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Crítica literaria: Luis Oyarzún, el humanista total recobrado

Crítica literaria: Luis Oyarzún, el humanista total recobrado

Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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Víctor Minué. Periodista.


luisoyarzun

El último libro de Oscar Contardo, es de un género imprecisable: podría ser una  biografía, un reportaje de investigación, un perfil en profundidad, o también a ratos ensayo social como Siútico, o Raro.  Parece mejor así; hay una sutileza deliberada y elegante para evitar las definiciones en una época que se esfuerza por diluir los géneros narrativos, por moda post-deconstructivista  o por la deriva experimental que va dejando nuestra época. Dicho esto,  en las primeras páginas  de Luis Oyarzún, Un paseo con los dioses –  ejemplar cargo de Ediciones UDP, que ha ido consolidando en poco tiempo un llamativo catálogo de inobjetable calidad –  nos encontramos con un texto que tarda en encender y sujetar del todo transiciones de entrevistados, narración, testimonios, pero que después la destreza estilística del autor se encarga de purificar, para componer con insospechada vocación de biógrafo, un relato a ratos estremecedor.

Y es que, la vida acá recobrada de Luis Oyarzún (1920-1972), mítico decano de la Universidad de  Chile, pensador humanista, filósofo y poeta, es tan atrapante como iluminadora. Tanto  para certificar la leyenda popular que lo situaba como  ese especie de “maestro griego” al borde del síndrome Stendhal: “lo más cercano al transe místico, que altera radicalmente el mundo, y la perspectiva del valor es la experiencia estética real” como la del botánico místico neo-renacentista ,  amigo de Gabriela Mistral,  que examinada con curiosidad microscópica las plantas nativas en los pastos de lo que hoy sería el Pedagógico. Pero por sobre todo, la del intelectual iniciático y próvido; el mentor de una importante generación de escritores y  artistas, como Nemesio Antúnez, Enrique Lafourcade, Claudio Bravo, o Alejandro Jodoroswsky.  Para ello, Oscar Contardo, tuvo que transitar un meticuloso trabajo investigativo, seguro desempolvando manuscritos,   entrevistando a familiares y amigos, para recomponer aspectos ignorados de su vida; de esta manera,  el autor nos cuenta de su infancia en Santa Cruz, solitaria y contemplativa, fue ahí donde desarrolló el amor por la naturaleza, su paso por en el Internado Nacional Barros Arana donde conoció a Nicanor Parra y Jorge Millas y se ganó el mote de “el pequeño Larousse ilustrado”. A los 24 años fue el profesor más joven en ser encargado de la Cátedra de Estética en la Universidad,  mientras estudiaba Derecho, y escribía poemas en prosa, y ensayos de arte y filosofía. “Un erudito que combinaba las ansiedades de un poeta maldito con la gestualidad de un catedrático (…)”, diría Lihn sobre él. “La primera imagen que se nos venía a la mente cuando decíamos Luis Oyarzún, era la del Pensador de Rodín”,  señalaría también Nicanor Parra en un antipoema.

Junto con los inseparables amigos Roberto Humeres y el legendario y controvertido Eduardo “chico” Molina – resucitado en un libro de Alfonso Calderón – , atravesarían  las noches santiaguinas en busca licoreslecturas y algún encuentro furtivo. Un romance no correspondido de Violeta Parra , y una relación tóxica y culposa, con el enigmático personaje de El Peregrino, es revelada como hallazgo e indudable acierto.

La otra pasión de Luis Oyarzún, además de la filosofía, las artes y la amistad, serían los viajes; recorrió tanto pudo Chile, como América Latina, Europa, Asía y el norte de África. Pero como todo personaje medio amalditado, cargaba con una tristeza honda e incomunicable, “nunca he sabido darme cuenta del verdadero origen de mi estado de tristeza”, confesaba. Incómodo con su sexualidad, escéptico de la epopeya de la izquierda – el discurso vacío de la derecha lo daba por sentado – , era más amigo “de las causas bellas, que las causas justas”. La burocrática vida académica terminó por frustrar el ideal de escritura monacal, – como hubiese querido – , junto con las expediciones al aire libre, y radicarse para siempre en Europa.

Otro punto de inflexión, documentado y expuesto con sutileza por Contardo, es su íntima relación con el alcohol,  “bendigo al alcohol, que me saca del país y tedium vitae, para reconciliarme con el élan vital, lejos de la ebriedad, la razón se reseca y burocratiza», anotaba en su diario, como si ese lubricante social fuera más que eso: un mecanismo  para ahogar la conciencia de su capacidad desperdiciada, o “sólo un síntoma más del deseo de olvidarse de sí mismo”.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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