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Natalia Valdebenito, esta boca es nuestra Opinión

Natalia Valdebenito, esta boca es nuestra

Nótese que en la rutina de la comediante en el Festival de Viña habla en pasado: “Yo era putaza”, lo que pone las cosas en perspectiva, en el aprendizaje de la propia experiencia, de los diversos papeles que toca jugar: la novia celosa y la amante (versión nanay y versión cabrona), la sola y la soltera, de tal modo que rompe la dicotomía, ayuda a unir a las mujeres no sólo unas con otras, sino al interior.


Uno de los paseos de este verano con mi hija fue al zoológico de Santiago en el San Cristóbal, a visitar a los parientes. Afuera de la jaula de los monos, había un cartel que explicaba que cuando muestran los dientes es señal de miedo.

El miedo a quedarse sola, el miedo a no ser la elegida, entre la antigua mujer de su casa y la nueva mujer que no se haya en el hogar; el miedo a tirarse un peo delante del amado; el miedo de los hombres a dar la opinión sobre las polémicas nacionales, son algunas de las fibras sensibles que tocó la humorista Natalia Valdebenito en el Festival de Viña del Mar.

Algunas en las redes dicen que no somos tan vulgares en el habla ni tan prontas a la sexualidá, a decir de la cómica. Difícil pasar el rasero, pero la humorista que se comió al monstruo habla por las mujeres de su generación, las mismas que -en otra escala- representó Lars Von Triers con el largometraje Ninfómana, que viven los avatares de su libertad.

Nótese que en su rutina Natalia habla en pasado: “Yo era putaza”, lo que pone las cosas en perspectiva, en el aprendizaje de la propia experiencia, de los diversos papeles que toca jugar: la novia celosa y la amante (versión nanay y versión cabrona), la sola y la soltera, de tal modo que rompe la dicotomía, ayuda a unir a las mujeres no sólo unas con otras sino al interior.

Es esta rutina la que muestra su agudeza, más que la caricatura del hombre que no entiende el feminismo. Sin embargo en la manera de descomponerse físicamente para representar al elemental, al que necesita la repetición de los goles, la comediante rompe con el comportamiento físico esperado de una mujer, por lo demás bastante bella, que usa los ventiladores para recrear un anuncio de champú; y se cubre la cara con la melena imitando a la amiga borracha que aconseja: “no lo llamí” (al amante comprometido). Las escenas de la borrachera femenina recuerdan un poco a El diario de Bridget Jones, una película que marcó época en el humor femenino.

Inusitado show en el fenómeno que es el Festival de Viña del Mar, no por habitual menos extraño, del cual cada vez se espera menos, más vino viejo en galanes nuevos, más vendimia de la nostalgia.

Un escenario que se ve más grande en la pantalla plana, un rito regional de fin del verano travestido de parafernalia global, de circo rico. Pero la repercusión de los malabares del humor para domar al público rebasó la Quinta Vergara. Se vio en la editorial del Mercurio, ¿Humor sanador?, que a la vez que pronostica el olvido del evento enciende la alerta de nihilismo y utopía; se vio en asados familiares, en el gimnasio, en el hospital y en discusiones de redes, y se vio en las caras de las mujeres en la calle, sonriendo sin miedo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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