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Crítica de cine: “Star Wars: El despertar de la fuerza”, una épica en la galaxia sideral que supera las expectativas La séptima entrega de la saga se puede ver a partir de hoy en las salas comerciales del país

Crítica de cine: “Star Wars: El despertar de la fuerza”, una épica en la galaxia sideral que supera las expectativas

El episodio VII de la famosa saga, y que da comienzo a una tercera trilogía de la serie -ideada originalmente por George Lucas- significa un nuevo impulso estético, poético y audiovisual, para el corpus que había perdido su talante artístico, luego de la última etapa de películas, grabadas entre los años 1999 y 2005. Fenómeno cultural y de masas, esta parte de la esperada secuela, se centra en los acontecimientos posteriores al argumento que inspiraron El retorno del Jedi (1983).


El principal acierto del debut como director de J.J. Abrams (New York, 1966), a cargo del fértil producto simbólico que compone la “marca” de Star Wars, radica en la representación de un imaginario cinematográfico que lanza sus fronteras y dominios más allá del infinito, en una humanización ficticia del cosmos, que lo hace entendible, cercano, y que transforma a los cuerpos celestes, en una pista de aterrizaje (y de despegue), de sueños y anhelos profundamente arraigados, en el inconsciente colectivo de la Civilización Occidental. De ahí, apostamos, el atractivo transversal y popular, que convoca el conjunto de filmes que empezaron a rodarse a fines de la década de 1970.

Star Wars: El despertar de la fuerza (2015), va bastante más lejos, en esa concepción escénica “recreativa” del espacio exterior, que Interestelar (2014), por citar un caso próximo, en un título que también persigue una elaboración fílmica, acerca de la ambición de viajar “realmente” por lo desconocido y el abismo sin fondo, e ignoto, que rodean al planeta que nos acoge.

En esta oportunidad, y como jamás sucedió en la segunda y reciente trilogía de la serie (la grabada entre 1999 y 2005), las aspiraciones audiovisuales de la dirección, van acompañadas y respaldadas, por un acierto en la técnica dramática que se utiliza: la columna creativa del libreto funciona, y la praxis de las tomas se acoplan dentro de los parámetros y las exigencias, de un relato envolvente, sencillo (sin caer en lo burdo), claro, diáfano, y que entusiasma convincentemente a las audiencias.

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Las referencias estéticas y programáticas de la saga, serían más o menos obvias: un ejercicio cinematográfico inspirado en la lucha entre el bien y el mal, y su personificación argumental en las figuras de la República, la Resistencia, y los contingentes del Primer Orden, respectivamente. El parentesco de este último ente militar, político y esotérico, con los hechos históricos contemporáneos y juicios éticos, de lo que fue el Tercer Reich nazi y alemán, resultan, en esta ocasión, evidentes.

Sin detenernos en antecedentes de delación narrativa (contar de qué se trata la película), el objetivo de estas líneas busca entregar herramientas de valoración técnica y artística, del presente crédito (el VII episodio), en cuanto simboliza un título fílmico y un ícono de valoración masiva, en el inventario de la cultura popular: pues antes que una cinta, cualquiera de los fragmentos de Star Wars, son sinónimo de un acervo mediático y de interés general, por parte de millones de personas.

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Así, uno de los factores de análisis que sería pecado no abordar, se desprende del diálogo suscitado entre la realidad diegética (ficticia) y el hecho de que tanto los roles, como los actores que los interpretan, envejecen de la mano (unos treinta años), con el avance del tiempo tridimensional, y durante el recorrido del camino propio y restrictivo, del relato cinematográfico: nos referimos a los casos de Han Solo (encarnado por Harrison Ford), Luke Skywalker (Mark Hamill), y Carrie Fisher (ahora la generala Leia), presentes tanto en las secuencias de El regreso del Jedi (1983), el capítulo cronológico previo de El despertar de la fuerza. Tal situación, une la estrategia de J.J. Abrams, con las expectativas creativas del realizador francés Francois Truffaut (con su quinteto de créditos dedicados a la vida de Antoine Doinel) y de Richard Linklater (con sus célebres “Before” y la reciente Boyhood).

Ese triunfo de ideología audiovisual -por llamarlo de alguna manera-, que alcanza el equipo de producción, con aquel esfuerzo, obtiene sus réditos en la superación dramática que se evidencia por los diálogos del presente título (escritos en comandita entre Lawrence Kasdan, J.J. Abrams y Michael Arndt), con respecto a la presecuela, filmada durante la década pasada, en intervalos de tres años.star 4

Aquí, encontramos variedad de caracteres, destinos que se cruzan, múltiples aristas que no se estrellan en los fueros de la acción efervescente, y un movimiento activo (una crónica) desprovista de nudos evidentes, absurdos, o bien, ingenuamente predecibles. Y donde igualmente tienen lugar, bellas reflexiones escénicas en torno del amor, la soledad, los traumas y las disfunciones familiares, y sus consecuentes frustraciones afectivas.

En efecto, el trasfondo de las posibilidades que encierra el “hacer cine”, se manifiestan íntegras en el resultado final de Star Wars: El despertar de la fuerza: planos de grabación espectaculares, escenas rodadas en estudios de una dirección de arte lúcida y coherente con la tradición del género de la ciencia ficción, la comentada ambición de crear la separación entre realidad y espacios tanto reales como “novelados” (el descrito interludio generacional, mantenido entre actores y personajes); la utilización de la tecnología en 3D para “fabricar” los negativos digitales de la obra, y las implicancias literarias del guión (la alusión a pasajes históricos, políticos y contemporáneos de la humanidad), y la lucha moral y el cuestionamiento de índole trascendental, que traspasa toda la saga, y el sentido épico, en el hipotético preámbulo de una batalla definitiva, que encierra el desenlace argumental de los 135 minutos por los que se extiende sobre la pantalla grande, este séptimo episodio.

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A esa riqueza escénica (interiores de naves y de fortalezas espaciales, diversos planetas con desiertos, lagos, frondosos bosques y blancas nieves, además de viajes a través de la bóveda galáctica) y de presentación dramática, insistimos, también se le añaden el empleo de un montaje acorde a los requerimientos de una trama que debe ser ágil y entretenida, en una exigencia difícil de conseguir, cuando un grupo de artistas se plantea concebir un producto que necesita ser casi perfecto en su consecución artística y cinematográfica, transversal en sus motivos narrativos, y destinado hacia una muchedumbre estimada en millones de espectadores.

No solo “despierta la fuerza” (valga la alusión), sino que también una historia que se encontraba un poco postrada y malherida, debido a las incongruencias y a las falencias (de todo orden), que denunciaban la segunda trilogía de Star Wars. Ahora, podemos afirmar, ha ganado el cine, y por supuesto, la tan vilipendeada cultura “pop”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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