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Crítica de cine: “Raíz”, el resplandor añejo del agua La ópera prima de Matías Rojas Valencia (1984) se estrena esta semana en el país

Crítica de cine: “Raíz”, el resplandor añejo del agua

El promisorio debut de este joven realizador chileno, se apoya en dos fortalezas audiovisuales de llamativa producción: en una cuidada dirección de arte y en una notable elaboración fotográfica. Ambas, rinden tributo a la pintura y a una cámara ambiciosa en sus aspiraciones fílmicas y compositivas. La cinta ganó la competencia nacional del Festival de Valdivia el año pasado, fue nominada esa misma temporada en Palm Springs y se presentó en San Sebastián durante 2013. Y pese a relatar una historia atractiva, la debilidad literaria de su guión, le juega en contra a la hora de retratar personajes de una mayor profundidad psicológica y dramática.


“Sobre el campo el agua mustia / cae fina, grácil, leve; / sobre el agua cae angustia; / llueve… / Entonces, muerto de angustia / ante el panorama inmenso, / mientras cae el agua mustia, / pienso”.

Carlos Pezoa Véliz, en Tarde en el hospital

A lo lejos, los ruidos de la carretera sureña. Las individualidades del lago Llanquihue y del volcán Osorno, visibles. Las búsquedas iniciáticas de un padre muerto y de otro extraviado. La luz, los árboles, la montaña, el recuerdo y la nostalgia: la sombra y los movimientos de un claroscuro. La vida, el aburrimiento, el desencanto. El reflejo del cielo, se detiene encima del rostro triste y blanco de Amalia. Un niño que no es su hermano, ni su hijo, la acompaña.

Hay que volver atrás en el tiempo.

La mujer, de 26 años y que habita un oscuro departamento santiaguino, de pronto recibe un llamado telefónico: es su madre, que la convoca desde Puerto Varas. El rol interpretado por la actriz Mercedes Mujica, se revela como una solitaria. Seductora y fascinante, Amalia termina siendo un clásico de la historia y la literatura nacionales: el de la joven sin papá, sin marido, sin novio, y en conflicto con su figura materna.

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Porque la película Raíz (2013), hay que dejarlo meridianamente claro, es una historia de mujeres solas. En esto se parece a Las analfabetas, de Moisés Sepúlveda o a algún cuento inolvidable de Manuel Rojas. Da lo mismo si éstas han escogido o no esa situación, el hecho es que la ausencia de los hombres, por huída o deserción, constituye una clave para comprender la propuesta narrativa y cinematográfica de Matías Rojas Valencia.

Joaquín Edwards Bello, siempre implacable en sus observaciones meta-sociológicas, describe el fenómeno de la siguiente forma, en su clásico y autobiográfico Valparaíso (1963):

“Una tarde estaba jugando cerca de Perpetua cuando llegó de visita una mujer mayor que ella, tocada con el manto pobre y acompañada por dos niños y una niña. La mujer jadeaba con dos bolsas de ropa. Era lavandera y hermana mayor de Perpetua. Secándose la frente con el pañuelo, dijo de manera enérgica y fatal: ‘Ahora soy marido, mujer y de todo’. Perpetua abrió mucho los ojos, hizo el signo de la cruz en su busto y exclamó: ‘Se le fue’. ‘Sí –repitió la mujer-. Se me fue. Estoy sola’. En esta corta escena se encierra la historia social de Chile. Las mujeres, desde la Conquista y la Colonia, se quedan solas”.

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Quizás el director es un poco simplista en las opciones escénicas que utiliza para dejarnos en claro ese trance afectivo y existencial de su rol estelar. Un par de secuencias, con la veinteañera en la más absoluta orfandad, una cámara que la inserta como la única persona en un espacio íntimo y urbano, escandalosamente vacío: listo. Le resulta, sin embargo la estrategia, a Matías Rojas Valencia.

En ese ítem, radica el principal déficit de las respuestas fílmicas -que el doble realizador y libretista-, formula frente a los desafíos dramáticos que le demanda su elenco: unos pocos gestos inocuos, soluciones insatisfactorias, diálogos más bien descartables, a fin de enmarcar la complejidad espiritual que el cineasta aspira a plantear, en torno a la caracterización psicológica de sus papeles.

Y es allí, también, en donde un guión mal elaborado, o pobremente desarrollado en su factura literaria, concluye por afectar o disminuir un artefacto audiovisual que, mirado solo en su anchura técnica, es de una calidad excepcional.

La fotografía y la dirección de arte de la cinta -a cargo de Gabriela Larraín-, se exhiben de una gran jerarquía en su estructura plástica, tanto en la iluminación, como en la composición del cuadro, en la idea y en el concepto acerca de la realidad que desean mostrar. Los colores y la perspectiva de la cámara, así, parecieran querer emular a los grandes maestros románticos de la pintura chilena: a José Manuel Ramírez Rosales, a Antonio Smith, a Pedro Lira y a Onofre Jarpa Labra.

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Aquel lente, de una altísima concepción estética, está al servicio de los detalles propios de la belleza agreste del sur, y de una visión existencialista en el despliegue anímico de sus personajes: la soledad de Amalia discurre por diferentes etapas, hasta alcanzar un estado de paz consigo misma y con los demás, en especial después de confrontar a su dogmática madre.

Esa precisión para aclarar los estados mentales de sus estelares, se debe, antes que a un complejo trabajo dramático y literario, de escritura de guión, por parte de su realizador; al talento natural en el manejo de los recursos audiovisuales, y de una destreza en el uso de la cámara, propios de Matías Rojas, que escapan con largueza a la redacción de un aceptable parlamento cinematográfico, o bien de una acabada dirección de actores.

El despliegue de su reparto, en efecto, y sin ser deficiente, acusa esa debilidad argumental. Ya que si por momentos, las personificaciones efectuadas por Mercedes Mujica y Elsa Pobrete (su madre), finalizan por convencernos, esto es una causa de la manifestación de sus particulares dotes teatrales en frente del foco, expresados a lo largo del plató.

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Ahora, y si bien en esta oportunidad nos hallamos lejos de presenciar groseras falencias de continuidad narrativa, creemos que la principal carencia en la consumación artística de la ópera prima de Rojas Valencia, se debe a esa señalada irregularidad cinematográfica, analizada ésta bajo la mirada de un conjunto unívoco y completo.

Una lástima, pues su ojo y capacidades son inmensos y de un apreciable potencial, al igual que las aptitudes de su directora de arte y de fotografía. Aún así, la cinta ganó la competencia nacional del Festival de Valdivia el año pasado, fue nominada esa misma temporada en Palm Springs, a los galardones de Cine Latino Award y de New Voices/New Visions Grand Jury Prizey, y se presentó en San Sebastián durante 2013.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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