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Crítica de discos: «Folclor», la nueva producción de Javier Barría Cantautor chileno

Crítica de discos: «Folclor», la nueva producción de Javier Barría

El nuevo disco de Javier Barría se puede leer como una de las historias más antiguas del mundo: un ser humano construye un personaje de sí mismo y lo sitúa al medio de una obra. Pasado el tiempo las cosas caen por su propio peso y el personaje debe huir de sí mismo, cambiar de piel, pues el tiempo ha puesto su capa de ruina sobre las cosas. El mundo compartido se ha agotado, se ha llenado de fantasmas y el músico, o el escritor, o el artista, debe mudar de piel y abrir una ventana hacia otro sitio.


Raúl Ruiz estaba fascinado con el folclor. Le parecía que era lo más fielmente popular e íntimo de las comunidades, y al mismo tiempo, las historias construidas por el folklor se repetían en lugares tan distintos como Alemania, África Subsahariana o Chiloé. Cambiaban los personajes. Los roles permanecían. Sin embargo, era lo más valioso, lo que daba mayor sentido al mundo.jbarria1El nuevo disco de Javier Barría se puede leer como una de las historias más antiguas del mundo: un ser humano construye un personaje de sí mismo y lo sitúa al medio de una obra. Pasado el tiempo las cosas caen por su propio peso y el personaje debe huir de sí mismo, cambiar de piel, pues el tiempo ha puesto su capa de ruina sobre las cosas. El mundo compartido se ha agotado, se ha llenado de fantasmas y el músico, o el escritor, o el artista, debe mudar de piel y abrir una ventana hacia otro sitio.

Folclor se ancla a esa tradición de discos que son como mudas de piel. Discos como Blood on the tracks de Dylan o Sea Change de Beck. Discos o mudas de piel hechas no ya de dolor, sino de algo parecido a la luz de un acto contemplativo donde todo parece tan lógico, donde todo calza bien, y la pérdida y el dolor no son ya mucho más que una bella cicatriz inevitable.

Folclor se abre con un título tremendista para una canción un poco absurda y nada triste: El día en que dejaste de quererme (una multitud se congregó a verme renunciar) y continúa con Nuestro imaginario, un mantra que va de acordes menores hacia acordes mayores y ritmos brasileros y se llena de sonidos ambientales, trinos de pájaros, melodías naturales. Busqué en una piedra de nuestro imaginario, dice la letra, y nosotros podemos empezar a preguntarnos a quiénes se refiere ese “nuestro”, porque el folklor, las costumbres, y esa cierta belleza de las prácticas cotidianas requiere más de una persona para existir.

Crimen, la tercera canción del disco da signos de la exploración de Barría en este disco transicional, la muda de piel sigue con una canción enigmática con una base de piano y secuencias. La naturaleza de los trinos de los pájaros y los sonidos ambientales empieza a contraponerse con secuencias y sonidos electrónicos. Este es, probablemente, el disco de Barría con mayor cantidad de momentos de experimentación vocal. Hay que cometer el crimen, insiste esa voz, a medio camino de volverse un simulacro electrónico. Me borro en los espejos cuando veo al mismo tipo que después será culpable. Hay que cometer el crimen. La muda ha comenzado. Barría ha comenzado a borrarse a sí mismo.

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Gira al sol, la guitarra tan característica de las canciones de Barría reaparece por algunos momentos para acompañar una letra que habla de imágenes pasadas epifánicas: una gira al sol, un mundo de relojes, muertos y gente sin sed. Un viaje en compañía frente al simulacro de un mundo en movimiento.

Ceguera de los ríos abre con la voz de Barría envuelta en hiss, ese sonido análogo que emula el sonido áspero de las viejas cintas. Esto no es un simulacro / Hemos llegado al fondo del teatro / donde abrazados a los brazos de otro / nos unimos a la noche / y me hago el tonto para quebrarme. Algo que se repetirá insistentemente en este disco es una serie de oposiciones. Sonidos limpios contrapuestos a elementos ásperos. Guitarras limpias frente a sintetizadores. Voces limpias frente a voces ásperas. La voz de Barría en esta canción fue grabada al aire libre, en un lago de Aysén, un hombre inmerso en la naturaleza graba una voz diáfana en un silencio profundo, que luego se envolverá en la analogía áspera del hiss.

Pena del sur me recuerda algo gracioso, como las cosas tristes son graciosas, como los payasos son, en realidad, sujetos tristes. Sucede que en México, en el norte, Luis Alberto Spinetta no pegaba mucho. La melancolía y la introspección de gran parte de su trabajo no calzaba mucho con el espíritu alegre de esas tierras. Pena del sur es una balada melancólica. En ella un charlatán que es también un seductor y una víctima  simula quemarse al sol. Tuerce un plan: Amistad, te dejó atrás, dice, y es como si Barría se fuera despidiendo del invento que ha hecho de sí mismo al volcarse en una obra de años.

Cobardes es uno de los puntos más altos del disco. También uno de los momentos en que más se notan los cambios que la voz de Barría ha ido desarrollando en la muda, pues mientras la piel se estimula a través de lo táctil (y casi todo es táctil, aunque lo olvidamos), la lengua expresa las huellas que los estímulos han dejado en la piel, el órgano más grande del cuerpo. En Cobardes, los fraseos de Barría dan escalofríos. La letra dice: Importa porque fue / Quemarse desde lejos fue tan tibio, y cuando Barría canta tibio, algo parecido al dolor sucede en la piel, y la eriza. La voz que provoca ese efecto tiene ecos notorios: Stevie Wonder, Marvin Gaye. Voces negras. Voces hacia las que Barría parece tentado desde hace ya un buen tiempo. Los loops reiteran una y otra vez esa incomodidad de pensar a dos cobardes, quienes sobrevivirán en palabras sin mucho sentido: La palabra inútil sobrevivirá. Una pareja de cobardes que sobrevivirá, casi sin hablar, en el anverso de la piel: en la lengua.

Cyberpunk vuelve a darle movimiento la melancolía. Con sonidos ochenteros y una idea retrofuturista, la canción insiste en la transformación. Un futuro que no sucedió. Una línea absolutamente reveladora: Sabemos que nos mentiremos hasta cambiarnos de piel.

Las tres últimas canciones se pueden leer como un tríptico conmovedor que cierra el disco. En las tres, un hombre y una mujer parecen despedirse, pero en una larga secuencia construida por la memoria de esa voz que canta.

Villanela primero. Una evocación fantasmal cubierta por un piano limpio. Una voz perdida insiste en ver a una mujer que duerme. La enfoca, se queda con ella. La luz que permite ver a esa mujer dormida entra por una celosía, justo cuando la oscuridad se apronta a caer sobre todas las cosas visibles, la luz asoma en un cielo, en una apertura de luz ínfima. La letra de esta canción es de Jorge Drexler y la música es de Javier Barría. Y el título tal vez remita a esa forma musical ligera del Renacimiento. Si fuera, su temática es cómica o, incluso, satírica. Pero esta canción parece contemplativa.

El segundo movimiento de ese tríptico es Animita. Ese bello sitio popular donde recordamos a los seres queridos muertos en una calle, o una autopista, con flores, velas y colores vivos, se convierte en canción. Drum and bass es el vehículo que la lleva hasta nuestros oídos. No hay guitarras, sino suaves y templados teclados, juegos de cuerdas y el sonido apresurado de la base rítmica y la profundidad del bajo que nos llena la boca del estómago en una sensación de vértigo. Nunca más volveré a abandonarme así / Morirse de una parte no es nada fácil / Lo dice la extensión de mi personaje. Si la voz de Barría coqueteaba con los fraseos de Gaye y Wonder, acá se profundiza en un estilo percutivo bastante sorprendente. Las sílabas saltan y se acentúan para generar un efecto móvil cuando la muda de piel ya parece casi completa.

Ella me espera hundida en su jardín / Renuncia al pasar / Captura el final / Hermosos los dos, dice Nuestro folclor, la canción que con suavidad y resignación cierra el disco en una instantánea bella: hermosos los dos, en un recuerdo construido para la excusa de un disco. El concepto de folclor parece aclararse. Las costumbres construidas con otra persona, la extensiones en que otros se convierten en nosotros y nosotros en ellos. Las pequeñas maravillas de la vida cotidiana con otro. Folclor. Barría cierra el disco con esta canción, que se abre con una pregunta clara: ¿Es este el traje que usaré después?

Folclor es un disco conmovedor. El ejercicio detallado de un hombre que va tomando delicadamente su piel con dos dedos y comienza a tirar, como si deshilvanara un tejido. No hay rabia como en otros discos de esta temática, sino más bien contemplación, agradecimiento y cariño. Mucho absurdo también. El gesto de una cara pasmada que ya no puede hacer mucho más que recordar y exorcizarse en calma. Javier Barría ha regresado, de vuelta del rock, y en una posición expuesta que es tierna y absurda: viene con el corazón a la vista, brilla y reposa sobre su mano. Justo sobre la piel, que a diferencia del corazón, es el órgano más grande del cuerpo.

 

 

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