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Crítica de cine: “Pasión inocente”, la atracción prohibida Película del joven director estadounidense Drake Doremus (1983)

Crítica de cine: “Pasión inocente”, la atracción prohibida

El quinto largometraje de este realizador “hijo” del Festival de Sundance, transita por parajes que lo alejan de los lugares comunes a los cuales dedican sus motivaciones los cineastas que bordean los 30 años. Sin ser un filme que trate sobre la desmesura sexual, como pareciera indicarlo su título, el siguiente crédito es un intenso análisis que abarca los más sutiles códigos del gusto emocional y del incipiente vínculo que nace de la afinidad psicológica entre dos personas. De una pictórica fotografía, la cinta tiene entre sus referencias a Frédéric Chopin, Robert Schumann, Charlotte Brontë y Raymond Carver.


Pasión inocente 10“Como el noventa por ciento de los hombres, en el fondo quiero estar siempre donde no estoy, allí de donde acabo de huir”.

Thomas Bernhard, en El sobrino de Wittgenstein

Un violonchelista y profesor que se empina por el medio siglo de edad se enreda sentimentalmente con una muchacha que tiene dieciocho, estando ésta, en su último curso de secundaria. Los húmedos y verdes suburbios de Nueva York, y las playas de Los Hamptons, son el escenario. El conjunto semeja un argumento bastante común y recurrente. Si se mira superficialmente la trama de Pasión inocente (Breathe In, 2013), la relación con un melodrama se hace obvia y de “marras”.

Hablar de novelas como Lolita de Vladimir Nabokov o de El amante de la centenaria Marguerite Duras, o hasta de Luna caliente del argentino Mempo Giardinelli –así lo hizo el extraviado comentarista de un matutino chileno-, podrían configurar el saludo a la bandera habitual y de rigor en estos casos. Quizás sólo la comparación con la obra maestra del ruso, resiste un asidero con la realidad. Más aún si se efectúa un paralelo entre la tensión emocional y el suspenso que tiene esta película protagonizada por Guy Pierce y Felicity Jones, con la versión cinematográfica que rodó de la ficción del autor eslavo, el mítico Stanley Kubrick (1962).

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Guardando las proporciones, y al igual que el texto sagrado que desarrolla el sentimiento de Humbert Humbert por la doceañera Dolores Haze, Pasión inocente es una refinada exposición de los pasos del erotismo y de la seducción. Una pieza que indaga en el arte de la mirada, y una pesquisa que intenta entregar las razones del porqué, entre ciertas personas surge una atracción tal, que la diferencia de años, lo extraño de las circunstancias, y la imposibilidad del proyecto en común, sólo sean detalles de la causa.

No hay sexo en este filme sutil, tampoco “amor”. Sólo existe romanticismo y la intuición palpable de que el hallazgo de los afectos más profundos en un ser humano, prescinden de las caricias, de las palabras y pueden expresarse tan sólo con el poder de las miradas, de los mensajes y de los comportamientos gestuales. Para manifestar esa opción estética, Drake Doremus echa mano a una composición fotográfica donde las luces y los colores de la misma, parecieran transcurrir en las penumbras anímicas y la fragilidad espiritual y barroca, de un Johannes Vermeer.

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Si debemos hacer referencias a otras obras de arte, a fin de situar Pasión inocente en un contexto mayor, la más apropiada sería apelar a la célebre cinta Teorema (1967), del multifacético creador italiano Pier Paolo Pasolini. Tal como ocurre en esta última, en la pieza que retrata la cotidianidad de la familia Reynolds, la compuesta por el músico Keith (Pierce), su tradicional esposa Megan (Amy Ryan), y la hija del matrimonio, la campeona de natación Lauren (la espectacular rubia Mackenzie Davis); se ve marcada en el normal despliegue de sus vidas, por la imprevista visita de la perturbadora estudiante inglesa Sophie (Felicity Jones).

La aparición de la joven pianista, dará inicio a una especie de derrumbe en los lazos filiales y en la seguridad que acerca de su identidad como clan, tenía el pequeño grupo hasta ese momento. Si habrá o no una estación de parada en esa caída, o un punto de no retorno en ese inminente desastre, dependerá de la reacción y de las respuestas que cada uno de los Reynolds, entregará al desafío psicológico que la figura de la atractiva británica, instala en sus imaginarios y deseos ocultos.

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El reflexionar en torno a la génesis del enamoramiento y de los cánones de la vida conyugal, resultan los motivos dramáticos de mayor logro en el quinto largometraje del director y guionista Drake Doremus. El anhelo de comunión, la ilusión, la “química” natural e inexplicable, el pensamiento de que junto a otra persona seremos mejores y más felices, la noción del viaje como una manera de cambiar un presente que nos angustia o frustra en sus cercanas expectativas, la pulsión sexual que cede ante el cariño y la promesa de los sueños compartidos. Por esa línea de significados, que de añeja está siempre vigente, conduce a su reparto el cineasta nacido en California.

“El sentido moral de los mortales es el precio que debemos pagar por nuestro sentido mortal de la belleza”, escribió en Lolita, Vladimir Nabokov.

Y la pregunta ética que plantea Pasión inocente, señala a ese cuestionamiento por la costumbre y el anquilosamiento, en que se posa cualquier relación marital que avanza con los días y las décadas. La crisis de una pareja que engendró una hija, pero cuyos descendientes podrían haber sido más, y que en la constatación de envejecer, se transforman en esclavos de la insatisfacción, en una carencia que el otro ya es incapaz de resolver.

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Es el deber ser, que se enfrenta a la elección por el camino distinto que se querría en verdad seguir, para un hipotético y alegre futuro, diferente y mucho más pleno, que el ofrecido por la realidad cruel y dura, hasta ese instante. La decisión de dejarlo todo atrás, y apostar por esa imagen que de tanto horizonte y diálogos en los jardines y las laderas de un embalse, guarda poco y casi nada de posible. Aunque sea junto a una atractiva chica que toca la Balada nº 2 en Fa mayor de Chopin, que lea a Raymond Carver y a Charlotte Brontë, y que como ruido de fondo de ese flirteo, se escuchen, impresionantes, las cuerdas del Concierto para Cello de Robert Schumann, y la Sinfonía “Pathetique” de Dustin O’Halloran y Adam Bryanbaum.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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