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Fallece la nobel sudafricana Nadine Gordimer: «Yo soy africana y el color de la piel no importa» Falleció a los 90 años en su Sudáfrica natal

Fallece la nobel sudafricana Nadine Gordimer: «Yo soy africana y el color de la piel no importa»

Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1991, la sudafricana se convirtió en la primera mujer que lo conseguía desde 1966 y en la principal representante contemporánea de las letras sudafricanas. Con sus relatos cortos y novelas, la sudafricana ha sido reconocida por todo el mundo como una de las voces más críticas y poderosas contra la segregación racial que sufrió Sudáfrica cuando la minoría blanca dirigía el país.


 

 La voz literaria contra el «apartheid», Nadine Gordimer, falleció a los 90 años en su Sudáfrica, país en el que nació y por el que se implicó moral y políticamente en todas sus obras para lograr un cambio social.

Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1991, la sudafricana se convirtió en la primera mujer que lo conseguía desde 1966 y en la principal representante contemporánea de las letras sudafricanas.

El pasado domingo, la activista «antiapartheid» falleció en su casa de Johannesburgo, al lado de sus hijos después de sufrir una breve enfermedad, según informó su familia.

La escritora nació el 20 de noviembre de 1923 en Springs, una población minera cercana a Johannesburgo, hija de un judío letonio y una asimilada británica.

Su larga carrera arrancó a la temprana edad de nueve años y con solo 15 publicó su primer cuento para la revista «Forum».

Pero aunque en sus comienzos se decantó por las historias cortas, en 1953 publicó su primera novela, «The Lying Days», que obtuvo una gran acogida en el mundo literario.

Con sus relatos cortos y novelas, la sudafricana ha sido reconocida por todo el mundo como una de las voces más críticas y poderosas contra la segregación racial que sufrió Sudáfrica cuando la minoría blanca dirigía el país.

«Algunas personas dicen que me dieron el premio no por lo que he escrito, sino por mi política. Pero yo soy una escritora. Esa es mi razón para seguir con vida», manifestó la sudafricana tras recibir el Nobel.

Su lucha para lograr una nueva democracia en su país también le generó enemigos y provocó que el gobierno del «apartheid» prohibiera tres de sus libros: «Mundo de extraño», «La gente de July» y «La hija de Burger».

En ese último, Gormider exploró los sentimientos divididos de una mujer blanca cuando su padre comunista fue encarcelado por oponerse al sistema.

En otras de sus novelas, la sudafricana abordó las tensiones entre los distintos grupos raciales bajo la rígida segregación que sufría Sudáfrica.

Pero, pese a las prohibiciones de su Gobierno, la escritora nunca abandonó su país ni su preocupación por los sudafricanos e incluso formó parte del Congreso Nacional Africano y defendió la causa de la liberación de Nelson Mandela.

De hecho, Gordimer y el fallecido expresidente sudafricano mantenían una gran amistad que se consolidó cuando Mandela salió de prisión y pidió reunirse con la escritora.

Así, Gordimer convirtió su literatura en una arma de defensa de los Derechos Humanos, contra la pobreza y la segregación racial en Sudáfrica, escenario de su vida y obra.

Por ello, la autora de obras como «La historia de mi hijo» (1990) y «El conservador» (1974), también fue distinguida con más de doce doctorados «honoris causa», entre otros, de las universidades estadounidenses de Yale, Harvard y Columbia; además de la británica de Cambridge; la belga de Leuven; o la sudafricana de Ciudad del Cabo.

Yo soy africana y el color de la piel no importa

«Yo soy africana y el color de la piel no importa». Así de rotunda se mostraba la Premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer.

Valores que promovió en sus obras y también en rotundas declaraciones que le hicieron ser voz de los más débiles en todos los rincones del mundo.

«Nací allí, me crié en el seno de una comunidad blanca segregada y ya en mi adolescencia vi que algo no funcionaba», dijo en una rueda de prensa en Barcelona en 2007, en la que también recordó que a lo 18 años vio que «tenía más en común con los jóvenes negros que con los blancos, sólo interesados en las actividades de la comunidad blanca».

A pesar de todo, Gordimer se quedó en Sudáfrica y decidió no abandonar su país en momentos de «desesperación». «Fue lo mejor que hice», afirmó en diversas ocasiones la escritora, que siguió luchando siempre por la normalización de la situación social en su país.

Un régimen que la escritora, de origen judío, comparó con los «brutales métodos de Israel en los territorios palestinos»,con la diferencia de que durante el «apartheid» la minoría blanca no reivindicó «una sola pulgada de todo el continente africano», según afirmó en una entrevista con «The Jerusalem Post» en 2008.

Uno de los elementos que heredó el país de aquella época y que más preocupaban a Gordimer -lo reflejó en su obra «Un arma en casa»-, era la enorme proliferación de armas en Sudáfrica y en otros países, como Estados Unidos.

«Un arma en la casa es como tener un gato, todo el mundo tiene un gato, ahora todo el mundo tiene un arma», afirmó.

Pero más allá de su país, Gordimer fue una gran luchadora por los Derechos Humanos, en su concepto más global.

Pidió reiteradamente que la alfabetización se convirtiera en un «derecho inalienable».

«La alfabetización es la base de todo aprendizaje» porque el lenguaje «fue y sigue siendo la capacidad milagrosa que el ser humano posee como único ser dentro del milagro de la creación».

Lo que debía llevar a redefinir el concepto de pobreza «ya que no pasa sólo por lo material sino que también debe incluir la pobreza de la mente que genera el analfabetismo», un problema que calificaba de «crimen contra la humanidad y contra la plenitud de la vida porque impide el placer del arte y de las ideas».

Aseguró, por otro lado, que estaría «muy decepcionada» con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no levantaba el bloqueo económico a Cuba.

Soñaba con un futuro con «justicia humana extendida a todos». «Hay que comenzar primero por lograrla en un país y de ahí es muy importante hacer conexiones».

Y consideraba que en la lucha por ese mundo mejor y más tolerante, los escritores tenían un papel esencial.

«Vivimos en una época de terror que confronta al hombre y que le oscurece proyectando largas sombras que le impiden descubrirse a sí mismo», y en la que los artistas deben buscar el sentido de la barbarie y el terrorismo, y entender a los actores y víctimas de esos fenómenos.

De ahí la importancia de los escritores «porque tienen que ser capaces de analizar los problemas». «Nosotros podemos ir más allá del análisis periodístico».

«Como autores no podemos caer en la indulgencia de creer que podremos sembrar la bandera de la libertad en cualquier territorio sin ir a las raíces y buscar las causas profundas», señaló en una conferencia magistral en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2006.

Gordimer lamentaba la falta de compromiso social de los intelectuales de fin del siglo XX, sobre todo europeos, y defendía una literatura «que diga lo indecible y exprese lo impronunciable».

«No podemos excluir o descartar nada dentro de la búsqueda interior del sentido. Nuestro trabajo es hacia dentro, incluso de los actos como el terrorismo. Debemos buscar la misma voz que daría sentido a los que cometen esos actos o a los que fueron víctimas de esos actos», agregó entonces.

Un mensaje a favor de una tolerancia que era el «leit motiv» de su obra y de su vida y que debía ser la base de cualquier movimiento que quisiera hacer evolucionar el mundo, como había demostrado Nelson Mandela en su país.

«Se necesita una amplitud de corazón, como la que tuvo nuestro presidente Nelson Mandela cuando asumió el cargo y abrazó, uno por uno con sinceridad y de manera deliberada, a todos los líderes políticos que lo habían perseguido y encarcelado», destacó la escritora en Uruguay en 1999.

Una autora que nunca dejó de decir lo que pensaba y no lo que la gente quería oír, porque como señaló: «La verdad no siempre es bonita, pero el hambre de ella sí».

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