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Juicio a los memes y trolleo: Reputación Digital, ¿lo importante es que hablen? Opinión

Juicio a los memes y trolleo: Reputación Digital, ¿lo importante es que hablen?


A fines del siglo 19 Oscar Wilde sentenciaba: “Hay algo peor a que hablen mal de ti, es que no hablen”.

Esa podría ser la frase de batalla de Twitter o Facebook, ya que, por cierto, las redes sociales son hoy un contenedor comunicacional masivo, espontáneo y altamente democrático donde hay cabida para quien quiera “nombrar el órgano reproductor masculino”. Tal como suelen hacer algunos hinchas en los urinarios de un estadio deportivo. Y da igual cuántas veces borremos con pintura la muralla atiborrada de groserías; la audiencia digital no se cansará de recordar, re-escribir y viralizar aquellos pecados linguísticos que ni en diez reencarnaciones lograremos pagar.

Es hora de asumir que los medios de comunicación tradicional comparten su negocio con los digitales, y que las redes sociales crean una comunidad devota, capaz de invertir minutos de su jornada diaria en diseñar un “meme” cuyo único objetivo es -como definió Umberto Ecco- reforzar de manera lúdica una idea que ya circula y que, visto así, se instala desde el ciberespacio. Bien lo sabe el Diputado DC Jorge Sabag, quien el pasado 2014 presentó una iniciativa llamada “Ley Anti Meme”. Mala idea que en sólo minutos fue inmortalizada en la red a través de un jocoso “meme”, provocando el arrepentimiento inmediato del Honorable.

La Reputación Digital dejó de ser la labor de los Community Manager cuya preocupación actual se centra en ser la línea de “atención al cliente” en las RRSS. A la vez que, estos Community Manager, ya no son “niñatos” hipsters, que saltaron desde los videos juegos al diseño web.

Actualmente nuestra reputación digital se construye desde el indiscriminado uso de la libre expresión. Por estos días la prensa tradicional destaca que una celebrity local (Marcela Vacarezza) abandonará Twitter porque ya no soporta la interacción negativa que emana desde su fanaticada en internet; un Senador RN con ambiciones presidenciales (M.J. Ossandón) es “trolleado” porque alguien en twitter recordó que alguna vez defendió a Karadima en espacio de TV abierta y, un Youtuber que sobrepasa la férrea seguridad del complejo deportivo Juan Pinto Durán se convierte en crack acaparando más hashtag que la visita a Chile de Kathy Perry. En ninguna de estos ejemplos existe una “línea editorial” que busque establecer: verdad, objetividad o pluralismo. Esos, son valores de la industria de la prensa.

En la web se espera multiplicar interacciones en las Redes Sociales, sin importar el valor intrínseco que motive a la audiencia. Si alguien quiere aumentar sus seguidores en Instagram basta con que se publique a sí mismo en “rabos”. A eso los marketeros le llaman alcance y es la razón por la que continúan invirtiendo enormes cantidades de dinero en la publicidad tradicional. Ahora bien, si el objetivo es ser respetado, despertar cariño y ser valorado dentro de la propia comunidad virtual hay que trabajar en la empatía. Se trata del anhelado “engagement” que ha mermado tímidamente la danza de millones que van a parar a los medios tradicionales, haciendo posible, a través de la realización de videos con sentido de buena factura, la existencia de medios preocupados de estimular los intereses intelectuales orgánicos de su colectividad digital.

La ya citada frase del perseguido poeta inglés nunca estuvo más vigente. Pero, a días que nos enteráramos que el sueño de vivir en Marte es posible, podemos reflexionar: Lo importante es que hablen. Sí; pero QUÉ, es el quid del asunto.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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