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Crítica de cine: “Agosto” es el mes más cruel Cinta de John Wells inspirada en la obra de teatro, ganadora del Pulitzer, de Tracy Letts

Crítica de cine: “Agosto” es el mes más cruel

Nominada a dos premios Oscar por las actuaciones de Meryl Streep y de Julia Roberts, esta película representa un claro ejemplo del buen cine que produce la gran industria estadounidense. Respaldado por un reparto de lujo, su guión explora en las posibilidades dramáticas de las torcidas relaciones que se establecen al interior de una familia disfuncional y de las búsquedas esenciales de sus integrantes: del amor como obsesión, condena y salvación, y de los fantasmas de la mente y del pasado, que alimentan una soterrada voluntad de autodestrucción en ellos mismos.


“Hogar: El lugar del último recurso, abierto toda la noche”.

Ambrose Bierce, en El diccionario del Diablo

Agosto1x70“La vida es muy larga”, escribió T. S. Eliot en los versos de Los hombres vanos, un texto fechado en los días del lejano 1925. Con esa cita, verbalizada por el personaje del viejo poeta Beverly Weston (Sam Shepard), comienzan los planos, escenificados en el centro sur norteamericano del Estado de Oklahoma, de Agosto (August: Osage County, 2013).

El eco de la soledad, las altas temperaturas y la hirsuta belleza de los parajes, son ideales para referirse al autor de La tierra baldía. También, con el fin de desplegar una historia hecha de jirones de dolor en el tiempo, desborde emocional y secretos que explican actitudes y el curioso sentido de un conjunto de biografías.

Basada en la pieza teatral homónima del dramaturgo estadounidense Tracy Letts —un suceso en Broadway la temporada de su estreno (2007) —, y que ganó el Pulitzer al año siguiente, Agosto fue convertida en libreto cinematográfico por su mismo creador. De ahí, quizás, la perfección de su propuesta narrativa al frente de las cámaras, a cargo de su compatriota, el sorprendente realizador John Wells (1957).

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La imprevista muerte del patriarca de los Weston (Beverly), en circunstancias poco claras, y quien ha estado sumido en el alcoholismo, la melancolía y la inactividad artística por décadas, convocan, en el caluroso mes del estío sureño que bautiza la cinta, a los distintos miembros de la familia. A las tres hijas del matrimonio que el literato conformó con la peculiar Violeta (Meryl Streep), a las parejas de éstas, y a sus parientes más cercanos: un cuñado, la hermana de la mujer, y a su único descendiente (Benedict Cumberbatch).

El transcurso del encuentro —que se desarrolla en la circunstancia de la desaparición y posterior funeral del poeta—, deja al descubierto los complejos vínculos, formados a través del tiempo, entre los singulares componentes del clan. Sus temores existenciales más profundos (el pavor a quedarse solos, por ejemplo), sus fracasos afectivos, sus frustraciones personales, y hasta las caídas de índole profesional.

“Lo que pudo haber sido es abstracción/ que existe, posibilidad perpetua, / sólo en un mundo en teoría. / Lo que pudo haber sido y lo que ha sido/ miran a un solo fin, siempre presente”, anotó el ya referenciado Thomas Stearns Eliot, en sus Cuatro cuartetos. Las horas pasadas, en efecto, aparte de la inteligibilidad de las palabras, constituyen lo único cierto que poseemos.

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Y en las aguas de su oscuro significado, transitamos esperando el episodio que nos descifre la dirección correcta de los hechos y de su sintaxis. Así, en esas breves jornadas, cada uno de los Weston hallará la respuesta por la que indaga en sus recuerdos desde hace tiempo.

La realidad siempre supera a la fantasía, y los silencios de una familia, por lo general, esconden los códigos, tanto reales como imaginarios, de nuestro “yo” verdadero. Bárbara, el rol interpretado por una magnífica y en esta ocasión, atractiva Julia Roberts, hallará las coordenadas del porqué no se convirtió en la escritora que tanto anhelaba su padre, pero sí en la cincuentona fuerte que vence y resiste a los embates de la edad, al abandono de su marido (Ewan McGregor) por un romance más joven, a la rebeldía de su niña adolescente, y a la locura fármaco dependiente de su anciana madre.

Ivy (Julianne Nicholson), la segunda de las hermanas, se cruzará con los motivos de su aislamiento psicológico y de su orfandad sensitiva, a pesar de los innumerables atributos, físicos y “espirituales”, con los que cuenta y ha sido por la natura dotada. Karen (Juliette Lewis), la que cierra el trío de las Weston, se topará con las razones de su inclinación en optar por la carencia y la insatisfacción de un lazo amoroso imperfecto, antes que persistir en las alternativas de un estadio pleno, tal vez inaprensible, aunque latente y vivo, en las imágenes del sueño y de la ilusión.

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Agosto es una lúcida especulación en torno a la familia como espacio emotivo del dolor y de los traumas más esenciales que puede llegar a tener un ser humano, durante su recorrido vital. En ese esfuerzo artístico e intelectual, que es duro, empero necesario, este filme se emparenta con la mejor tradición de la literatura norteamericana respectiva: la de Eliot, la de Bierce, y la de William Faulkner. Y, especialmente, con la del británico Malcolm Lowry, el soberbio autor de Bajo el volcán (1947), un relato de delirios, infelicidad desmesurada y una caída sin fondo. Cuya trama fue trasladada al cine, en el plató de un México surrealista, bajo la versión del genio de John Huston (1984), y que estuvo protagonizada por Albert Finney, y una hermosa y delicada Jacqueline Bisset.

Las semejanzas entre Beverly Weston y Malcolm Lowry resultan evidentes. Ambos alcohólicos, un par de artistas exquisitamente educados e inteligentes, los dos víctimas e impotentes ante la escena desoladora de lo que son, enfrentada a la secuencia de lo que pudieron haber sido. En la novela traída a colación, el narrador inglés anotó lo siguiente, la dilucidación abstractiva del porqué los hombres se empeñan en formar una familia, desde los albores de la civilización, en tanto el gran antídoto a fin de derrotar el vacío existencial: “No se puede vivir sin amar, dirían, lo cual explicaría todo, y lo repitió en voz alta. ¿Cómo pudo haber juzgado con tanta dureza al mundo, cuando el auxilio estuvo al alcance de la mano todo el tiempo?”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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