ver lo que vi: es una creencia/ y de improviso, es cierto, lo estoy viendo/ pero en otro lugar. /La ciudad es hermosa ciertamente/ pero debo inventarla al recordarla. /No sé qué mierda estoy haciendo aquí/ viejo, cansado, enfermo y pensativo”.

Enrique Lihn, en “A partir de Manhattan

Por esas curiosidades que tiene la televisión pagada, pude apreciar -dentro de un breve intervalo de tiempo-, dos óperas primas de un par de directores hispanoamericanos que prometen. El largometraje inaugural del joven cineasta español Jonás Trueba (1981), y el debut de otro, un poco más “grande”, el argentino Gustavo Taretto (1965): “Todas las canciones hablan de mí” (2010), y “Medianeras” (2011), en ese orden.

Ambas corresponden a propuestas de un cine intimista que opta por retratar historias mínimas y cotidianas, pero no menos complejas, en el escenario de una ciudad personalísima, casi inventada. Y por eso, quizás, más verdadera y reconocible.

Todas las canciones hablan de mi

Todas las canciones hablan de mi

En estas películas, Madrid y Buenos Aires abandonan un anonimato que las puede comparar con cualquiera otra urbe del mundo, para ser ellas mismas, ser redescubiertas hasta por un espectador que jamás las ha visitado, y que sólo las ha contemplado a través de videos y fotografías. Cada cual se siente madrileño y bonaerense, a su manera, luego de ver las cintas.

Los trabajos de Trueba y Taretto hablan de literatura, arte, arquitectura, letras de canciones. Reflexionan visualmente sobre la existencia, las relaciones humanas, la necesidad de identificarse con otros seres que tenemos todos, las casualidades de una en un millón que marcan nuestras vidas. Le rinden tributo a Woody Allen, a Wim Wenders, a Richard Linklater y a la Nouvelle Vague francesa.

Los dos se inspiran en el momento justo que sucede a una ruptura sentimental, cuando acontece cierto derrumbe anímico que mueve a la introspección de los personajes, y los empuja a la espera que antecede al próximo y tal vez definitivo encuentro del amor. En ese lapso se genera la aparición de la ciudad-escenario-protagonista. En los recuerdos del pasado, en las añoranzas del presente, en las ilusiones del futuro. En los cafés, las calles, los bares, las librerías, los edificios, las veredas que transitan, y los parques y plazas que frecuentan los actores.

Todas las canciones hablan de mi

Todas las canciones hablan de mi

Una última semejanza: a pesar de que los temas abordados por los filmes son algo comprometedores, no hay desnudos ni exhibicionismos gratuitos en sus secuencias. Ni porque así lo dicte una moda, ni porque de esa forma lo exijan el público y las vanguardias. Los lentes del madrileño y del porteño son pudorosos, como si aquella elección, a contracorriente, estuviese motivada por el sentido oculto de sus guiones: la búsqueda de transparencia y autenticidad, de los vínculos entre las personas.

El filólogo Ramiro Lastra, interpretado por Oriol Vila, es el héroe de “Todas las canciones hablan de mí”; lo secunda la encantadora Bárbara Lennie, en el rol de Andrea.

Dividida en capítulos al estilo de una novela, los destacados indican las etapas vivenciales por las que avanza el veinteañero poeta pues Ramiro escribe y hasta lanza un libro de versos en la película: desde el fin de su larga relación con la arquitecta, a la instancia de un posible regreso junto a ella.

Medianeras

Medianeras

Las idas y venidas de Lastra incluyen enamoramientos pasajeros, meditaciones sobre el hecho de estar solo, desear la compañía femenina y no tenerla. En sintonía, emerge la fotografía de un Madrid radiante de luces y emociones: las plazas de España y de Oriente, la calle de Bailén, la Ciudad Universitaria, el viaducto de Segovia, la Catedral de la Almudena, la Casa de Campo y el barrio de La Latina.

La devoción de Trueba por la literatura es evidente (y se agradece). Epígrafes del novelista inglés Hanif Kureishi, del checo Milan Kundera, de la escritora Carmen Martín Gaite, de la trasandina Alejandra Pizarnik, del portugués Fernando Pessoa y del estadounidense T. S. Eliot, por nombrar, son reproducidos a fin de delinear las emociones por las que atraviesa el indeciso Ramiro.

Dos secuencias para guardar. El minuto en que Lastra analiza la canción “La estación de los amores”, del músico italiano Franco Battiato. Y el final de la cinta, sobre las laderas del jardín de las Vistillas, en ese lugar que tiene más de un aire al cerro Santa Lucía de Santiago. El poeta le entrega una carta a Andrea, justifica ese acto “ridículo”, y al fondo del ambiente, acompañando el rumor de sus palabras, y a la sorpresa de la mujer, emerge y aumenta paulatinamente el volumen de la banda sonora.

Los estelares de “Medianeras” pertenecen a Pilar López de Ayala (Mariana) y a Javier Drolas, quien encarna a Martín. La bella actriz española personifica a una arquitecta otro punto en común con el filme de Trueba y él es un diseñador de páginas web, que “labura” en su hogar.

Viven en el centro de Buenos Aires, en la misma avenida, en edificios contiguos, sin conocerse, separados por el espacio muerto de una casa pequeña, y los muros ciegos y divisorios de sus departamentos. Ese detalle bautiza el título de la película.

Las soledades amontonadas (la frase es propiedad de Ernesto Sábato) que chocan en la ciudad contemporánea, sin detenerse en el reconocimiento, la tecnología que nos aísla e impide la mirada directa a los ojos. El miedo, el buscar sin hallarse y remotamente ubicar a otro, a pesar de estar tan lejos y tan cerca. El esnobismo, la condena al fracaso y su reverso en la fórmula del éxito son los tópicos que articulan la trama de Taretto.

Medianeras

Medianeras

Con atisbos de comedia romántica y diálogos anecdóticos, nunca liviana, la amabilidad de su lenguaje cinematográfico impide que la gravedad del argumento desemboque en la desesperanza, no obstante el gusto del director por los planos nocturnos e invernales, las confesiones sinceras que rozan la decadencia y los apagones eléctricos incluidos.

El trazo urbano de la capital argentina, su plano regulador desordenado, que omite la reglamentación de alturas y permite que una torre de 31 pisos como el Edificio Kavanagh, se sitúe al frente de la centenaria Basílica del Santísimo Sacramento, en los bordes de la plaza de San Martín, resultan uno de los pensamientos que se escuchan de la voz en off de Mariana.

Bastante logrado está el clímax que anuncia el desenlace optimista para la protagonista y Drolas. El frío ha dado paso al sol de la primavera, son las dos y media de la tarde en Buenos Aires. Los desconocidos vecinos abren las nuevas ventanas que han decidido perforar, derribando las paredes medianeras de sus habitaciones. Se observan ignorantes, en un preludio de lo que vendrá. En la radio canta Daniel Johnston: “True Love Will Find You In The End”.

 

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