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Extracto del libro «En un metro de bosque» de David George Haskell, Ed. Turner Libros

Extracto del libro «En un metro de bosque» de David George Haskell, Ed. Turner

Un hombre se sienta cada día durante un año en la misma piedra del mismo bosque, a veces bien abrigado contra el frío y la lluvia, otras a pleno sol, a veces sin que pase nada, otras asistiendo a acontecimientos increíbles, y lo narra en un libro.


metrodebosqueCaracoles

El mandala es un Serengueti de moluscos.  Manadas  de herbívoros  enroscados cruzan la sabana sin fin de líquenes  y musgos.

Los caracoles más grandes viajan solos, recorren la superficie angulosa  de la hojarasca  y dejan  las laderas  musgosas  para los jóvenes y ágiles. Me tumbo boca abajo y me acerco sigilosamente a un caracol de buen tamaño que bordea el mandala. Me pongo la lupa delante del ojo y me acerco un poco más a rastras.

A través  de la lupa, la cabeza del caracol cubre todo mi campo visual  como una escultura  magnífica  de cristal negro. La piel reluciente está decorada con manchas plateadas, y unas estrías pequeñas  señalan  longitudinal  y transversalmente la espalda  del animal.  Mis  movimientos lo ponen  en guardia;  el caracol retira los tentáculos  y se embute  en el caparazón.  Aguanto la respiración y se relaja. Del mentón le salen unos pequeños  bigotes,  que se agitan  en el aire antes  de inclinarse  y tocar la piedra. Estas antenas  elásticas  se mueven  como  los  dedos  al leer  el alfabeto braille, palpan ligeramente  y consiguen  arrancar el significado  de la escritura de la arenisca. Al cabo de algunos minutos surge otro par de tentáculos  de la coronilla  de la cabeza del caracol. Suben, cada uno con un ojo blanquecino  en la punta, y saludan al dosel arbóreo. A mí también se me salen los ojos de las órbitas a través de la lupa,  pero  este  globo  monstruoso  no parece  preocuparle excesivamente al caracol,  que extiende  todavía  más sus pedúnculos oculares. Estos mástiles carnosos superan la longitud del caparazón y se agitan de un lado al otro.

A diferencia  de sus parientes,  el pulpo y el calamar, este caracol terrestre no dispone de una lente sofisticada con que formar imágenes  nítidas.  Sin  embargo,  hasta  qué  punto  ve  el  mundo borroso un caracol es un misterio. Los científicos  se topan con dificultades  a la hora de preguntarles  a los caracoles  qué perciben,  y este  problema  de comunicación ralentiza  la vanguardia de la investigación sobre la vista de los caracoles.  El único éxito experimental en este campo viene  de tomar prestados  los trucos de los domadores de circo y enseñar a los caracoles  a comer o a moverse  cuando ven una señal. Hasta el momento,  estos artistas gasterópodos han demostrado  que son capaces de detectar pequeños  puntos negros en una tarjeta blanca. También distinguen entre tarjetas grises y tarjetas a cuadros. Que yo sepa, nadie le ha preguntado  todavía a un caracol si es capaz de ver los colores,  el movimiento o un aro en llamas.

Estos  experimentos son apasionantes, pero dejan de lado una cuestión más amplia: ¿qué es lo que “ve” un caracol? ¿Ve como vemos nosotros  y en su mente de gasterópodo se les aparecen imágenes  de tarjetas a cuadros?  ¿Asiste a proyecciones privadas de luz y oscuridad,  procesadas por marañas de nervios como decisiones, preferencias y  significado? El  cuerpo  humano  y  el de los caracoles se componen de las mismas piezas húmedas de carbono  y arcilla, o sea que si la conciencia  emerge  de esta tierra neurológica, ¿con qué fundamento  le negamos  al caracol sus imágenes  mentales?  Sin duda lo que ve es radicalmente distinto, una película  experimental con planos  extraños  y formas  que se tambalean, pero, si son nervios los que dan lugar al cine humano, debemos  contemplar  la asombrosa  posibilidad de que los caracoles experimenten algo parecido.  sin embargo,  el relato preferido de nuestra  cultura es que la película  del caracol  se proyecta  en una sala vacía. De hecho,  el cine no tiene pantalla. sostenemos que el caracol no tiene una experiencia interna subjetiva.  la luz del proyector  del ojo simplemente estimula los conductos  y el cableado  del caracol, lo que provoca que el cine vacío se mueva, coma, se aparee y mantenga la apariencia  de vida.

La cabeza del caracol estalla  y mis especulaciones quedan  interrumpidas.  Un nudo  confuso  de carne  parte la cúpula  negra. El nudo aflora, se extiende  y entonces  el caracol se vuelve  y me mira. Los tentáculos  forman una x y salen en forma radial de la protuberancia  pastosa  y  burbujeante  del  centro.  Asoman  unos labios  vidriosos, que delimitan  una hendidura  vertical,  y todo el aparato se mueve con dificultad hacia abajo y aprieta los labios contra el suelo. Con los ojos como platos, observo  como el caracol empieza  a deslizarse  por la piedra,  levitando  a través  de un mar de líquenes. Unos pelos minúsculos que palpitan y las ondulaciones  de músculos  infinitesimalmente pequeños  propulsan  al herbívoro,  negro como el ébano.

Echado boca abajo observo  como el caracol se detiene entre escamas de líquenes y hongos negros que sobresalen de la superficie de hojas de roble.  Aparto la lupa y de repente  todo  desaparece. El cambio de escala te arroja a un mundo distinto; el hongo es invisible,  el caracol es un detalle sin importancia  en un mundo dominado por cosas de mayor tamaño. Vuelvo  al mundo de la lupa y descubro  de nuevo  los tentáculos  vigorosos, la elegancia  negra y plateada del caracol. La lupa me permite capturar la belleza del mundo y me abre los ojos de par en par. Nos perdemos auténticas delicias  por culpa de las limitaciones de la vista humana.

La velada con el caracol termina cuando el sol se asoma detrás de una nube.  La  suave  humedad  de la mañana  se ha disipado, y el caracol se dirige hacia una cumbre, o una roca más bien pequeña,  según como se mire el mundo. El caracol toca la roca con un tentáculo, pone del revés la cabeza y se estira. El cuello y la cabeza se extienden como los de una jirafa, más, todavía más, hasta que la barbilla topa con la roca, se despliega  como una plataforma de lanzamiento, y el caracol entero se levanta  del suelo en una flexión con la barbilla y sin manos. La gravedad parpadea incrédula  y el animal sube inverosímilmente y prosigue  su viaje, del revés, hasta la grieta de la roca. Vuelvo  la mirada  fuera del mundo de la lupa y el Serengueti se ha vaciado.  Los herbívoros se han evaporado  con el sol.

 

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