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Crítica de cine: “Días de venganza”, la desolación de la verdad La película de Spike Lee es un remake del célebre filme surcoreano “Oldboy” (2003)

Crítica de cine: “Días de venganza”, la desolación de la verdad

Sin contar con la espectacularidad dramática ni visual, ni la banda sonora de su antecesora asiática, la pieza del director estadounidense se defiende bien. Así, el realizador de “La hora 25” construye una obra que no deja de interpelar a sus espectadores por los reales motivos del viaje iniciático, la culpa que atormenta a sus personajes, la transgresión y su sanción, la carga opresiva del pasado, y los espejismos del amor como un suave bálsamo, frente al ansia metafísica del hombre.


“Ése es tu pecado. Y tu castigo. Pero ¿dónde está tu salvación? La vida es demasiado corta para poder ganar en ella la gracia eterna. Y Dios es un Dios celoso. Es Él quien juzga y quien castiga, no nosotros. Él es mi cruz, y será también mi salvación. Me salvará del agua y del fuego. Incluso después de exhalar mi último suspiro, él me salvará”.

William Faulkner, en Mientras agonizo

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“Entre la pena y la nada elijo la pena”, escribió el mismo Faulkner, en Las palmeras salvajes (1930), ese texto prodigioso al momento de hablar de abandonos y de pérdidas irreparables, de soledades radicales y de amores frustrados, del sentirse distintos, y de la dificultad de enfrentar a la vida y su fuerza incontrarrestable, también impredecible.

Y esos son los temas que aborda el director estadounidense Spike Lee (1957), en esta versión hollywoodense de la surcoreana Oldboy, el crédito de culto del cineasta de la misma nacionalidad, Chan-wook Park, una obra que causó sensación en el Festival de Cannes de 2004, en los años cuando se vivía el boom del séptimo arte que llegaba del lejano oriente, en las salas de la costa azul.

Vista en perspectiva, la cinta de Park pierde en el impacto que genera su lenguaje visual, en el instante en que la observamos de buenas a primeras, pero gana en la rareza de su propuesta narrativa, en la peculiaridad dramática de su argumento, quizás inverosímil y casi increíble, por venir del circuito y la estética del cómic, originalmente.

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Sin embargo, todavía nos siguen cautivando la belleza musical de su soundtrack, el retrato fílmico que hace de la pasión amorosa sin apellidos, a pesar de que ésta se inspire en el incesto, y en relaciones prohibidas y abortadas por la esencia última de la existencia. ¿Quién no desea vivir una escena de promesas y juramentos, de devoción y de lealtades, parecida a esa de la despedida represa entre los dos hermanos?

Tarea difícil, entonces, era la que tenían Spike Lee y el guionista Mark Protosevich. El resultado dista de ser negativo, no obstante. En especial debido a las actuaciones de Josh Brolin (Joe Doucett) y de Elizabeth Olsen (Marie Sebastian), los estelares de esta ocasión. La versatilidad del primero es impresionante: de protagonista fetiche en algunas comedias de Woody Allen, hasta verlo recientemente en un intenso título del canadiense Jason Reitman. Y ahora, apreciarlo en un rol que se mueve entre la imposibilidad, la locura violenta, y la mayor de las tragedias.

Otro tanto se puede decir de Olsen. Una hermosa y dulce veinteañera, de la que nos prendamos en su papel de Zibby, en la Liberal Arts (2012), de Josh Radnor; historia donde se enviaban cartas de amor manuscritas, libros y novelas, con ese doble intérprete y realizador.

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Días de venganza resulta una película que hereda su estirpe cinematográfica de algunas etapas creativas de Orson Welles y de Alfred Hitchcock, asimismo, de la 12 Monkeys (1995), de Terry Gilliam, su inspiración evidente. En efecto, el vínculo homérico que se gesta entra la dupla Brolin-Olsen y la pareja de Bruce Willis y Madeleine Stowe, no deja de seducirnos: un afecto nacido de la desesperación, el confinamiento psicológico y la sincronía de dos fragilidades reunidas por el misterio de un “sino” irreversible y desgraciado.

Un sector de la crítica, dirá que Lee fracasó en su intento de revitalizar bajo su óptica, un “clásico” del séptimo arte surcoreano. Aquí, apostamos por decir que su estrategia termina siendo victoriosa, pues occidentalizó y aproxima, a nuestros códigos narrativos, una ficción que de tanto detalle escabroso y manía por lo torcido, concluía por transformarse en una obra que sólo se hacía entendible dentro de los límites sin parangón de la fantasía.Así, el realizador de La hora 25 (2003) construye una obra que no deja de interpelar a sus espectadores por los reales motivos del viaje iniciático, la culpa que atormenta a sus personajes, la transgresión y su sanción, la carga opresiva del pasado, y los espejismos del amor como un suave bálsamo, frente al ansia metafísica del hombre.

Por último, sin establecer referencias por las disímiles estéticas visuales de una y otra, no podemos dejar de mencionar en estas líneas el parentesco temático que existe entre Días de venganza y la película del director alemán Volker Schlöndorff, Homo Faber (1991), la que a su vez se basó en la fenomenal novela homónima del escritor, dramaturgo y arquitecto suizo, Max Frisch.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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