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Crítica de ópera: “Turandot”, una puesta en escena preciosista Quinto título de la temporada lírica 2014 en el Teatro Municipal de Santiago

Crítica de ópera: “Turandot”, una puesta en escena preciosista

De menor a mayor calidad artística. Así podríamos definir el desarrollo del presente año dramático, que se ha montado sobre el principal escenario capitalino. Bajo esos parámetros, la obra estrenada este último fin de semana, ha sido el crédito más completo, cualitativamente hablando, de cuantos hemos apreciado durante estos meses: un par de cantantes brillantes y luminosas, encarnadas por la portuguesa Elisabeta Matos (Turandot) y la chilena Paulina González (Liú), una orquesta con carácter, dirigida por el maestro ucraniano Andriy Yurkevych, y una régie monumental, a cargo del argentino Aníbal Lápiz.


Lo había adelantado en las páginas de este magazine durante los días pasados, y no me equivoqué para nada en mi pronóstico. Por lejos, el montaje de Turandot, la quinta pieza de la actual temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago, ha constituido lo mejor, artísticamente hablando, de todas las producciones que he observado con ojo crítico, en lo que va del año 2014, arriba de las tablas del mítico recinto de calle Agustinas.

Eso afirmé de Otello, de Giuseppe Verdi, el cuarto crédito del ciclo actual, exhibido en el mes de agosto recién extinguido; pero es que todavía no había tenido la oportunidad de degustar la puesta en escena del recordado maestro argentino Roberto Oswald (1933 – 2013), repuesta en la ocasión y supervisando sus más mínimos detalles, por el ojo de su compatriota, el vestuarista Aníbal Lápiz.

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Acerca de esta régie, ya conocida de antemano, pues lleva presentándose más de 30 años en distintos escenarios del mundo entero, sólo cabe decir que, estéticamente, me resulta la más cercana, en mi gusto personal, a ese misterioso arte que significa representar -la visión ficticia y sensorial-, de la música de un compositor, valiéndose de maquetas, palacios, paredes y espacios de “mentira”. Preciosista y teatral, en lo más profundo del término, la propuesta de Oswald, seguida con pequeñas modificaciones por su “escudero” Lápiz, se complementa a la perfección con la impresionante y colorida música compuesta por Puccini.

De una gran belleza y despliegue visual, su concepto escenográfico se aprecia en una mayor dimensión, creemos, en el primer y el tercer acto, al interior de las secuencias que tienen lugar en el frontis del palacio imperial de Pekín, y en los jardines del mismo recinto, inmersos al anochecer, bajo la luz de una luna de cartón.

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En suma, aquí la régie es un aspecto que sólo tiende a realzar la magnitud de este título operístico, insisto, no por la variedad de elementos y artilugios con que cuenta la producción, ni por lo deslumbrante que puede parecernos el abigarrado conjunto de piezas que conforman cada cuadro utilizado; sino, lo recalco, porque la idea escénica detrás de toda esa batería tramoyística, se sustenta en una visión artística que sólo respalda y apoya la partitura escrita por el genio creativo de Madame Butterfly. Así de claro, y de simple.

También, anotamos, en líneas anteriores, que los roles vocales femeninos de Turandot, destacaban dentro del canon y del repertorio del género, por la dificultad que su interpretación entrañaba para las cantantes de turno que enfrentan sus arias y pasajes.

En esta serie de funciones, la responsabilidad actoral y musical, en los papeles protagónicos, recayó en la soprano portuguesa Elisabeta Matos (Turandot) y en la soprano chilena Paulina González. Ambas, de un desempeño, en la presentación del viernes 12 de septiembre, simplemente notable.

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Conocíamos a Matos por su venida a Chile en mayo de 2011, cuando inauguró la temporada lírica de ese año, encarnando al famoso personaje de Tosca, del título de idéntico nombre, en la pieza compuesta por el mismo Giacomo Puccini. Y esa vez, la impresión que nos causó esta artista de registro wagneriano, fue grato y digno de recordarse. Incluso, la entrevisté y su calidez y simpatía iban de la mano con su inmenso talento vocal e interpretativo.

En efecto, las exigencias que hace el rol de la princesa Turandot, para una soprano dramática de coloratura, una voz de extraordinarias características, y muy escasa entre las cantantes, debido, principalmente, a su exigente tesitura (la extensión entre notas graves y agudas que puede alcanzar una garganta o instrumento, en este caso específico); lo hace un papel de dificultad mayor, de entre la lista que existe en el repertorio habitualmente exhibido sobre un escenario dedicado a la música docta.

Sin embargo, Elisabeta Matos salió airosa, y con aplausos de la prueba, pues su voz, oscura y voluminosa, exquisitamente trágica, no sólo llegó a los sobreagudos y superó con largueza la fuerza de una orquesta brava e imponente -como está obligada a hacerlo, por lo demás-, sino que también imprimió la pasión necesaria que sus intervenciones requerían para emprender este personaje. Además, sus dotes actorales no son para nada desdeñables, y lució como una princesa cruel, fría, de hielo, pero desesperada por amor, besos y poesía. De pocas apariciones, como lo demanda su personaje inaccesible, pero sin duda inolvidable, para acordarse de ella por otros tres años más.

El otro rol femenino importante de Turandot, el de la esclava Liú, fue encarnado en el debut de las funciones internacional y estelar, por la soprano lírica chilena, Paulina González.

Provista de un timbre hermoso y rico en matices, aunque de limitada extensión sonora, la voz de la cantante nacional brilló, sí, no exagero, deslumbró, a lo largo de su agotadora interpretación, especialmente cuando abordó las dos arias que hacen famoso a este duro papel: “Signore ascolta” y “Tu che di gel sei cinta”. Asimismo, las cualidades dramáticas de González no son menores y su cima teatral, la alcanzó, qué duda cabe, cuando se suicidó a fin de evitar la delación que significaba pronunciar el nombre de su pasión secreta: el patronímico del valiente Calaf.

Debemos consignar, por último, la participación en este elenco del príncipe tártaro mencionado: Calaf. Caracterización que fue responsabilidad del tenor lírico lituano, Kristian Benedikt. Ya pudimos valorar sus dignos talentos, en la personificación que hizo del moro de Venecia, el Otello de Verdi, durante el pasado mes de agosto.

Sus cuerdas, no obstante, no me parecen tan potentes para trocarse en el audaz varón que resuelve el trío de enigmas que entregan el amor de Turandot, pero seríamos injustos si no redactamos que su performance en la célebre aria “Nessun dorma!”, resultó bastante aceptable, “redonda”, y que arrancó con justicia los vítores de la platea y de la galería.

Asimismo, es un buen actor, pero si lo comparamos con lo que fue el cometido del tenor chileno José Azócar, en la función estelar del sábado 13 de septiembre, en igual papel; creemos que es un cantante de mucho menor vuelo, enfrentado con la transparente y delicada voz a la que nos tiene acostumbrados el artista serenense, cada vez que le corresponde subirse al escenario de calle Agustinas.

Finalmente: el coro y la orquesta. Ambas, de una elevada altura vocal y musical. Y el maestro ucraniano, Andriy Yurkevych, refrendó la buena opinión que dejó entre nosotros hace cuatro temporadas, cuando arribó para dirigir Rigoletto, de Giuseppe Verdi: una batuta enérgica, temperamental, y de una sensibilidad llana a interpretar el virtuosismo dramático de los maestros italianos

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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