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El Desquite: la tarde en que Lemebel les dedicó una lectura a los jurados “machos” del Premio Nacional Crónica de la presentación del autor en el Teatro Municipal

El Desquite: la tarde en que Lemebel les dedicó una lectura a los jurados “machos” del Premio Nacional

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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El autor de Poco hombre no ganó el Premio Nacional de Literatura, pero ayer sus lectores le brindaron una ovación tras una nueva presentación de su espectáculo poético «Cancionero» en la Sala Arrau del Teatro Municipal. No fue un premio de consuelo. El escritor viene siendo el único hombre de las letras nacionales capaz de llenar todos los espacios que convoca, sin importar las contingencias que medien su intervención.


Estuvo a punto de desatarse el carnaval. En la atmósfera, previa a la designación del Premio Nacional de Literatura, se respiraba un aire de ansiedad y fiesta. Nunca antes la entrega de un galardón cultural había causado tanta expectación. El anuncio del Ministerio de Educación de designar al escritor Antonio Skármeta como el sucesor de Óscar Hahn apagó de un tirón el entusiasmo y se reservaron los aplausos y la algarabía para una nueva ocasión.

Ayer, una hora y media antes de la esperada aparición de Lemebel en la sala Arrau del Teatro Municipal, donde daría un nuevo recital de su espectáculo poético «Cancionero», un revival de su recordado programa radial de igual nombre que popularizó a mediados de los 90 en la desaparecida Radio Tierra, la expectación y los aplausos contenidos se hicieron sentir fuerte a la entrada del recinto de Agustinas, lo mismo que el disgusto de más de 200 personas a quienes tempranamente se les comunicó que no podían ingresar por estar la sala llena.

El espectáculo se retrasó, hasta que, de un momento a otro, se abrieron de par en par las puertas y entró la gente. Minutos antes Lemebel había sido enfático con la organización. «No empezaré hasta que entren todos», anunció. Y tenía razón, en la sala Arrau quedaba espacio y el público logró acomodarse, sentados en el piso.

¿El recital sería un desagravio por no recibir el galardón? ¿La gran cantidad de gente que acudió al Teatro era el premio de consuelo? La verdad es que no. Lemebel es el único escritor chileno contemporáneo que llena, como si fuera una estrella de rock, todos los escenarios que convoca. Lo hizo en la feria del Libro de Guadalajara el 2012; en Buenos Aires, donde la gente escaló hasta por las ventanas; y, el año pasado, en el GAM –a propósito del Filba–, donde también ocurrió lo mismo y el escritor tuvo igual consideración de levantar las restricciones de ingreso.

«A los jurados machos del Premio Nacional»

En un preludio ya habitual en sus presentaciones, una grabación del fundador del colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis se escuchó en los altoparlantes, a través de la cual que pidió comprensión al público por su alterada voz, tras someterse a una delicada laringectomía.

Acompañado de una plataforma audiovisual, Lemebel partió con su crónica “Joselito”dedicada a El niño ruiseñor, como se conoció a este cantante infantil en la década de los 50 y 60 y que después fue «enlodado por el franquismo». Continuó luego –en igual mezcla de sentimientos, reflexión e ironía– con una crónica roquera sobre Lou Reed, que interrumpía de tanto en tanto con el tarareo de Walk on the wild side.

Uno de los momentos más altos de su presentación fue cuando se refirió al Premio Nacional, y, en un tono medio en serio y medio en broma, dijo que «estuvieron a punto de ganarlo», pero que a fin de cuentas era mejor así, ya que –subiendo el tono a la ironía– «si me lo hubieran dado tendría que haber estado dando gracias toda la vida».

La seriedad se impuso cuando, acompañado de una violinista, les dedicó «a los machos del jurado del Premio Nacional» su crónica “El tango triste del macho chileno”, una crítica directa a la institucionalidad cultural del premio, que en esta ocasión se «lució» al excluir a las mujeres tanto del jurado como de las postulaciones al galardón.

Él se hacía respetar y se agarraba a combos con quien fuera, porque peleando, dando golpes y patadas, reafirmaba su nombre y el de su apá.

Pero no iba a pelear por las minas, todas eran iguales, todas eran putas y traicionaban con el mismo puñal, como decían los tangos que escuchaba su apá.

Otros de los momentos intensos, y que tuvo una gran recepción del público, que a esas alturas estaba rendido ante la elocuencia y a veces vehemencia del escritor, fue cuando leyó el texto “Con Gladys en la ópera”un recordatorio anecdótico que tuvo lugar en los noventa, cuando la fallecida ex secretaria general del PC, Gladys Marín, lo invitó a acompañarla al Teatro Municipal a ver La Traviata, de Verdi. Esta crónica, más allá de las risas que desataron las ocurrencias de su prosa, fue un sentido homenaje a quien fuera una de las grandes amigas del escritor.

¿Te gusta esto, Pedro? No, niña, estoy enfermo de lateado. Entonces, cuando apaguen las luces salimos agachados por el pasillo para que no se den cuenta los compañeros del sindicato, niño.

Y así lo hicimos, en la oscuridad nos tomamos de la mano y cuando vamos llegando a la puerta nos encontramos a boca de jarro con la niña de la invitación…

El público de Lemebel es variado. Tal y como se anunciaba en su campaña al Premio Nacional, que uno de los aportes del autor de De perlas y cicatrices era la creación de nuevos lectores, esto se confirmó con claridad ayer, cuando en la bóveda de la sala Arrau se dio la combinación de jóvenes de distintas edades con lectores que rozan la medianía y una buena cantidad de adultos mayores. Entre estos se contaba a Ana González, emblemática dirigenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, que perdió a toda su familia durante la represión.

En honor a ella y al reencuentro de Estela de Carlotto, de las Abuelas de Plaza de Mayo, con su nieto secuestrado en 1978 por la dictadura militar argentina, Lemebel leyó la crónica “Claudia Victoria Poblete Hlaczik”, una historia y reflexión sobre la desaparecida más pequeña de las dictaduras latinoamericanas, que a los 8 meses fue arrancada de sus padres desde el centro de detención clandestino Olimpo, en Buenos Aires.

Al mirar su foto y leer su edad de ocho meses al momento de la desaparición, pienso que es tan pequeña para llamarla Detenida Desaparecida. Creo que a esa edad nadie tiene un rostro fijo, nadie posee un rostro recordable, porque en esos primeros meses, la vida no ha cicatrizado los rasgos personales que definen la máscara civil.

La presentación del artista terminó con una ovación. La gente aplaudió de pie su honestidad sobre el escenario y extendió sus agradecimientos a Dagme, una cantante transformista, que acompañó la presentación de Lemebel con finas interpretaciones de música popular y melancólica.

Su próxima presentación será este sábado 30 de agosto en Villa Grimaldi, con motivo de la conmemoración del día del Detenido Desaparecido.

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