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París en un libro de crónicas de Vila Matas y Molloy Reseña literaria

París en un libro de crónicas de Vila Matas y Molloy

En “[escribir] París”, los autores, según sus filiaciones o manías, escriben sobre una ciudad que no les pertenece pero que, de un modo particular, ha dejado una impronta en ellos.


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Brutas Editoras es una editorial chilena de Nueva York. Eso porque sus creadoras, la escritora Lina Meruane y la poeta Soledad Marambio, viven y trabajan en esa ciudad desde hace años. Otra parte del equipo está en Chile, “el área gráfica”, y de aquí se movilizan los libros impresos a sus repisas finales.

Una de las colecciones de esta editorial que busca publicar poco pero bueno, se llama Destinos Cruzados. En ella, dos autores, según sus filiaciones o manías, escriben sobre una ciudad que no les pertenece pero que, de un modo particular, ha dejado una impronta en ellos. Ese es el caso de “[escribir] París” (Santiago de Chile, Brutas editoras, 2012, 106 páginas), en el que aparecen dos escritos geniales de Sylvia Molloy y Enrique Vila Matas.

Enrique Vila Matas (Barcelona, 1948) es un autor que no necesita presentación. En Chile es bien conocido y leído desde hace años, y la calidad de sus textos, su cultura literaria, ha deslumbrado a no pocos lectores locales.

Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1938), en cambio, es una escritora, lamentablemente, bastante poco leída en Chile. En Argentina se convirtió en autora de culto tras la publicación de “En breve cárcel” (Barcelona, Seix Barral, 1981) , considerada la primera novela lésbica de ese país. Después de su publicación en España, esta obra –que fue rechazada por Sudamericana, editorial donde Molloy ya había publicado–, circuló clandestinamente durante la dictadura de Videla a través de fotocopias.

Pero lo interesante de Molloy no es sólo la leyenda, sino su estilo. Su prosa, además de fluir con la naturalidad del habla, trabaja la memoria de manera casi obsesiva, encontrando para ella nuevas significaciones y puntos de vista que siempre invitan a reflexionar sobre un tema que con frecuencia obviamos.

Así se demuestra en otros de sus libros, “Varia imaginación” (Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2003) y “Desarticulaciones” (Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2010), por citar algunos: el primero son recuerdos varios de infancia y juventud, matizados por un conspicuo registro de sensaciones, y el segundo, son las notas –mentales y no– de una mujer que recuerda mientras visita diariamente a una amiga que padece Alzheimer.

En ambos la sutileza es norma y las visiones sobre esa relación incestuosa entre memoria y ficción, mezcladas hasta la confusión, dan muestra de un talento sobresaliente.

En el pequeño libro que presentamos, “[escribir] París”, ambos autores hacen gala de sus particulares estilos. Molloy recuerda contando, en “El París de Molloy”, anécdotas de la ciudad que conoció en 1958 y luego habitó y abandonó para regresar con frecuencia, sobre todo en los agitados meses de 1968, y más tarde.

A partir de ahí narra su encuentro con escritores de distintas nacionalidades, artistas, películas, lugares ilustres, entre otros. En una ocasión reseña un almuerzo con Victoria Ocampo en un restaurant parisino cuando, de golpe, la señora Ocampo, de ochenta y algo años, pide la cuenta para salir a la siga de un bello chico que comía en una mesa cercana: “El goce y la sed de belleza no tienen edad”, remata Molloy.

Vila Matas, por su parte, aporta un texto titulado “Aire de París” –en evidente juego con el título de su “Aire de Dylan” (2012)–, en el que el autor da señales que contribuyen a la comprensión de su narrativa y sus obsesiones literarias.

Vila Matas comparte, como de costumbre, una serie de anécdotas literatosas, sin nada de latosas sino al revés, una sesión de escritura en el mismo café donde Perec escribió “Tentativa de agotar un lugar parisino”, o el involuntariamente jocoso accidente que le costó la vida, en medio de Champs Élysées, al dramaturgo húngaro Ödön von Horváth en 1938.

El acercamiento de ambos autores a París es, aunque en ambos casos preponderantemente literario, bien diferente en cuanto a la composición y estructuración de lo narrado. Mientras Molloy se relaciona de un modo más vivencial y a todas luces testimonial, Vila Matas lo hace decididamente a través de la literatura, de su relación no como testigo, sino como lector, y compone un texto que es, en cierto modo, un complemento perfecto para «París no se acaba nunca» (2003).

Con todo, lo más importante de este libro “minúsculo, pero musculoso” –como las editoras definen su casa–, es la oportunidad de acercarse a dos autores fundamentales, y también, a una ciudad que a pesar de los siglos todavía tiene mucha literatura e historia que contar.

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