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“Ella”: El páramo amoroso de la ciudad virtual, según Spike Jonze Crítica a la película que acaba de ganar el Oscar al mejor guión original

“Ella”: El páramo amoroso de la ciudad virtual, según Spike Jonze

La cinta que derrotó a Blue Jasmine de Woody Allen, en el reciente cónclave de la Academia, es una lúcida y conmovedora historia, cuyo sencillo, pero bien armado y contundente libreto, se basa en la soledad afectiva y en la incapacidad de comunicarse que prevalecen como las características esenciales de las relaciones humanas al interior de la urbe en la era del internet.



Los corazones deshechos, al medio de la indiferencia masiva de la posmodernidad, se aprecian en el argumento favorito del director estadounidense Spike Jonze (1969), a fin de urdir la temática de sus sofisticados filmes de gran duración: exóticos motivos que escoge valiéndose de pinzas.

Así aconteció con el primero, el recordado ¿Quieres ser John Malkovich? (1999), y de esa manera ocurre con el último, el singular Ella (2013), que protagonizado por un excepcional Joaquin Phoenix, se adjudicó el domingo pasado la estatuilla al mejor guión original, sobre la alfombra roja del Teatro Dolby de Los Ángeles.

No creo que Ella sea una cinta que cuente con un hilo narrativo, unos parlamentos de mayor calidad y un genio dramático mejores que la Jasmine de Woody Allen; sin embargo, el escándalo por supuestos abusos sexuales contra una de sus hijas adoptivas en que se vio envuelto el mítico autor, a pocas semanas de la entrega de los galardones más importantes de la industria cinematográfica, le dejaron la vía libre a Jonze. Dudar de aquello, omitir esa realidad, sería querer tapar el astro diurno con un dedo.
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A pesar de correr provisto de esa ventaja, el cuarto largometraje en la trayectoria del realizador de Adaptation (2002) resulta una pieza de gran valor artístico si consideramos los pormenores que dan cuenta de su acción. Completa en sus secuencias, sin cabos sueltos, generosa en detalles y apelando a recursos estéticos bastante simples para desarrollarla (una línea temporal continua, un par de flashbacks); el director —quien en esta pieza repite el crédito como creador del guión—, estructura un sólido relato, en el que el flujo de la conciencia del solitario Theodore (Phoenix) se transforma en la principal vía por la que marchan y desfilan los acontecimientos.

En el proscenio de una capital que puede ser cualquier centro urbano del primer mundo, y que Spike Jonze monta de una frialdad espeluznante sobre Los Ángeles, y encima de una cuadra anónima de Shanghái, con escenarios pletóricos de cemento y rascacielos rodeados por desiertos de asfalto, sin el menor asomo de árboles y de verde, un escritor de cartas (el rol estelar), quien si bien redacta con sensibilidad los sentimientos de sus clientes hacia otros terceros, aparece en los cuadros, no obstante, incapaz de observar su agobiante y desgraciada orfandad afectiva.

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Theodore se acaba de divorciar, y en ese trance, bajo la vivencia de ese duro golpe emocional, halla el consuelo que necesita con el propósito de recuperarse, en la compañía de la seductora voz femenina de un nuevo sistema computacional (grabada por Scarlett Johansson), recién lanzado al mercado. Ese cautivador sonido, recibe en la cinta, el nombre de Samantha, la “ella” del título.

El conflicto del protagonista en ningún caso sería con las mujeres, de acuerdo a lo reseñado por ciertos comentaristas de la prensa chilena, sino que, creemos, consigo mismo y con su errada opción de buscar en la ficción del ciberespacio lo que teme y tiene pavor de encontrar en la sincera figura de seres de carne y hueso de su cotidianidad, tan normales, reales y deficientes como él durante el transcurso de sus horas y días.

Las personas, los espacios, los objetos y los artefactos que amamos están condenados a desaparecer y a dejarnos estacionados en las penas y las lágrimas, reflexiona Jonze. Aspiramos al amor con todas nuestras fuerzas, a que simplemente alguien nos diga que nos quiere, y el universo, en cambio, nos devuelve el alma vacía y cansada, piensa el personaje de Phoenix. El pasado no es nada más que una historia que nos inventamos, dice Samantha, empero debemos acostumbrarnos a los despojos, al dolor, y a la muerte que nos sobrevendrá sin que podamos oponerle un mínimo gesto de resistencia, asumen Theodore y su amiga Amy.

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Ella es un examen despiadado a la cultura de la inmediatez digital, a la adoración del becerro de oro de la tecnología omnipotente; también, exhibe un cuestionamiento penetrante a la preferencia que subyace, en una fracción gravitante de los ciudadanos de la aldea global, por intentar forjar sus vínculos identitarios apoyados al lado de las imágenes —en el cobijo de las redes sociales de la web— antes que junto a las personas situadas a nuestro lado por las sencillas circunstancias de un azar lleno de significación.

Y aún así persiste la esperanza y la respuesta totalizadora de los hechos mínimos, humanos y pequeños del diálogo y de la conversación. Aunque Spike Jonze resuelva el asunto en claves algo predecibles, vale el esfuerzo comprar el ticket y disfrutar de esta cinta minimalista, coherente sin dejar de ser ambiciosa, e instalada en un contexto sideral.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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