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Crítica de cine: “Vacaciones en familia”, mentiras de verano

Crítica de cine: “Vacaciones en familia”, mentiras de verano

Una lograda meditación artística, pero contenida en el territorio de una insatisfactoria creación audiovisual: esa sería la sentencia más apropiada para definir en breves palabras, el segundo largometraje de ficción del director nacional Ricardo Carrasco (1960). No obstante, se alzan aquí, como valores a considerar: la notable actuación de María Izquierdo, la sorprendente aparición de Julio Milostich y el intento de diseccionar en imágenes, la pandemia del arribismo “chilensis”.


“Deseamos apasionadamente que haya otra vida en la que seríamos lo mismo que somos en este mundo. Pero no reflexionamos en que, aun sin esperar a esa otra vida, ya en ésta, pasados unos años, somos infieles a lo que hemos sido, a lo que queríamos seguir siendo inmortalmente”.

Marcel Proust, en Sodoma y Gomorra

Pudo haber sido una gran película Vacaciones en familia (2014), si se hubiese definido más por el género dramático, que por el complicado y enigmático de la comedia (hacer pensar y reír sin facilismos). Esa indecisión técnica, empero, compartida tanto por el director, como por el libretista (Rodrigo Antonio Norero) -quien a su vez se basó en el texto teatral de Veraneando en Zapallar, una obra de Eduardo Valenzuela Olivos-, concluyó por sabotear los diálogos ágiles y la aceptable construcción de personajes, efectuada por el joven guionista, encima de las hojas.

Así, y ya en los primeros minutos del largometraje, Carrasco formula sus intenciones argumentales: realizar una suerte de radiografía cinematográfica a los sujetos humanos que componen el cono urbano que empieza en Sanhattan (al este de Tobalaba), y que se difumina cerca de la discutida “cota mil”, en un barrio que bien podría ser San Carlos de Apoquindo. Unos trepidantes y espectaculares planos aéreos, que recorren los sectores descritos, simbolizarían ese objetivo temático y en esta ocasión, hasta hermenéutico, y lo afirmo sin exagerar.

La cámara se instala, entonces, sobre el hogar con pretensiones de los Kelly (el matrimonio compuesto por los actores Julio Milostich y María Izquierdo), y sus dos hijos (Alicia Rodríguez y Felipe Herrera). Ese zoom aéreo, inicia la acción: la cesantía del padre y sus malos negocios, han generado la debacle económica de la familia, la cual, en este verano de ficción, y luego de años de hacerlo como una costumbre, no podrá arrendar la amplia casa en el balneario de Zapallar -la que estaban acostumbrados y habituados a disfrutar-, para eludir el calor del período estival.

3 Vacaciones en Familia

Con el propósito de escapar de esa “vergüenza”, Sofía Arteaga (el rol de Izquierdo), ha ideado un plan: ocultarse durante el mes de febrero en su residencia santiaguina, y simular (previa difusión entre sus conocidos y parientes más cercanos), que en desmedro del tradicional y elitista pueblo de la Quinta Región, han viajado para recostarse en las blancas arenas de una exclusiva playa brasileña.

Ese nudo dramático, deviene en la articulación de una trama que se desarrollará en los interiores y en los patios del domicilio de los Kelly, y donde aflorarán una serie de circunstancias que enfrentará a los cuatro miembros del grupo familiar, por primera vez, ante ellos mismos, y a la luz de sus respectivas miradas escrutadoras. En esa dinámica secuencial, la actuación de María Izquierdo se mostrará rica en rictus y mohines psicológicos, modos y acentos del habla local, en la gestualidad corporal y en la manifestación de una feminidad y de un tipo de mujer, muy detectable en las rendijas del enjambre social chileno: el de la aristócrata cuasi arruinada, o bien, el de la “pituca sin lucas”, preocupada por los apellidos y de la apariencia física de las personas. Y, por supuesto, “del qué dirán”.

2 Vacaciones en Familia

El trabajo de Julio Milostich, tampoco deja de ser meritorio: el conocido actor de teleseries, personifica de una manera loable a ese hombre humillado, herido en su masculinidad que es Juan Kelly: menoscabado constantemente por su esposa (a causa del desilusión de sus emprendimientos), y también subvalorado en su esencia y debido a su origen social más sencillo, tanto por sus suegros, los Arteaga (Sergio Hernández y Silvia Santelices), como por su mujer, la inefable Sofía.

La enunciación icónica que despliega Ricardo Carrasco, acerca de la intimidad de esa familia (los Kelly-Arteaga), se dispone al estilo de “una ventana indiscreta”. Así, la cámara exhibe las relaciones de ese microcosmos humano, mostrando, de paso, una realidad de la sociabilidad nacional, verificable y rastreable, en un sinnúmero de vínculos y de actividades: la de la súper mujer, la del macho apocado, ausente y mero sostenedor (¡ay de si no cumple bien ese papel!), y la de los hijos encerrados en su propia burbuja mental, y maniatados por intereses privativos de la edad con la que cuentan.

1 Vacaciones en Familia

Para describir ese imaginario, Carrasco apela a un encuadre, a unas tácticas de montaje y a una banda sonora (lo más en deuda de la cinta, en mi opinión), propios de una serie grabada y filmada con aspiraciones de exhibirse a través de la televisión. No quiero decir con esto, que esos elementos de análisis sean de una calidad menor a los que se producen por lo general, dentro de los márgenes característicos del cine nacional.

Al contrario, la continuidad narrativa de Vacaciones en familia es fluida y entendible (se “lee” y se aprecia con facilidad), pero son esas incrustaciones del armado (la representación de los sueños de Juan, por ejemplo, acosado por sus deudas financieras y la falta de un trabajo estable), y esas melodías sonoras fuera de “tono” con la estética de la película (acontecen episodios trágicos y para nada risibles); aspectos que terminan por empujar al conjunto del largometraje, hacia una confusión en sus conceptos y finalidades cinematográficas, más allá de plantearse con gracia y conocimiento de causa, la pandemia chilena del arribismo, y el clasismo y el racismo, que son una marca registrada, de los estratos medios, profesionales y altos, de la sociedad chilena.

Pese a eso, el segundo largometraje de ficción de Ricardo Carrasco, y en el juicio de esas columnas vertebrales que le hemos adjudicado (la hondura literaria del guión y las actuaciones de la dupla Izquierdo-Milostich); propicia una pertinente detención en lo importante que, pareciera ser, para la salud y la sobrevivencia de una familia chilena promedio, el éxito económico del patriarca. Y claro, aunque sea una ironía, ese fracaso, estimula aquí, la posibilidad del reencuentro y de la necesaria renovación de los afectos: sin plata, con la mierda hasta el cuello y sin máscaras. Pero con más libertad. Vaya paradoja.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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