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Octavio Paz, el «hombre puente», según la Premio Cervantes Elena Poniatowska El 31 de marzo se celebra el centenario de su nacimiento

Octavio Paz, el «hombre puente», según la Premio Cervantes Elena Poniatowska

La autora de «Octavio Paz: la palabras del árbol» (2009), una biografía donde recupera las entrevistas y las charlas que mantuvieron durante años, considera que Paz «fue un hombre puente porque unió a México con Japón, unió a México con Francia», y al ganar el Premio Nobel «situó a México en un punto muy importante».


 

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El poeta Octavio Paz fue «un hombre que vivió para las letras», que unió a México con otras naciones y estuvo ligado a las causas sociales, destacó la escritora mexicana y biógrafa del Nobel de Literatura de 1990, Elena Poniatowska.

«Fue un hombre puente porque unió a México con Japón, unió a México con Francia», y al ganar el Premio Nobel «situó a México en un punto muy importante», señaló la autora de Octavio Paz: la palabras del árbol (2009), una biografía donde recupera las entrevistas y las charlas que mantuvieron durante años.

Para cualquier país latinoamericano, ganar e Nobel es «aparecer de pronto en el mapa; para Colombia, Gabriel García Márquez ha sido providencial», comentó la ganadora del Premio Cervantes 2013.

La autora de «La noche de Tlatelolco» recordó que conoció a Paz (1914-1998) cuando era muy joven en una «gran cena» que el también escritor Carlos Fuentes ofreció en 1953 en honor del poeta al regreso de este al país después de una misión diplomática.

«Allí lo conocí y se veía (…) muy feliz», aunque en aquella época «no se vestía bien como cuando se casó con Marie José Tramini, quien lo empezó a vestir como un dandi», recordó la novelista y añadió que era «un hombre guapo y lo sabía».

«Yo estaba escandalizadísima con él porque (en Libertad bajo palabra) escribió que el sexo de la mujer era el horno donde se fabricaban las hostias y yo era una niña que me persignaba a cada rato y pedía perdón todo el día».

En aquel primer encuentro, «le dije que le decían el becerro de oro porque todos lo adoraban», un comentario que cree que no le gustó «tanto».

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«Luego nos quisimos mucho», pero después de muchos años «él se enojó cuando hice la novela de Tina Modotti (Tinísima, 1992)» pues, en su opinión, «no tenía por qué dedicarle un solo esfuerzo a una comunista y a una estalinista».

«A mí no me distanció, pero yo creo que él no estaba contento con eso», dijo Poniatowska, quien recordó que conserva poemas que Paz le corrigió. «Todavía está ahí su letra, tengo que buscarlos porque todo está en cajas», agregó.

Recordó que Paz escribió el prólogo de La Noche de Tlatelolco, que narra la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968, un episodio que llevó al poeta a renunciar a su puesto de embajador en la India.

Paz «había visto fotografías y cosas que nunca vimos en México porque fueron censuradas y prohibidas» y renunció a su cargo en rechazo a la represión del Gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Además de la labor de Paz como diplomático y traductor, Poniatowska destacó su papel como editor al fundar varias revistas, entre ellas «Plural» y «Vuelta», en las que promovió a muchos jóvenes, como Alberto Ruy Sánchez, Enrique Krauze y Christopher Domínguez.

Declinó decantarse por el Paz poeta o por el ensayista porque «los dos se complementan», y señaló que su obra cumbre es El laberinto de la soledad (1950), un análisis de México en que habla «de la chingada, nuestra madrecita que se entregó a Hernán Cortés», y de que «somos un pueblo inseguro y gritón».

«Fue un hombre enlace, puente, que liga a los países entre sí», insistió Poniatowska tras recordar que «se interesó muchísimo por Japón, tradujo y escribió él mismo haikús (poemas cortos de origen japonés)».

«También se interesó muchísimo por traer a México el surrealismo», aunque André Breton, uno de los más grandes exponentes de este movimiento, ya había estado más de tres meses en el país en 1938.

La periodista recordó que después de que ganó el Nobel en 1990, Paz se convirtió en «el intelectual que el país presentaba al mundo». Cuando llegaban los presidentes, el escritor era el «interlocutor verdadero».

Era «la gran figura» que México podía ofrecer. «Supongo que no se puede sustraer a este pedestal en el que te colocan; era como el santo, el intelectual (…), era todo», dijo Poniatowska, quien consideró «muy difícil criticarlo en ese sentido».

Reconoció que el poeta tuvo un «desencanto» con la izquierda como lo tuvieron muchísimos otros, un tema difícil para Poniatowska, porque, dijo, ella ha estado siempre «del lado de las causas de los más débiles y de los más abandonados, y eso –dijo– es estar del lado de la izquierda».

Sin embargo, apuntó, fue un hombre cercano al pueblo, «que tomaba en cuenta a los demás» y que «estuvo ligado incluso a las causas de los indígenas».

Ahí está su poema circular Piedra de sol y Magia de la Risa, un libro «de una enorme alegría sobre las caritas sonrientes» de los indígenas totonacas.

«México lo amó muchísimo» y merece este homenaje con motivo del centenario de su natalicio, que se cumple el 31 de marzo. «Es un hombre que vivió para las letras» y que «ha sido importantísimo para México», remató.

Octavio Paz, cien años de poemas, un siglo de ideas

«Para mí la poesía y el pensamiento son un sistema de vasos comunicantes. La fuente de ambos es mi vida: escribo sobre lo que he vivido y vivo», decía Octavio Paz en el prólogo de La llama doble, una idea que resume a este intelectual total del siglo XX que el próximo día 31 hubiera cumplido cien años.

Porque para Paz, un torrente de palabras e ideas, una figura oceánica cuya prolífica obra, tanto en prosa como en verso, está más viva que nunca por su constante modernidad, su experimentación, su transcendencia, su idea del tiempo y del presente o su discurso sobre el diálogo y la tolerancia, todas las artes y experiencias estéticas van a dar a la poesía.

Y es que este creador nacido en Mixcoac (México) en 1914 y muerto en la capital azteca en 1998, que ganó premios como el Nobel de Literatura, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Jerusalem o el Internacional Menéndez Pelayo, entre otros muchos, es un gran clásico moderno que indagó en todos los caminos, que experimentó en las vanguardias y que descubrió las culturas india y oriental para muchas generaciones, sin perder el diálogo con la tradición.

Hijo de un abogado que trabajó para Emiliano Zapata y de Josefina Lozano, descendiente de españoles gaditanos, Paz comenzó a escribir desde muy temprano y, en 1937, tras finalizar sus estudios de Derecho en la Universidad Autónoma de México, viajó a España para apoyar la República y participó en Valencia en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas.

En él conoció a muchos poetas de la generación del 27 y de la revista «Hora de España». El viaje lo hizo con su primera mujer, la escritora y periodista mexicana Elena Garró, con la que tuvo su única hija, Elena, y de la que se divorció en 1959.

Después se uniría a Bonna Tibertelli y, en 1965, cuando ya era embajador de México en la India, se casaría con Marie-José Tramini, su compañera hasta el final de su vida.

A su vuelta a México fundó la revista «Taller», donde dio cuenta de una nueva sensibilidad literaria, y en 1943 se trasladó becado a Estados Unidos. En 1945 ingresó en el Cuerpo Diplomático de Estados Unidos y fue destinado a Francia, donde comenzó su relación con las vanguardias, con los surrealistas, con Bretón a la cabeza, y donde descubrió el amor y la libertad como alimentos para su poesía.

En París escribió El laberinto de la soledad, uno de sus más simbólicos y reconocidos ensayos junto con El arco y la lira (donde teoriza sobre la poesía como forma de vida), en el que habla de la identidad mexicana.

Fue embajador en París, Tokio y Nueva Delhi, destino en el que se encontraba en 1968 cuando en su país se produjo la matanza de Tlatelolco contra el movimiento estudiantil, por orden del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Paz dimitió de su cargo por solidaridad con las víctimas y desde ese momento se dedicó de lleno a su obra.

Fundo dos revistas fundamentales: «Plural» (1971-1976) y «Vuelta» (1976-1998) con la idea de renovar el panorama cultural mexicano, de hacerlo más abierto y dar cabida a la poesía, la crítica literaria, la filosofía y el ensayo.

Transgresor, cosmopolita, enciclopédico, hondo, los temas de Paz abarcan todo. El pasado prehispánico de México, el lenguaje, la soledad, el tiempo, el erotismo, el amor y la poesía como vehículos para la transcendencia del hombre, ocupan su pensamiento y su cosmovisión.

Pero la India, donde pasó seis años, marcó un antes y un después en la vida y obra del intelectual mexicano, que hizo también incursiones por Ceilán, Afganistán o Pakistán y escribió tres libros de, poesía, narración y ensayo: Ladera este, El mono gramático y Vislumbres de la India.

«En esos poemas procuré expresar –escribe Paz– las impresiones, observaciones, emociones y sentimientos de un poeta de lengua española ante un mundo o, más bien, mundos desconocidos… Mundos de afuera y también de adentro: mi vida misma, con mis pasiones, obsesiones, titubeos y sentimientos».

«Viajes en el espacio exterior y en el interior –continúa–, realidades que vemos alternativamente con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, paisajes nunca vistos y paisajes siempre vistos: la extrañeza de la India se fundió con mi propia extrañeza, es decir, con mi vida».

La figura de Octavio Paz es la de un poeta e intelectual mundial, el historiador Enrique Krauze le define como «hombre de su siglo». Sus Obras Completas están editadas en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Su poesía se recoge en Obra poética (1935-1998).

Y de su labor en prosa destacan, además de El laberinto y la soledad y El arco y la lira, Las peras del olmo, Puertas al campo, Claude Lévi-Strauss«, Corriente alterna, Conjunciones y disyunciones, El ogro filantrópico, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Hombres en su siglo o La llama doble.

 

 

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