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Rescatan la historia del «Mapocho»: uno de los primeros centros de la resistencia cultural de los 80 “Mapocho” funcionó entre 1981 y 1989 en Santiago Centro

Rescatan la historia del «Mapocho»: uno de los primeros centros de la resistencia cultural de los 80

Allí tocaron Roberto Bravo, Los Prisioneros y De Kiruza, hubo innumerables exposiciones y se exhibieron destacadas obras de teatro. Dirigido por Mónica Echeverría, se distinguió además por su trabajo con las mujeres y las poblaciones. Un grupo de estudiantes de la Universidad de Chile rescató su legado.


Un libro que cuenta la historia de uno de los principales centros culturales de resistencia a la dictadura, que funcionó en Santiago Centro entre 1981 y 1989, acaba de lanzar la editorial Ceibo.

Se trata de “Centro Cultural Mapocho”, una investigación de las estudiantes Lieta Vivaldi, Valentina Álvarez y Carla Núñez de la Universidad de Chile, dirigida por la historiadora Margarita Iglesias.

El lugar, encabezado por la escritora, actriz y dramaturga Mónica Echeverría, se destacó por su trabajo con las mujeres y las poblaciones (La Victoria, Santa Adriana, Dávila y La Legua), y contó con la ayuda invaluable de personalidades como Matilde Urrutia y Moy de Tohá, del gobierno sueco y Danielle Miterrand.

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Tuvo múltiples sedes: primero Lastarria 316, luego en Merced 360 y después en Victoria Subercaseaux 7. Allí tocaron entre nosotros Roberto Bravo, Los Prisioneros y De Kiruza (que lanzó allí su primer disco homónimo), se presentaron obras de teatro de autores como Oscar Estuardo y la compañía La Troppa, y hubo numerosas exposiciones fotográficas y pictóricas, entre muchas otras actividades. También acogió a grupos como el Movimiento contra la Tortura “Sebastián Acevedo” y a “Mujeres por la vida”.

“Fueron parte de una época de mi vida difícil y angustiosa”, recuerda Echeverría en el libro. “Sobre nosotros pendía la bota de la tiranía, con toda su fuerza bruta, y mi patria permanecía muda y triste”.

Hoy el archivo del lugar se encuentra en el Museo de la Memoria.

Entusiasmo con la historia

El origen del libro data de 2008, cuando las estudiantes cursaban un diplomado de género en la Casa de Bello, una de cuyas profesoras era Margarita Iglesias. “Nos hizo clases sobre historia de las mujeres y al finalizar el curso nos comentó sobre los documentos que existían sobre este Centro Cultural que funcionó durante la dictadura y del cual tan poco se conocía”, cuenta Vivaldi. “Nos entusiasmamos ante esta idea de reconstruir una parte tan importante de nuestra historia”.

Ana González en una actividad en el Centro Cultural Mapocho

Ana González en una actividad en el Centro Cultural Mapocho

Ahí partió el trabajo, cuya investigación financió la Universidad de Chile. El entusiasmo fue tal que además se filmó un documental, de los realizadores Cigalo Peirano, Andrés Espinoza y Antonio Salas. “Nos pareció que un buen insumo a la investigación era el apoyo de un documental que contuviera la propia voz de los actores que fueron parte de este centro cultural”, explica Núñez.

Para el libro entrevistaron a múltiples personalidades, además de la propia Echeverría, tales como la titiritera Ana María Allendes (encargada de talleres), la dirigente poblacional Blanca Ibarra, el escritor Francisco Casas y la fotógrafa Kena Lorenzini.

Todo el proceso demoró cuatro años. “La escritura fue larga porque todas teníamos actividades paralelas y además fuimos recopilando material, archivando los documentos, realizando las entrevistas”, recuerda Vivaldi. “Fue difícil compatibilizar los tiempos e intentar recopilar la mayor cantidad de testimonios posibles”.

En todo caso, valió la pena. “La verdad fue una permanente sorpresa ver todo lo que se hizo, cómo se vivió ese periodo”, admite.

Locura irracional

La propia Echeverría recuerda el CCM como una “locura irracional”, según el libro. “Se mantuvo vivito y coleando pese a la carencia de leyes, reglamentos y metodología que hubiesen podido regirlo, posiblemente gracias al milagro de ese gran abrazo de solidaridad que brotaba espontáneamente de los intelectuales y artistas que estuvieron vinculados con él, o simplemente de los seres solitarios e iracundos que le entregaron su fuerza y respaldo”, señala en el prólogo.

Peña realizada en el Centro Cultural Mapocho

Peña realizada en el Centro Cultural Mapocho

Para Vivaldi, el centro se crea como un espacio para resistir la represión y “resistir el intento de parte de Pinochet y sus seguidores de borrar nuestra historia y cultura”. “Por eso un espacio para poder compartir y crear era necesario y, como Carla señala en su capítulo, un refugio para muchos y muchas. Lo mismo lo mantuvo vivo la necesidad de seguir creando pese a la oscuridad imperante”.

“Se va transformando en un lugar de creación político, artístico cultural intersectorial y de acogida de valores y personas que comienzan sus primeros pasos artísticos culturales en el centro”, complementa Iglesias.

Hitos

Una de las acciones más emblemáticas del CCM la realizó Echeverría en 1981, cuando nació el lugar. Fue la legendaria “Operación Chancho”, cuando la directora lanzó a correr por el Paseo Ahumada un cerdo con una gorra como la que usaba el dictador.

El centro “además extendió su acción con presas y presos políticos de la época y con poblaciones del Gran Santiago”, según Iglesias, algo que destaca “por la osadía y la valentía en tiempos que eso no estaba permitido en Chile”. Núñez además resalta las fiestas en la época del toque de queda.

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Otro evento destacado fue el “Estallido de la Creación”, un festival cultural de tres días realizado en 1985, que incluyó la participación de pintores de la talla de Mario Carreño, Gracia Barros y José Balmes, la actuación de grupos de danza dirigidos por el renombrado Patricio Bunster y un conversatorio con autores como José Donosos, Raúl Zurita y Poli Délano. Como era usual en aquel tiempo, terminó con un allanamiento de la policía y numerosas detenciones.

Las poblaciones y las mujeres

El trabajo con las poblaciones también fue fundamental. Incluyó hechos como una donación de grabados de Guillermo Núñez para la Casa André Jarlan de La Victoria, pero también numerosos talleres de danza, teatro y artes gráficas, así como otros de tipo textil para la fabricación de productos que luego pudieran ser vendidos por los alumnos, ayudando de esta forma a la sobrevivencia en momentos de graves penurias económicas.

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Esta labor con los más pobres nació por “la necesidad de recrear las actividades culturales y contrarrestar la represión masiva hacia las poblaciones por parte del gobierno dictatorial”, según Iglesias. “Por los testimonios, la experiencia fue positiva y creadora de ciudadanía en el reconocimiento social de habitantes de poblaciones del Gran Santiago en un momento de represión y descalificación social, tanto de prisioneros políticos como de pobladores que exigían sus derechos”.

También fue fundamental el trabajo del CCM con las mujeres. Para Iglesias, nació “cuando se observa la composición de quienes participaban tanto en la administración, como en los talleres y actividades del centro, en su mayoría son mujeres. Impulsan una forma distinta de crear y actuar en época de dictadura, lo que a mi entender es una innovación político cultural de participación ciudadana de las mujeres y que abarca al conjunto de las personas”.

“Hay muchas y debatidas razones por las cuales se explica la presencia ‘pública’ de las mujeres durante la dictadura”, complementa Álvarez. “Yo me atrevería a decir que la dictadura destruyó el espacio general de la política y se articularon las mujeres que ante las crisis hicieron política desde lo que tenían a mano, sin necesariamente saber que era político. Luego se fue tomando conciencia de esa política y de las formas que tomaba esa política que como toda política se basa en una particular experiencia. Eso se fue tematizando, no sólo en la ‘liberación global’, como dice Julieta Kirkwood, sino también en términos de la subordinación de la mujer”.

“Las mujeres se tomaron ese espacio lo que refleja un momento en el que el feminismo y las organizaciones de mujeres vuelven a retomar el espacio público”, señala Vivaldi. “En este sentido, las mujeres no solo fueron un ente clave en la recuperación de la democracia si no también en qué tipo de democracia se quería recuperar: una en que las mujeres participáramos del espacio público y político”.

Cierre por ilusión

El centro, como muchos otros espacios, fue víctima de la ilusión con la democracia, y cerró en 1989. “La promesa o esperanza que con la llegada de la democracia estos espacios podrían crearse desde la propia institucionalidad hacían menos urgente un lugar como éste”, explica Vivaldi.

Iglesias lo atribuye a la falta de proyección en un tiempo pos dictatorial y por la convicción de muchas de sus integrantes que esas actividades serían retomadas desde las nuevas formas de gobernabilidad que se inician en la década del 90. “Había cumplido un rol y no se proyectó en las nuevas condiciones de la sociedad chilena y la ciudad de Santiago”, concluye.

Uno de lo presentadores del libro fue Ennio Vivaldi, Rector de la Universidad de Chile

Uno de lo presentadores del libro fue Ennio Vivaldi, Rector de la Universidad de Chile

“Muchos de los miembros de estos espacios se fueron a trabajar a los nuevos estamentos del Estado que se formularon luego del fin de la dictadura”, agrega Núñez. “Los presupuestos internacionales dejaron de llegar y no hubo apoyo del Estado que hiciera sostenible el proyecto”.

Sin duda dejó un legado, más allá de las vivencias y los recuerdos que quedan, como parte de lo fundamental que fue la cultura para recuperar la democracia. Para Núñez, es “la propuesta de nuevas formas de resistencia”. “Como dice Mónica, se necesitan canciones para la resistencia, el humor”.

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