Publicidad
Crítica de cine: “Carol”, el amor está cansado y debe morir

Crítica de cine: “Carol”, el amor está cansado y debe morir

Este excepcional filme fue el gran derrotado, primero, en los Globos de Oro del mes de enero, y ahora último, en los premios Oscar de hace unos días. Dirigida por el realizador norteamericano Todd Haynes, y con un libreto inspirado en una novela autobiográfica de la escritora Patricia Highsmith, esta obra presenta las actuaciones de Cate Blanchett, de Rooney Mara, y la calidad estética de su fotografía, como sus mejores atributos para retratar un intenso vínculo de pasión lésbica, en el escenario de la puritana Estados Unidos de la década de 1950.


Todd Haynes (Los Angeles, 1961), es un director que conoce bien sus posibilidades artísticas y creativas. Y hace catorce años tuvo su mayor éxito como autor cinematográfico: el estreno de «Lejos del cielo» («Far from Heaven», 2002), un largometraje de ficción protagonizado por Julianne Moore y Dennis Quaid, nominado en su oportunidad a cuatro estatuillas de la Academia. Un trabajo notable que, al igual como ocurrió en esta ocasión con «Carol» (2015) –que se encontraba en la disputa por seis galardones Oscar-, terminó con las manos vacías.

Dos similitudes presentan esos créditos (“Carol” y “Lejos del cielo”), también, más allá de haber sido concebidos por un mismo realizador: que se hallan ambientados en los años ’50 del siglo pasado -situación que motiva una particular estética fotográfica-, y abordar el nudo argumental de la afectividad homosexual, vivida en un contexto social y cotidiano de mayoritaria hostilidad y franca adversidad.

El guión de esta pieza es una traslación del thriller psicológico –de idéntico título- redactado por la escritora estadounidense Patricia Highsmith (1921 – 1995), una maestra de los relatos de suspenso y policiales, y creadora del famoso personaje de Tom Ripley (figura que ha inspirado asimismo, otras adaptaciones cinematográficas, una muy recordada, a cargo del fallecido Anthony Minghella, y en cuyo reparto actoral participaban Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Jude Law, la misma Cate Blanchett y el desaparecido Philip Seymour Hoffman, entre otros nombres).

Rodada en un Nueva York dispuesto para ese instante cronológico en específico (el decenio de 1950), la cinta que analizamos basa sus prerrogativas artísticas en las interpretaciones de la mencionada Blanchett, de Rooney Mara, y en el diseño técnico y compositivo, de los encuadres capturados por el lente de la cámara; también, en la categoría literaria del libreto (facturado por la guionista Phyllis Nagy), y en el prendamiento estétio egenrado por la música incidental o soundtrack, dispuesto por el equipo respectivo (a cargo de Carter Burwell).

Hace tiempo que Cate Blanchett es la mayor actriz del circuito cinematográfico, y si no le fue otorgado el Oscar correspondiente hace unas jornadas, eso se debió a que simplemente ya resultó premiada, tan sólo dos años atrás, a raíz de su desempeño en Blue Jasmine, de Woody Allen. Sin desmerecer a Brie Larson (la congratulada por la Academia el domingo pasado), las características “personificadoras” de la rubia australiana, trascienden y vencen en la comparación con los dones de otras profesionales que se desenvuelven en el campo de los grandes estudios de producción.

Su versión de la compleja Carol Aird (hablamos de Blanchett), debatiéndose entre su rol de madre, y los anhelos de una mujer en plenitud, en lucha consigo misma y con su entorno social y familiar, a fin de concretar su identidad psíquica y sexual, ejemplifican una clase maestra de cómo exhibir emociones y sentimientos, encontrándose un ser humano al borde del precipicio existencial, y a un salto de cruzar una barrera biográfica sin pasaje de retorno, ni con arrepentimientos posteriores que valgan, para regresar al punto de partida.

En esa difícil labor dramática, una compañera del peso artístico de Rooney Mara (en el rol de Therese Belivet), cumple con la totalidad de los requisitos que se necesitan para obtener una mixtura de caracteres, mentalidades, sensibilidades y de diálogos gestuales y oculares, acorde a las altas demandas argumentales propias de esta historia de represión, dolor, ocultamiento y redención.

En la puesta en escena que Haynes efectúa de la Gran Manzana y de sus alrededores (medianía del siglo XX), uno de los principales factores artísticos apreciados, resultan de la intervención que se hace de las secuencias –en el diseño y sobre la composición fotográfica de los cuadros- con el propósito de reproducir una estética y una sensación visual, relacionada con las técnicas y el proceso de revelado, que se aplicaban hace unos 60 años, para filmar y editar una pieza cinematográfica.

Un procedimiento que el realizador ya implementó en la alabada Lejos del cielo, y una estrategia que, igualmente, evidencia una manera de pensar y de llevar a la práctica, la narratividad y el montaje, de un título audiovisual. No en vano, el personaje de Therese, las ejerce dentro de los márgenes de esta ficción, como una talentosa aprendiz de artista gráfico.

Uno de los motivos estéticos de la estrategia de cámara descrita, se representa, asimismo, en la constante cita que se hace, en la fotografía de “Carol”, a la obra pictórica del norteamericano Edward Hopper, y de sus figuras humanas situadas al frente o al lado de una ventana, en una postura y gestión de la espacialidad sobre la tela, que son sinónimos de un estado de perpetuo cambio y de introspección espiritual, para esos “seres”.

En efecto, destacan los distintos fotogramas que, sitúan a los roles de esta cinta, en esa posición escénica tan reconocible en los lienzos más celebrados del artista que dibujó como ningún otro pintor, la soledad del hombre y la mujer contemporánea. Así, la abertura (el elemento de la ventana y de su luz) que manifiestan la conexión de una habitación cerrada con el mundo exterior, con su claridad y resplandor, adquieren en la película que comentamos, las definiciones de un tópico y de una particularidad importante, en el concurso de sus coordenadas artísticas y simbólicas.

Las mujeres de “Carol” se desplazan y viajan, aquello, bajo un concepto de la transitoriedad afectiva, existencial y de cambio, en el amplio sentido del término. En esa dinámica, los sentimientos de ambas estelares crecen y fructifican, hasta transformarse en un amor vital y verdadero, para el derrotero vivencial de las involucradas. Esa relación entre el movimiento cinético, y el desarrollo y el reconocimiento de una emocionalidad, constituyen uno de los aspectos más fuertes y valiosos del mapa estético e ideológico de la película, y en un motor que empuja a sus protagonistas, hacia un desenlace argumental magnífico e inesperado.

La acción, de esa manera, se sitúa en coordinación con una de las aspiraciones mayores del cine norteamericano de la época invocada (la década de 1950), es decir, el desplazamiento como equivalente y paralelo del esfuerzo físico, pero trasladada su semántica, al campo de la interioridad y la psicología de los individuos, en la expresión de un cambio, de una evolución, del fin de una etapa y de un ciclo, para todos los participantes en ese trayecto. Y la cámara se complementa con esa apoteosis táctica, al envolver a los personajes en un aura de irrealidad y de reflexividad pictórica, a causa de la manipulación del foco y del encuadre resultante, en esa formulación escénica e ideológica, ya descrita en los párrafos anteriores.

El sexto largometraje de ficción, de Todd Haynes, significa una pieza mayor a lo largo de su respetable filmografía y la pulcra adaptación en formato audiovisual, de una de las novelas más desconocidas, aunque gravitantes, de su autora, la colosal Patricia Highsmith.

“Carol”, asimismo, es la metáfora de un amor que, en apariencia imposible de llevarse a la práctica y a las caricias, puede finalmente -en la línea de un hipotético encuentro y liberación- convertirse en el renacimiento personal de unos seres humanos que, habían hecho de la clandestinidad, una extraña forma de vida: se trata de una película formidable, hermosa, y donde sólo la primacía de la contingencia (para premiar obras de cine), la privaron de las numerosas estatuillas y reconocimientos, que en justicia se merecía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias