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Crítica docta: De Prokofiev a la versión estelar de “Los  puritanos” El pianista sueco Peter Jablonski se presentó en el Teatro Municipal de Santiago

Crítica docta: De Prokofiev a la versión estelar de “Los puritanos”

Otra vez de visita en el país, el solista europeo volvió a deleitar a su audiencia, en una nueva cita de la Temporada de Grandes Pianistas 2014, organizada por el céntrico escenario capitalino. Con un variado programa, que revisó la “Serenata de Don Juan”, de Karol Szymanowski, famosas piezas de Frédéric Chopin, los “Momentos musicales” de Franz Schubert y la Sonata n. º 7, de Sergei Prokofiev, el intérprete pudo exhibir su depurada técnica ejecutoria y lo multifacético de sus registros. También, apreciamos el montaje “nacional” de “Los puritanos”.


«El pianista se saca las notas desesperadas del faldón del frac”.

Ramón Gómez de la Serna, en Greguería

En su segundo arribo a Chile (el anterior fue en 2011), Peter Jablonski, el pianista sueco llegaba al Teatro Municipal de Santiago, si cabe decirlo, con un mayor bagaje en su connotada carrera musical: venía de grabar conciertos para teclado de Mozart y de Beethoven, cumpliendo una doble labor, ya que aparecía dirigiendo a la Filarmónica de Cámara de su país, desde el piano. Algo así como la faceta creativa en que se encuentra actualmente el solista chileno Alfredo Perl.

Impulsándolo a hacer uso de esa versatilidad técnica, el programa elegido para esta ocasión, no pudo ser más acertado. Desde románticas obras de Chopin, pasando por el virtuosismo clásico de Schubert, hasta llegar a la contemporaneidad de estilos y motivos de Prokofiev.

La interpretación que Peter Jablonski hizo de Chopin, dista de ser una versión común y corriente, comparada con las que generalmente se asocia a los pianistas que suelen abordar al polaco: arrebato en el estilo, y sentimentalismo en estado puro a fin de expresar los bemoles que calza el polaco. Lo que sucedió el miércoles 4 de junio en el Municipal, en cambio, respondió a un pasaje melódico digno de la contención y a la racionalidad perfeccionista.

El escandinavo fue acusado por algunos oyentes y espectadores de prudente y comedido, pero en verdad fueron una Polonesa n. º 1, una Balada n. º 2 y un Scherzo n. º 1, que destacaron por su solidez conceptual, una bastante peculiar, por lo demás.

Así, lo que el público confundió con una falta de práctica ejecutoria y hasta del “humor” adecuado para enfrentar ese repertorio, notas traspasadas de una bella idea de la resignación, nosotros creemos que respondió a un simple afán de Jablonski por reparar en la dificultad musical que representan esas partituras, sus giros, desafíos y posibilidades. Eso, más allá del discutible placer estético que pudiese significar escucharlas en los acordes de un solista al borde del ataque de nervios.

Luego de unos Momentos… de Franz Schubert, muy logrados y sin mayores reparos en su intensidad y despliegue acústico, la pieza que terminó por cautivarnos y conseguir los aplausos más sonoros, resultó ser la personalísima la visión que el pianista sueco tiene acerca de la Sonata nº. 7 del compositor ruso Sergei Prokofiev.

Madura y meditada, casi en la exégesis de una verdadera oración, Jablonski sorteó con una llamativa estrategia las trampas interpretativas que el eslavo dejó instaladas en el Allegro (en sus motivos, casi para un oído moderno), el regreso a un sombrío Andante caloroso (propio de un estilo decimonónico), para después concluir y desembocar en el vanguardista Precipitato.

Un punto alto, constituyó en la escena musical de este semestre, la visita del músico escandinavo a Chile, al que esperaríamos apreciar, dentro del cercano tiempo en lo posible, inserto en un concierto con compañía de la orquesta, y bajo otras paralelas exigencias, que estimulen la luz de su llamativo y “cerebral” talento.

En una semana de grandes presentaciones, El Mostrador Cultura+Ciudad también pudo observar la versión estelar de Los puritanos, de Vincenzo Bellini, arriba del escenario del Teatro Municipal. La producción contó con la dirección musical del chileno Pedro-Pablo Prudencia, y un elenco comandado por la soprano argentina Natalia Lemercier, y por el tenor ruso Antón Rositskiy.

Lemercier fue entrevistada por este magazine, y las expectativas que nos forjamos respecto a lo que podría ser su desempeño como cantante y actriz, superó sinceramente nuestras ilusiones. Apasionada y derrochadora, esta Elvira se movía en la arena instalada por la régie del español Emilio Sagi, cual hoja desesperada, empujada por el viento y el frío de la vida.

Con una voz potente y segura, quizás sin tantos mimos ni una disposición natural a las finuras de la coloratura, en comparación al elemento vocal de la bielorrusa Nadine Koutcher, la soprano trasandina es dueña de un timbre capaz de resolver todas las complejidades del bel canto hilado por el genio de Bellini.

Su garganta no cedió ante los desafíos del siciliano y se complementó de maravillas con la batuta de Prudencio y la voz de su compañero Rositskiy. Tirada sobre las piedrecitas, o a las puertas de la locura, enamorada o desospechada, sin fe o pletórica de esperanzas, Lemercier resultó una actriz excepcional, generosa y conmovedora.

La dirección musical de Pedro-Pablo Prudencio, en tanto, fue de un nivel muy superior al que mostró, por ejemplo, el español Pérez-Sierra en la misma versión internacional de este montaje del Municipal.

Poseedor de una pasión juvenil y natural, el maestro nacional supo enredar, en el total de su conducción, los motivos melódicos esenciales que Bellini escribió al interior de su partitura, hermanadas con su visión personal, referentes a la simbología artística de la ópera en cuestión. Y hasta conocimos de dónde Sagi obtuvo el hermoso cuadro de Elvira y de la luna encerrada en una jaula, abrazada a su cuerpo: de una pintura de la surrealista mexicana Remedios Varo (1908-1963).

 

 

 

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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