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Crítica de cine: “Monsieur Lazhar”, la nieve del desierto Se estrenará durante el mes de mayo en las salas UC y Normandie

Crítica de cine: “Monsieur Lazhar”, la nieve del desierto

Esta conmovedora película canadiense, rodada en la ciudad francófona de Montreal, es un soberbio análisis fílmico sobre la desesperanza y la imposibilidad de las segundas oportunidades. Sin amor, sin parientes vivos, con un presente de nubosidad variable, y un pasado que sólo le deja el ánimo deshecho, un inmigrante argelino que ronda los 40, uno que sólo estudió pedagogía de a oídas, le imparte una lección de sensibilidad y de buena literatura, a un grupo de niños del primer mundo.


«Hay algunos criterios grandes e inmutables en los cuales se hace patente el significado del ser humano. El dolor es uno de ello; él es el examen más duro en esa cadena de exámenes que solemos llamar vida: es una de esas llaves con que abrimos las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a la vez del universo”.

Ernst Jünger, en Sobre el dolor

Un suicidio en una escuela primaria, la negación misma de la existencia al interior de un lugar en donde gran parte de los que asisten a él, realizan su aprendizaje inicial de la realidad, es el hecho que se observa en la primera e impactante secuencia de Monsieur Lazhar (2011), la notable cinta del realizador canadiense Philippe Falardeau, que recién ahora, durante el próximo mes de mayo, será exhibida en la capital de Chile, después de una larga e incomprensible espera.

Lazhar 2

La persona que aparece colgada en el aula de clases por voluntad propia, resulta ser la joven profesora del curso de menores que habitualmente recibe sus contenidos lectivos allí. Así, en un acto que al principio respondería a la irracionalidad del evento cometido, luego nos enteramos de que la escena se trata de la última sesión impartida por la maestra, a sus bisoños alumnos, los cuales bordean los 12 años: la radicalidad que significa escoger abandonar la vida por una puerta alternativa a su conclusión natural.

Fuerte como la muerte (1889), asimismo, se titula una novela de Guy de Maupassant, el más atormentado y solitario escritor francés del siglo XIX –el idioma que prevalece en la multiculturalidad de este filme-, y quien también, puso punto final al desgarro que le fracturaban la cabeza y el alma, arrojándose por su decisión, a las torrentosas aguas del canal de la sífilis: ya llevaba dos años en una casa de Orates, recinto disfrazado con los términos de salud y de reposo, a fin de definir los servicios que ofrecían sus instalaciones. El creador de Bel Ami se la pasó discurriendo en sus fenomenales cuentos acerca del amor por las mujeres, y en su ocaso confesó que jamás experimentó ni fue correspondido en sus viscerales sentimientos.

Y a ese colegio, cuyos patios yacen cubiertos por la nieve y la tragedia, llega el profesor Bachir Lazhar (Mohamed Fellag), dispuesto a cubrir el cupo dejado por la deserción de su antecesora. Las únicas pruebas que acreditarían la formación profesional y universitaria del inmigrante argelino, son sus dichos y los papeles de su currículum vitae, ambos redactados por el mismo.

"BACHIR LAZHAR"

Tensionados por la carga emotiva que impregna el aire del ambiente, luego de la autoeliminación de la profesora, el tema se transforma en un tabú para los niños, los cuadros docentes, los apoderados, la directora y los empleados administrativos de la escuela. El conjunto se desenvuelve como si lo que sucedió, en verdad, no pasó salvo en los malos sueños y los incidentes que, apropiadamente, son mejores de olvidar, de enterrar para siempre.

Bachir Lazhar piensa distinto, y pronto se lo hace saber a su auditorio y a sus colegas, igualmente a su jefa. Hasta sus métodos de enseñanza son diferentes. De hecho, el primer dictado gramatical y ortográfico que les ordena a sus alumnos, pese a su dificultad formal y de estilo, es el comienzo de la novela La piel de zapa, de Honorato de Balzac (1799-1850). El formidable texto que encabeza “Los estudios filosóficos” de La comedia humana, el corpus que comprende casi todas las creaciones del genio de Tours. Una obra que se inspira en el efecto producido por el deseo y por la pasión, sobre el capital de las fuerzas humanas, un estudio fisiológico, definitivo, efectuado por la ciencia decimonónica alrededor de la existencia humana. “La vida decrece en razón directa de la fuerza de los deseos o de la disipación de las ideas”, anuncia uno de sus protagonistas.

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Otro libro de Balzac, que si bien no se menciona en el filme, pero que lo explica con mayor profundidad y lucidez, es Papá Goriot, una ficción que pertenece a “Escenas de la vida privada”, la sección inaugural de La comedia… Esta bella y melancólica historia, que transcurre en un París nocturno, a la luz de la luna, tiene cerradas las ventanas y los pasadizos a la esperanza. El autor esconde, herméticamente, la mínima rendija de evacuación a su reparto. Todos sus personajes anhelan encarnar cualquier rol social en la ciudad, menos el que les corresponde, la mayoría busca el amor con persistencia, y nadie lo encuentra, y si se tropieza con éste, es sólo para caer en la cuenta de la imposibilidad de llevar a cabo sus prístinas aspiraciones. Se trata de una novela perfecta, de una joya de la literatura universal, y que parece darle la razón al pesimismo más claro y rotundo.

Algo parecido acontece con Monsieur Lazhar, una cinta que es difícil de digerir, que a uno lo deja en trance, pese a lo hermoso de su factura técnica y dramática.

La vida le arrebata hasta el nombre a su estelar, y entre planos y cuadros se han desdibujado su familia, su trabajo, su oficio, sus creencias, sus recuerdos, un precario lazo que indique pertenencia a una mínima coordenada del universo. Y aún así, el azar o el destino, se empeñan en negarle una segunda, una tercera y una cuarta opción de “reinventarse”.

El sinsentido de la existencia se delinea en su máxima expresión en el guión que también es crédito de Philippe Falardeau. Abortar la idea de seguir alentando pasos en la tierra, copiando la línea del poeta chileno Luis Omar Cáceres y su Defensa del ídolo, quizás sean la forma más acertada de solucionar el entuerto: un balazo, una soga, una navaja, son las alternativas. No, contesta enfático Lazhar, la respuesta se halla en ese verso aprendido de memoria, en ese fragmento de página, en el palimpsesto de esos sueños mientras caminamos por la vereda. En el cielo del desierto de Argelia, en el blanco de la nieve de Montreal, cuando es reflejada por el sol en el crepúsculo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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