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Crítica: “Balada de un hombre común” de los hermanos Coen Es la más reciente creación de esta incombustible dupla creativa

Crítica: “Balada de un hombre común” de los hermanos Coen

Omitida vergonzosamente por la Academia, esta película es una poderosa reflexión audiovisual sobre la soledad inherente del ser humano, la búsqueda de un sentido a la existencia, la persecución interminable del amor y el consuelo que significa tener una gran pasión que nos aliente en la vida para enfrentar el más profundo y desolador desarraigo. Además, las actuaciones de Óscar Isaac y Carey Mulligan son de un nivel superlativo.


Balada 10En la reciente entrega de los premios Oscar, Balada de un hombre común (2013), un filme escrito y dirigido en conjunto por Ethan y Joel Coen, pudo haber vencido en cualquiera de estas cuatro menciones sin mayores problemas ni cuestionamientos de algún tipo: mejor actor, mejor guión original, mejor película y mejor actriz de reparto.

La pieza que abordamos, empero, no ganó en ninguna de los dos categorías donde erróneamente compitió (fotografía y mezcla de sonido), y permaneció con su palmarés vacío. Así de increíbles suelen ser los fallos que se dirimen en Los Ángeles cada temporada, que ignoran a trabajos que en su simbolismo cinematográfico se dan el gusto de hacer referencia –justificadamente- a cumbres culturales de la humanidad como la Odisea de Homero, la idea del eterno retorno de Friedrich Nietzsche, y el celestial lied del último movimiento de la Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler.

Una película que, aparte de poseer esa altura intelectual, una dirección de arte de impecable factura y un libreto pleno de sorpresas y consistencia narrativa, propio de sus autores, cuenta con la soberbia actuación de su protagonista, el actor guatemalteco Óscar Isaac, y el desempeño sobresaliente de la actriz que lo secunda, la inglesa Carey Mulligan.

Esta última, una ejecutante que es capaz de encarnar con igual talento interpretativo a una mesera de clase media baja casada con un presidiario (Drive), a una hermosa y sensible soñadora (Nunca me abandones), a una cantante perdida y promiscua (Shame), a una fina y delicada mujer de la alta sociedad (El gran Gatsby), y en esta oportunidad, a una cínica y manipuladora adúltera: en todas las situaciones, con roles dotados de una veracidad dramática que no hace dudar jamás al espectador que la observa boquiabierto.

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Ambientada en el año de gracia de 1961, Balada de un hombre común describe el viaje iniciático de Llewyn Davis (Isaac), un cantante y compositor de música folk que bordea impávidamente la treintena. Oriundo del Greenwich Village, de Nueva York, el vocalista sale de vez en tanto de su urbe natal con el propósito de cambiar su paupérrima suerte y hallar por fin un esquivo triunfo e ignoto destino, en compañía de su inseparable guitarra. Las letras plañideras y nostálgicas -que producen un prendamiento estético espontáneo en el ánimo de la audiencia- se escuchan durante las casi dos horas del celuloide.

Con una tranquilidad y dominio de sí mismo, inherentes al sujeto experto en saltar las adversidades comunes que cree hallar en el camino a la gloria, convencido del éxito final en su lucha por el reconocimiento, el personaje de Isaac soporta el precio de esa coyuntura sin quejarse.

De esa forma, el guitarrista padece desde la pobreza de medios financieros, pasando por la fragilidad material, el ser rechazado como huésped en la casa de su hermana –su único pariente vivo-, hasta tener que alojar en lugares donde en realidad es despreciado, sufrir los crueles insultos de su amante por dejarla embarazada y verse en la patética obligación de buscar los recursos con el objeto de solventar un aborto.

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Por momentos, Davis recuerda a otro personaje vital en el derrotero profesional de los hermanos Coen: al peluquero de El hombre que nunca estuvo (2001), en la caracterización de una pasividad que se confunde con el nihilismo, pero que en verdad sólo es incapacidad de asumir que se navega a la deriva, desprovisto de velas y de brújulas, en las corrientes embravecidas del mar de la existencia.

Ése es el paraje sin límites por el que los directores y guionistas debaten acerca de la falta de identidad de Llewyn, carente de fuerzas para luchar por el amor que necesita y se encuentra al alcance de su mano, anulado el impulso natural por conocer a otro hijo de cuyo nacimiento se entera imprevistamente.

Y en uno de esos trayectos, en el regreso a la ciudad de origen, la Itaca idealizada, bajo una tempestad de nieve que se derrite mientras conduce por las pistas de una carretera perdida y nocturna, se eleva al cielo la voz de la soprano de Mahler.

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“Las voces angelicales nos cantan /Y alientan nuestros sentidos /A despertar en la alegría.”, recita el agudo que traspasa los parlantes del automóvil. Luego vendrán un gato de nombre Ulises, y una golpiza que se repite.

Balada de un hombre común dista por lejos de ser una crónica del fracaso y de la derrota -en la insistencia obvia de cierta crítica simplona- ni tampoco dibuja la cartografía y menos las correrías de un músico frustrado, el que se “luciría” por los callejones de la marginalidad y de la desgracia a lo largo de la costa atlántica norteamericana.

Esta hermosa cinta, al contrario, de una cámara que filmó sin un cuadro sobrante, resulta una lograda fábula de la esperanza, de la victoria y de la plenitud que aguardan al espíritu que alimenta un entusiasmo tan incólume, que le permite levantarse a pesar del dolor y de los golpes inclementes que ha recibido.

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A Llewyn Davis le sobran pathos y derroche, en cambio escasean su talento y su genio. Vincent Van Gogh le escribió estas palabras a su hermano Theo, en una célebre carta: “Cuántas bellezas en el arte, con tal de poder retener lo que se ha visto. No se está nunca entonces sin trabajo ni verdaderamente solitario, jamás solo”. En estas líneas inmortales, se esconde la simbología oculta de esta película formidable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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