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El existencialismo y la profundidad dramática del cine iraní en el cine UC Inédito ciclo se prolongará hasta el domingo 5 de octubre

El existencialismo y la profundidad dramática del cine iraní en el cine UC

Una completa muestra, que incluye piezas de los directores Abbas Kiarostami, Mohsen Makhmalbaf y Jafar Panahi, se exhibe en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. A través de una decena de películas, el evento constituye una buena oportunidad para formarse una opinión estética de esa filmografía que causó verdadero furor en el circuito internacional, a fines de la década de los ’90.


Los suicidios, la marginalidad física y espiritual, el sentimiento del absurdo, la soledad extrema, los terremotos, el agobio de una realidad difícil de soportar, y los amores imposibles del cine iraní, cautivaron a las audiencias de Occidente, durante la segunda mitad de los años ’90. Así, realizadores como Abbas Kiarostami (1940), Mohsen Makhmalbaf  (1957) y Jafar Panahi (1960), fueron moneda corriente en los medalleros de los principales festivales de la especialidad a nivel mundial.

El último gran éxito del séptimo arte persa, lo representó un reciente estreno de la cartelera local: la película El pasado (2013), un crédito de Asghar Farhadi, que protagonizado por la actriz franco-argentina Bérénice Bejo, le entregó a ésta el galardón de mejor intérprete del Festival de Cannes, en la temporada pasada.

Desde esta semana, hasta el 5 de octubre, la Sala Blanca de la Universidad Católica brinda la ocasión, al público santiaguino, de interiorizarse en obras poco conocidas y otras más célebres, producidas por los citados Kiarostami, Makhmalbaf y Panahi.

A continuación, la selección que hizo El Mostrador Cultura +Ciudad, de esos filmes algo desconocidos pero formidables, que se podrán apreciar en el transcurrir de los próximos días.

A través de los olivos (A. Kiarostami, 1994)

Abbas Kiarostami nació en Teherán, en 1940. Poeta, fotógrafo y cineasta, es el artista más influyente del Irán nacido luego de la Revolución Islámica de 1979. Su penúltima película, Copia certificada (2010), está protagonizada por Juliette Binoche y fue presentada en el Festival de Cannes de esa temporada, pese a estar prohibida en su país. En esa ocasión, y durante el certamen, la actriz y el director pidieron la liberación de Jafar Panahi, realizador que se encontraba por aquel entonces encarcelado.

Irán, como Chile, es un país con una importante actividad sísmica. En 1990 se produjo un gran terremoto en la región de Manjil-Rudbar, catástrofe que dejó unas 40 mil víctimas. Trece años después (2003), volvió a repetirse la tragedia en la zona de Bam. De esa manera, y en torno al megasismo de Manjil-Rudbar, giran las motivos dramáticos y audiovisuales de las siguientes películas de Kiarostami: Y la vida continúa (1992) y A través de los olivos (1994). A estas podemos sumar El sabor de las cerezas (1997), para formar una trilogía que, según el autor, tendría como leit motiv común la reflexión sobre el valor de la vida, zarandeada y puesta en duda por los movimientos telúricos.

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Los terremotos han tenido una importancia capital en la historia de la filosofía. El terremoto de Lisboa en 1755 dejó entre 60 mil  y 100 mil muertos. Y supuso el golpe definitivo a la creencia generalizada de que existe un ser bueno y todopoderoso que cuida del género humano y que da sentido a la historia. Leibniz, defensor de esta idea y fundador de la teodicea, lo explicaba diciendo que Dios había creado el mejor de los mundos posibles. Tras el terremoto, intelectuales como Voltaire, pusieron en cuestión las ideas de Leibniz. En su novela Cándido, el ilustrado francés parodia al filósofo alemán en la figura del doctor Pangloss.

Resulta evidente que un terremoto que conlleva la desaparición imprevista de miles de personas en unos minutos, abre interrogantes de tipo existencialista: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Existe un Dios todopoderoso que cuida de cada uno nosotros y de la humanidad en general? ¿Nos hallamos indefensos y a merced del caos y del azar? ¿Qué pueden decir las artes al respecto?

A través de los olivos, es el modo en que Kiarostami se plantea estas preguntas. La solución que ofrece consiste en volver la cámara sobre sí mismo: un modo realista de responder a la consulta de qué puede hacer el arte frente a la catástrofe, si se encara con el mal. La película, protagonizada por un actor que interpreta al propio realizador, trata sobre el rodaje de unas escenas filmadas en una localidad bastante afectada por el terremoto: la pequeña ciudad de Koker. Así, las cintas grabadas en este pueblo forman la denominada trilogía del terremoto (la que está constituida por ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), Y la vida continúa (1992) y esta pieza que reseñamos).

¿Qué encuentra Kiarostami luego del desastre?

El murmullo, la caricia del viento entre los árboles, el dolor y la miseria de viudas y huérfanos, el amor y el desamor. Instantes fugaces y efímeros, pero cíclicos y, por tanto, infinitamente repetidos. Su eterno retorno los dota de una densidad y belleza únicas. El director consigue el objetivo que Tarkovski proponía para el cine entendido como un arte: esculpir en el tiempo, dejar una huella en la sensibilidad de los espectadores.

A través de los olivos venció en la categoría de mejor película, durante la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Espiga de Oro), España, de 1994.

El viento nos llevará (A. Kiarostami, 1999)

El mismo año en que The Matrix revolucionó la cartelera mundial, Kiarostami presentaba esta obra maestra. Su argumento es mínimo, como en todas sus películas, pero la delgadez de la trama esconde un profundo simbolismo, tal como ocurre en la novela El castillo, de Franz Kafka. Si hacemos memoria, ese texto se inspiraba en un topógrafo llamado K., el que pasa días absurdos en un pueblo perdido, mientras intenta contactar con las autoridades del palacio que le han contratado. Bajo esa superficie, sin embargo, la ficción cuenta con una indiscutible dimensión teológica.

En El viento nos llevará, el protagonista, el ingeniero, director de un equipo de filmación, arriba al villorrio escondido de Siah Dareh, en el Kurdistán iraní. Su objetivo es grabar las ceremonias de luto que han de suceder a la muerte de una anciana, la que no acaba nunca de morirse. Durante la tediosa espera, no obstante, se suceden las revelaciones, las iluminaciones: frente a una joven ordeñando una cabra, el profesional recita un poema de amor y muerte, de la poeta persa Forugh Farrokhzād (1935-1967):

“Coloca tus manos —esos recuerdos ardientes— sobre mis manos amorosas y confía tus labios, llenos del calor de la vida, a las caricias de mis labios amorosos. ¡El viento nos llevará! ¡El viento nos llevará! ¡El viento nos llevará!”.

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Todas las jornadas, la productora llama al ingeniero a su teléfono móvil para que finalice cuanto antes el rodaje. Como en el pueblo no hay cobertura ni señal a fin de efectuar las comunicaciones, el hombre debe subir en su coche hasta lo alto de una colina, elevación donde casualmente se encuentra el cementerio de la provincia. Así, día tras día, el tiempo transcurre lentamente, sin nada que hacer ante ese hecho, salvo aferrarse a la existencia, como esa tortuga que camina sobre las lápidas del cementerio. La demora del mamífero es también la lentitud de la película. Los minutos y las horas se extinguen, no hay objetivo, ni meta. Únicamente perseverar en el ser, en el absurdo de vivir.

El ingeniero vive asediado entre el aburrimiento y la muerte: el mal despierta en su alma, en la consecuencia de una reacción natural. Hacia el final de la cinta, los acontecimientos se suceden a una velocidad inusual. Un operario queda enterrado en un agujero. El profesional ayuda a rescatarlo y cede su automóvil para que lo trasladen a un centro asistencial. El discurso del sabio, habitual en las películas de Kiarostami, tiene lugar cuando el atormentado individuo viaja arriba en la moto del médico del pueblo.

“La vejez es una enfermedad terrible, pero yo siempre digo que hay enfermedades peores. Como la muerte, sí, la muerte es la peor enfermedad, cuando cierras los ojos a las maravillas de este mundo, a la naturaleza y a la generosidad de Dios. Significa que nunca volverás. Dicen que el otro mundo es más hermoso. Sí, pero dígame una cosa, quién ha vuelto de allí para contárnoslo, para decir si es hermoso o no. Me dicen que es tan bella como una hurí del paraíso, pero yo digo que el jugo de la viña es mucho mejor. Prefiere el presente a estas espléndidas promesas. Hasta un tambor suena melodioso a lo lejos. Prefiere el presente”.

El viento nos llevará ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia de esa temporada (1999).

El silencio (Mohsen Makhmalbaf, 1998)

Esta es el relato de un niño no vidente, el pequeño Korshid, quien vive solo con su madre. El muchacho trabaja en una fábrica de instrumentos musicales, donde se encarga de afinar esos hermosos aparatos de madera, ante la mirada atenta y severa de su empleador, aunque con la tierna complicidad de una niña que pone pétalos de flores sobre sus uñas y baila con cerezas que se balancean arriba de sus orejas.

Todos los días, Korshid debe coger un bus que lo lleva hasta su trabajo. No obstante, su particular sentido de la audición siempre lo obliga a cambiar la ruta, tras algún sonido que le resulte embriagador, llegando constantemente tarde al trabajo, cuestión que lo pone en conflicto con su jefe, arriesgando con ello perder su fuente laboral, y el conjunto de dramas que ese despido implicaría.

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Una historia sencilla en su forma, pero con una enorme carga social de fondo, donde además la música posee un rol fundamental, junto a la belleza de unos cuadros sorprendentes, con imágenes cargadas de poesía visual y una esperpéntica acusación: la denuncia de la explotación infantil, en la Irán creyente y confesional. Este es un tema recurrente en la cinematografía persa. Tal es el caso del propio Mohsen Makhmalbaf en este crédito, y en la obra de su hija Samira Makhmalbaf (La Manzana, 1998), del director Majid Majidi (en Niños del cielo, 1997) y de Jafar Panahi (en la cinta Fuera de juego, 2006), entre otros.

Korshid es un niño andariego e indagador, y es su amor por la música y los bellos sonidos, el afecto que le conduce a extraviarse por las calles de la ciudad, siguiendo melodías pasajeras e inventando otras; en unos planos y secuencias hermosas, que dotadas de un sutil realismo mágico, jamás caen por el despeñadero de la compasión, ni tampoco en el panfleto político-social. Esto es belleza en estado puro. Una película para descubrir otra mirada de la realidad, y para quienes aman el cine y la música, a pesar de las “siniestras” consecuencias lúdicas y estéticas, que generan esas pasiones irrefutables.

El silencio, obtuvo el Premio de Oro del Parlamento Italiano, entregado en el Festival de Venecia (Italia), de 1998, y el galardón por lo Humano, el Arte y la Naturaleza, otorgado en el mismo certamen, durante idéntica temporada.

Información de horarios y programación completa: en http://cine.uc.cl/

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