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Un Fausto chileno

Un Fausto chileno


Yo escribí el prólogo para la edición argentina de Fausto Sudaca, la pieza de Omar Saavedra Santis que se está presentando en Matucana 100. Acabo de ver ahora el montaje chileno y esta nota no tiene más finalidad que la de contarle al lector mis impresiones sobre el texto y su puesta en escena. Respecto del texto, la leyenda de Fausto ha sido por supuesto reescrita muchas veces y entre esas reescrituras, la de Johann Wolfgang von Goethe, de 1808, 1828 y 1832, no es sino la más exitosa y la más conocida. Pero existen también las rescrituras de las reescrituras, como ocurre con la decimonónica y latinoamericana (“sudaca”, hubiese dicho Saavedra Santis) de Estanislao del Campo, quien en su Fausto, impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta ópera, reescribió en 1866 la ópera de Charles Gounod de 1859, la que era a su vez y desde ya una reescritura de la pieza de Goethe.

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Más próximo a nosotros, en Chile, en 1988, Jorge Edwards publicó una novela, El anfitrión, basada en la segunda parte del clásico goetheano. En todos estos traslados de Europa a América, la reescritura involucra un régimen de sustracciones y añadidos. Más precisamente: lo que involucra es la introducción de un nuevo lugar y un nuevo tiempo de enunciación, los que a su vez suponen la introducción de nuevos temas y nuevos problemas. Y la pieza de Omar Saaverdra Santis se atiene a esta regla. Es la historia de Fausto, es cierto, pero la de un Fausto nuestro, instalado en la contemporaneidad doméstica chilena, en el espacio magro de nuestra política y sobre todo de nuestra cultura, en nuestra falta de coraje para responsabilizarnos por lo que decimos que somos y que es lo que nos hace seguir comportándonos con bajeza y mezquindad, sólo “en la medida de lo posible”, de manera tal que, cuando las papas queman, sacamos las manos. Ese es el Fausto chileno de Saavedra Santis, el que seduce y abandona a una sirvientilla sin muchas luces, haciéndola responsable a ella de la que no es otra cosa que su propia culpa.

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En cuanto al montaje, hacía mucho tiempo que yo no veía en este país uno tan ambicioso. Alejandro Quintana, su director, quien ha desarrollado durante años una distinguida carrera en Alemania, vuelve a Chile, ojalá para quedarse y contribuir de esa forma a una renovación de nuestros conceptos sobre la puesta en escena. Creativo, inteligente, sabio y diestro, atento por igual a los detalles que al cuadro en su totalidad (Greta encarcelada entre cuatro sillas en el centro del proscenio al fin de la pieza es tan impactante como la cortina roja que como una hoguera la precede y que llena tanto el escenario como el ojo del espectador), supo ponerle a su versión de Fausto sudaca una marca propia, que si es verdad que respeta lo mejor de la pieza de Saavedra Santis también lo es que le agrega aun más de lo que era esperable en el paso que va desde la obra dramática a la obra teatral.

Yo diría que los tres rasgos más destacados de la puesta en escena de Quintana son su vocación para el gran teatro, una acentuación sin falsos pudores de la potencia hilarante de la rough comedy y el ritmo sin baches que le imprimió al desarrollo de la pieza, que en las tres horas que ésta dura no decae jamás. El elenco, finalmente, es óptimo, todos quienes lo integran sin excepción, pero en particular y por razones obvias los dos actores principales: Francisco Melo (Fausto) y Catalina Saavedra (Mefistófeles), el primero con todo el profesionalismo que ya le conocemos y la segunda confirmando que es una de las grandes actrices nacionales, con una presencia escénica, una voz, un desplazamiento sobre las tablas y un lenguaje corporal y gestual que a mí por lo menos me hizo recordar las legendarias actuaciones de Carmen Bunster en el ITUCH en los años sesenta.

En fin, asistir a esta puesta fue un placer enorme. No suele uno ver en Chile un teatro con este nivel de imaginación y atrevimiento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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