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Opinión: Fuguet, el otrora autor juvenil cumplió 50 años El autor de «Mala Onda» ha publicado 15 libros

Opinión: Fuguet, el otrora autor juvenil cumplió 50 años

Marco Fajardo. Periodista.


Alberto-Fuguet

El joven retornado de California, el estudiante de Periodismo de la Chile que hizo su práctica en la sección policial de Las Últimas Noticias, el pendejo expulsado del taller de José Donoso por no leer a los clásicos rusos, el columnista juvenil del Mercurio (¿alguien olvidó a Enrique Alekán?), el autor de “Mala Onda”, el cineasta que debutó como director con un film sobre los que se vendieron o arrendaron al “sistema”: el pasado viernes, este autor cumplió 50 años.

El escritor joven (publicó su primer libro a los 27 años, cuando hacerlo era mucho más difícil que ahora) se ha convertido en un autor maduro, con 15 libros a su haber (novelas, cuentos, antologías), siempre en primera división. Y no sólo eso: también ha hecho cine: dirigió tres largometrajes, dos cortos y varios videoclips, obras en las cuales además muchas veces fungió como productor y guionista. Con un film (“Música campesina”) hasta ganó el festival de Valdivia.

¿Cuál es su lugar en la literatura chilena? ¿Ha influido en la nueva generación literaria (o cinematográfica? ¿Y por qué ha generado tanta animadversión en algunos? Aquí opinan críticos, escritores y actores.

Joven y gringo

Al principio Fuguet ni siquiera quería ser escritor. Si en los 80 hubiera habido una Escuela de Cine, a lo mejor habría ingresado allí. Pero no había. Estudió periodismo en la Universidad de Chile, donde era “el gringo”, un tipo sospechoso para “La Jota” que, según recuerda, “gobernaba la Escuela”. Nació una animadversión (que con su debut literario se incrementaría), ya entonces probablemente mutua: Fuguet no comulgaba con la cultura lana y tampoco era –al menos claramente- de izquierda.

Hizo la práctica en la sección policial de Las Últimas Noticias (una vivencia que luego inspiró su novela “Tinta roja”, publicada en 1996) y, terminando la dictadura, comenzó a escribir en “El Mercurio”. Era la columna de Enrique Alekán (1989), un joven yuppie y light.

Pero Fuguet no era eso. Porque de alguna forma, Fuguet “mataría” a Alekán con sus dos primeros libros: “Sobredosis” y “Mala onda”, llenos de realismo, drogas y violencia. El primero, una colección de cinco cuentos, fue, en palabras del escritor coetáneo Rafael Gumucio “una enorme salida del closet” para la sociedad y la literatura chilena. Allí hablaba de los 80, del Frente, en un lenguaje ágil y coloquial. Para Gumucio, “supo ver lo que sin querer ni la derecha ni la izquierda querían mostrarnos. Su facultad innata para contar historia, sus enormes ganas de estar en todas despertó a muchos de la siesta épica en que vivíamos”.

Y cuando muchos aún no habían terminado de digerirlo, apareció “Mala onda” (1991), que terminó siendo una bomba, no sólo por las críticas sino por su éxito de ventas. Su protagonista, Matías Vicuña, era un joven de la clase alta santiaguina que en septiembre de 1980 se dedica a follar, a drogarse y de paso cuestiona –un cuestionamiento adolescente que termina siendo político- a la dictadura que gobierna el país.

“Estoy en la arena, tumbado, raja…”, comenzaba aquel libro antecedido por la cita de una canción de Faith No More, el grupo de su amigo personal Mike Patton. Un libro saludado por la revista “Caras” y el diario “La Época”, aunque el crítico literario del Mercurio, el cura Ignacio Valente, lo destrozara: “Estamos ante un proceso humano regresivo, de retorno a ciertas formas de barbarie sofisticada…”

Es “un libro fundamental dentro de una generación, una época”, estima la escritora Claudia Apablaza. “Se representa muy bien la vida de un chico hastiado de todo, sus padres empresarios, el Chile conservador y la dictadura”.

Globalizador

Fue en esa época que Fuguet sería uno de los pilares del suplemento juvenil “Zona de Contacto” de El Mercurio, junto al escritor Sergio Gómez y periodistas como Alfredo Sepúlveda y Felipe Bianchi. Junto a Gómez dirigiría los talleres literarios, que darían origen al libro “Cuentos con Walkman” (1993).

Los noventa fueron los años de la globalización –económica, política, cultural- y Fuguet lo retrató en sus personajes. Sergio Cancino, hoy director de Radio Uno, ex miembro de la Zona de Contacto, afirma que Fuguet “decidió que popular tenía que ver más con el retrato de una generación globalizada, que con las postales de la marginalidad a la chilena”.

Y fue justamente eso lo que causó rechazo entre muchos. “Mirado en perspectiva creo que hubo mucho de envidia en la crítica”, señala el actor Luciano Cruz-Coke, que protagonizó su primera película (“Se arrienda”). “Se ensañaron. Alberto incomodó a quienes vendían al mundo una postal mágica y doliente de Latinoamérica que a esas alturas era completamente postiza. (…)El discurso del intelectual maldito latinoamericano se iba al tacho si la estrella emergente de la literatura chilena andaba con un walkman y no le parecía ningún sacrilegio almorzar en un McDonalds”.

A pesar de los ataques, Fuguet seguiría adelante. “Tinta roja” (1996) lo llevó a conocer a la saga de autores chilenos “malditos” liderados por Alfredo Gómez Morel y su legendaria novela “El río”. Con un éxito no sólo literario: “Tinta roja” sería llevada al cine por el peruano Francisco Lombardi, en una primera aproximación de su obra al séptimo arte que tanto ama.

Siguieron “Por favor rebobinar” (1998), “Las películas de mi vida” (2003) y muchas otras. Entre sus últimas se destaca “Missing” (2009), no sólo por su madurez, sino también por incursionar en otros géneros (como la poesía). “Un relato formidable, conmovedor, muy ameno y singular”, en palabras del crítico Camilo Marks.

Multifacético

Su evolución ha llevado a que muchos hayan reevaluado su obra. “Al principio todos odiaban a Fuguet, cuando se le veía como el escritor de ‘Mala onda’”, dice Apablaza. “Luego comenzó a hacer cine y otro tipo de libros y muchos cambiaron esa opinión, incluso reevaluaron «Mala onda« desde otro lugar”, dice.

“Fuguet, manteniendo su identidad y su estilo tan único, original, personal, irrepetible, ha evolucionado mucho y muy bien, con ocasionales altibajos, por supuesto inevitables, aunque siempre manteniendo ese sello tan propio que lo caracteriza”, señala Marks. “En conjunto, creo que su obra sigue tan vigente como ayer”.

“Sólo puedo decir una cosa: Fuguet es el mejor escritor de mi generación”, sentencia Gómez.

“Su talento como patentador de términos y constructor de fenómenos mediáticos ocultó durante demasiado tiempo su talento para contar y una cabeza que piensa por sus propios medios”, asegura Gumucio. “’Missing’ hizo justicia en ese sentido. Es uno de los grandes libros de la literatura en castellano y una síntesis de todos lo que Fuguet ha intentado hasta hoy. Tengo la impresión que es sólo el comienzo”.

Para Cruz-Coke, su obra literaria y cinematográfica es el retrato sin anestesia de lo que Chile quiso ser en los 80-90. “Muestra su sociedad con la mirada de aquella en la que el país quería verse. Y pincha en el nervio, transgrediendo sin buscarlo”, asegura.

Escritores como Carlos Labbé, en cambio, son lapidarios frente este autor. «Para mí él no es escritor ni su obra ocupa lugar alguno en la literatura de Chile, tampoco en la de Miami, Florida», señala. «Ocupa, sí, un lugar cardinal en la política y el periodismo chileno de los últimos 30 años, en la elaboración de una nueva retórica del yo que el neoliberalismo pinochetista y concertacionista necesitaba una vez vaciada el habla chilena de cualquier discurso colectivo, al imponer a través de la violencia del poder mercurial un registro pop, melancólico, masculino y snob, es decir paralizante, excluyente y arribista. Para mí es una figura importante para la creación de un discurso periodismo acrítico, hípercomercial, subsidiario de las políticas de los Estados Unidos en los 80 y 90 para Latinoamérica».

«Por eso mismo ha recibido tanto aplauso en los medios, universidades y lectores afines a esa operación», remata.

Por ahora, para algunos su influencia ya se ve en la nueva generación. Apablaza registra sus huellas en obras de autores nuevos, como Alfredo García Cid. “También la vi en su momento en escritores como (Álvaro) Bisama, (María José) Viera Gallo, (Antonio) Díaz-Oliva y Diego Zúñiga. Pero más que una influencia directa, veo mucho el respeto por el autor, que también es otra forma de influencia”.

“Aunque pocos se atrevan a confesarlo, una generación completa de escritores y periodistas se formó al alero de lo que Alberto creó y, silenciosamente, lo reconoce como su líder natural”, asegura Cruz-Coke.

¿Quedará algo de él en el futuro? Difícil decirlo. Para Marks, “eso se mide en períodos de tiempo que van de los 50 a los 100 años, como mínimo”. Habrá que ver donde esté cuando cumpla 100 años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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