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«La Escuela en Nuestras Manos»: Un libro invaluable en el proceso de movilización social Imperdibles

«La Escuela en Nuestras Manos»: Un libro invaluable en el proceso de movilización social

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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El aporte de Leonora Reyes es sin duda invaluable al proceso de movilización social que hoy se está llevando a cabo en nuestro país. Pero además, su trabajo historiográfico –por su rigor, su uso de fuentes o sus tesis en juego- es también de gran valor para especialistas y profesores. Sin pretensión, insisto, es no obstante mucho más que un libro cerrado a eruditos, su valor es que se coloca al centro del ágora para ser él mismo discutido, y así, a través del discurso, donar precisamente aquello que acusábamos como ausencia.


la escuelaEran reconocidas las importantes contribuciones de Leonora Reyes respecto a la historia de la educación en Chile. Durante el último tiempo, nunca han pasado desapercibidos sus trabajos historiográficos a la vista de especialistas de la educación o de profesores de todo el país a través de la revista Docencia del Colegio de Profesores.

Sin embargo, no se puede desconocer que hace ya algunos años la educación –sus temas, sus desafíos, sus crisis- salieron del estrecho margen erudito para posicionarse, a través de un despertar social, en las calles y el ágora pública, en las plazas y en los bares de la ciudad, en los hogares y en su vida cotidiana. Para nada a los profesores, sino más bien a la nueva y emergente clase tecnocrática que ha controlado la política pública y su burocracia, se ha tenido que arrebatarle poco a poco el sentido último de la educación para devolverla y dejarla libre nuevamente en la polis.

Nadie podría negar, no obstante, la ausencia de discurso en este proceso que, muchas veces, llevado por el sentido común, la protesta espontánea o los intereses revestidos de miedo ante la feroz competición escolar que impone nuestro sistema educativo, no logra articular en la ciudadanía un relato coherente con los sentidos más democráticos o republicanos que sustentan la misma demanda por una educación más justa e igualitaria.

A veces la movilización social por la educación parece perder su rumbo: ahí están como paradigma de esto los estudiantes de liceos emblemáticos que marchan sin percibir ninguna contradicción a la hora de proteger sus privilegios que –no lo ven- perjudican a la misma gran masa de sus pares estudiantes de liceos más pauperizados; o ahí están los padres que, lejos de comprender un proceso que fortalecerá en justicia y en derecho a todos, salen a la calle para marchar junto a los sostenedores que, subvencionados por el Estado, han hecho de la educación un negocio de dudosa calidad moral.

Autora Leonora Reyes Jedlicki Dra. en Historia Universidad de Chile

Autora Leonora Reyes Jedlicki Dra. en Historia Universidad de Chile

 

No es sólo que carezcan de discurso, en todo caso, es también la ausencia de Historia. Se puede tener discurso –de hecho muchos lo tienen- pero un discurso sin Historia es vacío de sentido y ciego de perspectiva: no sabe de dónde viene y muy malamente sabrá hacia dónde va; no sabe qué revolución hacer ni qué emancipación lograr; no comprende el núcleo de la alienación escolar y menos el bonapartismo –llamémoslo así- que hay en la gobernanza de nuestro sistema si no desde la década de los 80, en casi toda su historia; un discurso sin Historia es una mera ilusión que no se libera de un preámbulo puramente sentimental, es pura “experiencia muda”, usando la expresión de Husserl.

En consecuencia, si un libro de historia es de por sí un acontecimiento, uno de historia de la educación chilena, lo es todavía más. No se puede por lo tanto sino celebrar el lanzamiento del extraordinario libro “La Escuela en Nuestras Manos” de la historiadora Leonora Reyes (Editorial Quimantú, 2014). Su aporte es sin duda invaluable al proceso de movilización social que hoy se está llevando a cabo en nuestro país. Pero además, su trabajo historiográfico –por su rigor, su uso de fuentes o sus tesis en juego- es también de gran valor para especialistas y profesores. Sin pretensión, insisto, es no obstante mucho más que un libro cerrado a eruditos, su valor es que se coloca al centro del ágora para ser él mismo discutido, y así, a través del discurso, donar precisamente aquello que acusábamos como ausencia. Es un libro que se lee con pasión y con emoción, con ternura y hasta con nostalgia, pues nos lleva por una historia que puede, que podría estar hoy nuevamente en nuestras manos, pero que se nos resbala, como a un tonto prestidigitador, entre los dedos.

En sus dos capítulos, el libro “La Escuela en Nuestras Manos”, nos conmueve con dos bellas historias que por cierto están en o más allá de los márgenes de la historia oficial de la educación chilena, la historia de su institucionalidad formal escrita a través de proyectos convenidos desde la torre de marfil de las élites, conservadora o liberal. En ambas historias asistimos a proyectos que desestiman el monopolio  estatal de la educación pública o que desarrollan experiencias con un fuerte discurso crítico que perfilan innovaciones educativas fundadas en el principio de la autogestión.

Lo dice la autora en su introducción: “este libro otorga visibilidad  a lo que generalmente permanece más sombrío[…]los planteamientos, las reflexiones, la producción y proyección de prácticas y propuestas educativas desde el quehacer del movimiento social constituido por trabajadores y trabajadoras” de los ámbitos industrial, artesanal o educativo propiamente tal.

Periodico-de-la-Asociacion-General-de-Profesores-1923

Periodico-de-la-Asociacion-General-de-Profesores-1923

Así, desde el profesorado normalista, es decir, impulsado desde la Asociación General de Profesores de Chile, surge el Plan Integral de Reforma del sistema de enseñanza pública como respuesta –digamos “comunitaria”- al centralismo educacional. Mientras el Estado Docente campeaba en el imaginario de las políticas públicas en educación, entre la década de 1922 y 1932, se va tejiendo poco a poco esta propuesta desde las maestras y maestros primarios.

O así, entre 1921 y 1926 emergen las Escuelas Federales Racionalistas de la Federación Obrera de Chile que nacieron de la maduración sobre la base de una crítica frontal al sistema formal de enseñanza popular acusado de centralista, rígido y discriminatorio.

¿Cómo no recalcar la pertinencia de ambas experiencias que, en paralelo o derechamente a contrapelo de la oficialidad estatal reformista, son capaces de articular proyectos educativos con sentido, socialmente relevantes e impulsadas con un fuerte significado pedagógico? Hoy no es posible ignorar esto mientras desde el Estado se nos dice cómo debemos hacer o no hacer ante el modelo neoliberal que nos vertebra. ¿Qué diferencia puede haber entre esos tiempos y estos tiempos?

Por un lado, “mientras los gobernantes optaron por una adecuación estructural de la educación al proceso de transición capitalista y como solución al problema de la cuestión social”, por otro “los movimientos sociales respondieron o rechazando la ley dictada y reclamando su reforma, o implementando actividades educativas y pedagógicas que respondieran efectivamente a las necesidades concretas de instrucción”: ahí están ambos capítulos, ahí están ambas historias, ahí confluyen el Plan Integral de los normalistas y las Escuelas Federales Racionalistas de los obreros. Claro, y ahí también estamos nosotros en medio de nuestra propia coyuntura reformista.

El caso de la Escuela Racionalista de Peñaflor, llamada en 1924 con el nombre de Luis Emilio Recabarren, puede ser una extraordinaria síntesis de lo que estamos diciendo. Fundada en 1922 por el Sindicato Único de Campesinos de esa comuna, llamaba a la comunidad a aportar con libros, mapas, pizarras, cuadernos, bancos y demás útiles escolares para su constitución en el espacio físico de la imprenta del sindicato; la idea era responder con una escuela propia a la “escuela estatista” que “en vez de ampliar los conocimientos de los niños, estrecha el círculo de ellos a fin de limitar las ansias naturales de libertad de los descontentos”, se lee en los documentos de la época, pues esa escuela estatista “somete al hombre a tolerar el injusto y criminal régimen social y atrofia las facultades intelectivas del niño para que puedan subsistir las castas”.

¿Pura ideología? ¡Cuándo no! Como si el Estado no fuera portador de una, ayer y hoy. Como dice Gabriela Mistral, en una extraordinaria cita rescatada en este libro: “me parece a mí calamidad el Estado docente, especie de trust para la manufactura unánime de las conciencias[…]el Estado sigue siendo, será siendo y será siempre Napoleón que movilizará las pobres almas de los niños para afianzar el imperio”.

La Escuela en Nuestras Manos” es un bello libro no sólo para descubrir aquello que no sabemos del pasado de nuestra educación, es también una oportunidad para preguntarnos por qué hoy estamos dónde estamos, cómo hemos llegado hasta aquí, y lo mas importante, si hoy es posible hacer de nuestras manos otras manos: unas nuevas manos para una nueva educación.

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