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Somos Cultura: ¿lo sabe Bachelet y su Nueva Mayoría, o son perversos? Opinión

Somos Cultura: ¿lo sabe Bachelet y su Nueva Mayoría, o son perversos?

Raúl Rispa. Teórico, emprendedor en economía y política de la cultura, escritor y editor.


Foto: Agencia Uno

Foto: Agencia Uno

Cultura es cuanto es producto y actividad no biológica de la especie humana, lo diferente de la natu­raleza –y de hecho, buena parte del medio natural es también resultado de la acción antrópica, como es obvio en la agricultura–. Cultura es lo que hace del Homo Sapiens un ser humano, distinto y único de todas las demás entidades vivientes, y en especial de sus más cercanos prehomínidos. Tal esfera de lo cultural es la más amplia y multifacética multicapa, interrelacionada, sistémica, multidisciplinar, transversal, interdisciplinar, implicando en términos sociológicos y económicos al indi­viduo, a grupos sociales y comunidades, al conjunto social de una región de un país, a la sociedad entera de la nación, a una región continental, a un continente, a toda una civilización –Occidental y otras– y, en muchos aspectos y estratos, a todo el conjunto de la humanidad. Es tan consustancial al vivir humano como el aire que respiramos. Más aún, es sencillamente lo que nos hace humanos, no mamíferos sin más.

Y sin embargo la Cultura está en Chile arrinconada, preterida, minusvalorada, controlada, ahogada, cooptada entre pocos, administrada de manera que contribuya al statu quo neoliberal que domina la sociedad y la brutal desigualdad (creciente de forma vertiginosa), todo al servicio de la hegemonía (Gramsci) imperante.

Nuestra Constitución, instituciones organizativas y jurídicas, clase política y sus partidos, sindicatos, por no hablar de otros poderes de hecho que operan fuera de ese plano de la actividad política reglada –desde las grandes corporaciones hasta los movimientos sociales como los estudiantiles, ahora ya insertados en el sistema–, no han creado mecanismos públicos y políticos de entidad y alcance proporcionales que cuiden de aquello, crítico y ontológicamente esencial, lo que nos distingue de los animales: la Cultura. Así que, mucho menos aún, de actuar de manera sistemática y proactiva como factor de desarrollo humano –económico, social, cultural– que haga a los indivi­duos más felices, con mejor calidad de vida, con mayores conocimientos y espíritu crítico que les nutra de libertad.

A la Cultura se la tiene aquí como un adorno, un florero –hace años desplazado en la sala de estar por el televisor–, cosa marginal a la que hay que dar alguna institucionalidad y un poco de dinero para quedar bien, como una limosna social, o como eventos efímeros y por lo general intransitivos de espec­­táculos y entretención. Y así, subcampos de infinita menor trascendencia real en todos los nive­les, se midan como se midan, disponen de institucionalidad y recursos públicos muy superiores a la Cultura. Sólo la ignorancia o la maldad –consciente o por inercia continuista de burócratas que se turnan en la maquinaria de poder según los resultados de las elecciones– pueden llevar a que Chile, por dar un solo ejemplo, tenga un Ministerio de Deportes y no uno de Cultura, aberración y antigualla de la que trataremos  en otra contribución. Una persona tan poco sospechosa de progresismo izquier­dista como Dª Paloma O’Shea, pianista, mecenas, presidenta de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, esposa del Presidente del octavo banco del mundo, el Santander, notoria por su discreción pública, una vez, hastiada, exclamó en la prensa: “¡Menos deporte y más Cultura!”.

Que las derechas ejerzan esa no explicitada, pero no menos real y subterránea o apenas disimulada política cultural es absolutamente lógico y coherente con su visión del mundo, con su misión y defensa de conservar el orden económico de las élites oligárquicas, cuando no monopolistas. Una Cultura productiva, creativa, innovadora, de rango y estándares internacionales, asumiendo  riesgos, ofreciendo crítica, lucidez y resistencias a lo preestablecido, alternativas al pensamiento único que han insertado en el cerebro de la población el simplex dictum de que no hay otro mundo posible… es un  peligro. Las derechas políticas y económico sociales lo saben bien. Así que, por ahora, no está mal que la Presidenta Bachelet lo sea, si bien que haya triunfado con el voto de sólo uno de cada cuatro chilenos, debiera hacer sonar todas las alarmas de la separación entre el pueblo y la clase política, brecha cre­ciente por lo autorreferencial y endogámica de ésta. Es la Cultura la que llevaría a las urnas al 50% de la nación que no quiere votar. Y eso no interesa a nadie de la casta política conservadora, donde se sitúa la mayor parte del propio Partido Socialista –lean a Jorge Arrate, por ejemplo–.

Y sin embargo, qué grave error de estrategia-país se está reiterando en esta nación por no atender al factor clave que, en una sociedad de la información, en una sociedad y economía basadas en el conocimiento, son las industrias culturales y creativas, o mejor, industrias del copyright, quienes generan  en cualquier país medianamente avanzado –a lo que aspira Chile, se dice de forma acrítica– el 95% de la creación, producción y difusión de bienes y servicios de Cultura. Si la mayoría de la población chilena es analfabeta funcional, si la élite educada, el 5% de los chilenos, dan un puntaje cuyos individuos son equivalentes al simple “hombre medio de la calle” de Suecia –datos del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile–, entonces estamos perdiendo el tren del futuro que está ya circulando a velocidad vertiginosa.

La derecha política tiene en materia cultural una concepción clara y definida; que sea malévola y restrictiva es otra cuestión, pero la tiene y actúa en consecuencia: mantener la hegemonía de sus mandantes. Que éstos, esas ocho familias que han pasado en sólo diez años de poseer ––cito de memoria– el 12% de la riqueza nacional a nada menos que el 24 % de la misma, no se interesen por un cambio de economía nacional también tiene su lógica, aunque sea de vuelo bajo: viven muy bien así, sin esfuerzo ni riesgo a cambiar el modelo de negocio. Como ha dicho el gran Zygmunt Bauman, en el estado actual de cosas «el crecimiento del PIB sólo hace más ricos a los ricos”.

Por el contrario, una centro-izquierda moderada debiera salir, por imperativo ético, conceptual, concepción del mundo, y no traicionar sus raíces ideológicas, a mirar al menos –no digo ya leer o estudiar– lo que significan hoy la producción, distribución y difusión de bienes y servicios culturales. Cuando menos, desde una de su doble faz inseparable: la económica –dejemos para luego su otra facies, la de valor simbólico, o sea, cultural–. Se suelen desconocer los atributos de los bienes culturales, que son de carácter público o semipúblico y por ello, ante la llamada en teoría cconómica “falla del mercado”, la propia teoría de economía política neoclásica y del libre mercado ha resuelto el problema: intervención del Estado para suplir los recursos que ese “libre” mercado no asigna a ese tipo de bienes y servicios.

La mediocridad y cerrazón de nuestra clase política en la materia lleva a que desconozcan algunos datos irrefutables. Por ejemplo, que la ONU lleva bastantes años promoviendo la Cultura como factor clave para el desarrollo sostenible –Culture: Key to Sustainable Development ha sido el último Con­greso internacional, en Hangzhou, China, mayo 2013, sin que acudiera nadie del Gobierno chileno–: sin capital humano no hay desarrollo posible –Arrow y varios Nobel de Economía más–; y para la  formación de capital humano la educación es necesaria, pero no suficiente.

O que en cualquier país avanzado los fondos públicos dedicados a Cultura y sus industrias no son gasto sino inversión –¡incluso en Estados Unidos!–. En este país ultracapitalista puro, ¿sabe la Presidenta Bachelet y su Nueva Mayoría que en Estados Unidos el valor añadido de las industrias del Copyright suman más de un trillón (en americano) de dólares, exactamente en 2012 la cifra fue de $1,765.2; o más del triple que la construcción, con $558,7; o el 52%? % más que la medicina y asistencia social con $1,164,8; o el 42% mayor que las ahora dramáticamente famosas finanzas y seguros con $1.242,3? ¿Y que es una industria del Copyright creciendo a más del doble de la media del PIB de la Eeconomía total de EE.UU.?

Me temo que no, pues en dos meses no logré obtener para las elecciones el plan de política cultural ni del Partido Socialista ni del Partido Comunista –y en éste duele y desconsuela aún más–. Las 3,5 páginas sobre Cultura del programa electoral del PS es un batiburrillo de cosas secundarias, inconexas, inarticuladas, viejas, de la mitad del siglo pasado, sin visión del siglo XXI ni estrategia alguna, pura inercia de burocratismo, de una pobreza intelectual en la teoría y política cultural asombrosa…

Así que, para quienes no le gusten las cifras, es imprescindible subrayar que todos debieran saber que ya hace 2.400 años dejó asentado Platón:  “la Cultura es el alimento del alma” –y sin alma, no somos–. Por tanto, habrá que seguir el combate brechtiano de tener “que luchar por lo  evidente”.

 

*Quienes lean este texto, y siguientes artículos, obtendrán una respuesta clara, articulada sobre las Teorías Crítica y de la Cultura pero, al tiempo, inseparables de la pericia –expertise en la jerga del neoliberal– de 45 años de Praxis real en autoría, investigación, producción y difusión en edición internacional de alto nivel, arquitectura, música, cine y otros varios emprendimientos en el “campo cultural” (Bourdieu). Y ello incluye el asesoramiento a Ministros de Cultura, la co-redacción de Leyes, Políticas Culturales, Planes de Bienes y Patrimonio Cultural, innovación pionera en nuevas tecnolo­gías de información y los New Media electrónicos, en o para Organismos públicos Internacionales, España, las Américas y Europa.

[Nota: redactado ya este papel, aparece en la web cultura.gob.cl/institucionales/entrevista-ministra-claudia-barattini/, una mini-(pseudo) entrevista, cuya inanidad ya puede dar al lector avisado una respuesta, que por ahora debiera ser provisional.]

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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