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Crítica de cine: “Buenas noches, mamá”, siempre en pos de una claridad Una película de Severin Fiala y Veronika Franz

Crítica de cine: “Buenas noches, mamá”, siempre en pos de una claridad

Ganadora al premio de mejor fotografía en la filmografía europea del año pasado (2015) –entre otros dieciséis diversos galardones-, este thriller de terror austríaco es una obra que además de garantizar suspenso y variadas cumbres dramáticas a lo largo de sus logradas secuencias, entrega una particular ambientación de la soledad humana y de una sombría ruralidad, en ese país golpeado con bríos por la historia contemporánea: la ruina emocional de una madre y de sus hijos, así, se combinan en un relato de giros, escatología y sorpresivo final.


“Y pensé en la vida, que es subrepticia, y que raramente saca a la superficie sus razones, y en cambio su verdadera trayectoria sucede en lo profundo, como un río cárstico”.

Antonio Tabucchi, en Se está haciendo cada vez más tarde

La nocturnidad, donde cualquier cosa puede ocurrir y suceder, las deformaciones y los trastornos cutáneos, y por ende un cuestionamiento a la esencia misma de la identidad, los accidentes con resultado de muerte (la pérdida filial), instauran los motivos audiovisuales de Buenas noches, mamá (Ich seh ich seh, 2014), una cinta de origen austríaco, y también uno de los mejores créditos audiovisuales, que se pueden apreciar por estos días, en la oferta de la cartelera local.

Del cine venido de ese país centroeuropeo poco sabemos en Chile: salvo una que otra noticia de escabrosos secuestros prolongados (el caso de Natascha Kampusch, por ejemplo) y de la arremetida electoral de alguna agrupación neonazi, son escasas las informaciones que nos llegan desde ese pequeño país germano, pero que hace cien años representaba un poderoso imperio militar, demográfico y económico. Poco de ese diagnóstico, sin embargo, pervive hoy en día.

Así, la película que comentamos, además de presentar en sociedad a dos jóvenes y excepcionales actores: Lukas y Elias Schwarz, indaga artísticamente en tópicos tan estimulantes como la soledad anímica y externa del espacio fílmico, la disfuncionalidad familiar, la ruina emocional, y la pregunta siempre pertinente por la influencia e importancia de los conceptos de parentalidad, y maternidad, sobre la vida de unos niños inquietos y sensibles.

Esas interrogantes, se presentan acompañadas por un guión urdido con ambiciones literarias, una cámara de luminosidad pictórica y deslumbrante, y un dominio del suspenso, el misterio y la tensión dramática, que hacen de este crédito, aparte de un producto simbólico audiovisual de primer nivel; una historia atrayente, un relato fluido, absorbente y entretenido, si es que cabe calificar de esa manera a un nudo argumental de esta naturaleza.

Buenas noches, mamá 2

La fotografía de Buenas noches, mamá, equivale a un punto digno de considerar por sí mismo (más allá de su ya refrendada categoría, al haber sido premiada en los European Film Awards, de 2015). Con evidentes citas a la obra de artistas plásticos y visuales, el tratamiento de la luz que hace el equipo encargado (liderado por Martin Gschlacht), es uno que alimenta los sentidos con formas y colores, de la belleza, en última instancia, mediante el uso de un lente cinematográfico. Desde los estudios de ambientes ecológicos dibujados por Leonardo Da Vinci, pasando por los autorretratos de Aert de Gelder, y de Rembrandt, los interiores de Vermer, los paisajes de Bruegel, las caras sin ojos de De Chirico, y las orfandades de Hopper; el conjunto de los mencionados se encuentran presentes en las intencionalidades estéticas de este título fílmico.

Esa luz tenue, sorprendentemente clara, anunciadora de un clímax dramático que sobreviene inesperado y con violencia, desata una serie de implicancias y cuestionamientos hermenéuticos, que hacen de aquel elemento una fuerza argumental autónoma y fundamental dentro del engranaje y el “subtexto” de la cinta. Lo diurno vale y sirve, entonces, sólo como previa y antecedente del instante en el que irrumpiría lo fantasmagórico y lo verdaderamente relevante: la noche, la oscuridad, que envolverá y atrapará a esa cómoda y moderna casa, arrojada a la “nada”, en medio de un bosque típicamente austríaco, y sus secretos, sus sombras, sus crímenes y conexiones con otras escatológicas realidades.

Buenas noches, mamá 3

Las ausencias, en efecto, se convierten en un personaje “más” del crédito dirigido en comandita por Severin Fiala y Veronika Franz (quienes también, juntos, redactaron el excelente libreto). Sin figura paterna que protagonice algún encuadre (salvo en el diálogo), la madre (encarnada por la actriz Susanne Wuest), asume el rol de autoridad a la cual enjuiciar e, hipotéticamente, derribar. Porque, sin un “jefe” de familia presente en cuerpo e imagen, la efigie materna adquiere la gravitancia que tiene en cualquier mentalidad infantil, y más aún, si se trata de unos varones adolescentes, apenas unos niños impúberes.

Sin ir más lejos, esa mujer que dice ser la madre de los hermanos (con la cara vendada y tapada, luego de una cirugía plástica), simboliza esa pregunta que ronda por la identidad de una persona, en este caso, por los rasgos anatómicos y espirituales de esa madre sin nombre, y sólo conocida y distinguible por el término genérico de “mamá”. En esa dinámica de precaria singularidad existencial, que manifiestan los roles de este título (buscada sin duda por la estructura literaria del guión), la búsqueda de la verdad dramática se confunde con la pesquisa por la propia configuración de los afectos, y del sentido postrero que podría tener esa estancia veraniega y monoparental (la de “Mutter” y sus excéntricos retoños), en una solitaria mansión de la campiña austríaca.

La cámara enjuiciada resulta virtuosa no tanto por sus movimientos (prácticos, efectivos y contundentes), como a causa de la brillante composición de sus planos (que referencian a los mayores nombres de la pintura europea “moderna”); y, también, debido a la univocidad que presenta cada uno de ellos, en coordinación con la línea argumental del texto matriz (el libreto): los fotogramas, de esa manera, jamás pierden ilación con la historia que subyace en tanto excusa literaria. Se produce, así, una eclosión dramática y audiovisual, en todo momento, entendiéndose que el “buen” cine jamás separa esas dos vertientes que lo conforman, en igual grado de relevancia: una historia clara, entendible, mostrada a través de secuencias que se ven y escuchan de forma superlativa. Simple, y aun así, poca gente lo comprende.

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Buenas noches mamá, sin abjurar de una tridimensionalidad convencional (recuérdese que es una cinta de terror y que apela a hechos paranormales en su propuesta estética), acoge una hermosa radiografía del espacio abierto e “infinito”, representado por una casa sin vecinos ni pares colindantes, a modo de columna y planeta en torno al cual giran la totalidad de las acciones.

Ese hermoso chalet, personifica, bajo esos supuestos, una escena de la transformación y del cambio, que sólo puede terminar y “destruirse”, con la radical evolución de sus contornos arquitectónicos más reconocibles. El abandono de sus moradores, y su fuga hacia otro mundo, demandan acabar con los vestigios materiales de ese lugar sin límites, propio de la locura, del delirio, y la impotencia de tener que aceptar la pérdida irreparable de un hermano mellizo o de un hijo.

La moción del thriller de terror, aparece, así, para reflexionar cinematográficamente acerca de la ruina emocional, y de la dificultad cierta de negar y poder abjurar del pasado, aunque éste nos duela y atormente. Se genera, entonces, una cierta redención audiovisual y plástica del tópico descrito: sólo en el más allá, podrá reunirse la familia disfuncional “completa”, en paz, armonía y perpetua felicidad. Y el fuego libera, y permite la redención, tal como sucede, por ejemplo en Lost Highway (1997), de David Lynch.

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Y esa casa perdida en el bosque (el “desierto” verde para los austríacos), metaforiza en completa medida, a un territorio de la liberación y de la posibilidad, y lo que parecía una sucesión de acontecimientos tenebrosos, dejan de serlo, para de esa forma, corporizar la equivalencia de un acto fílmico inaudito y sorprendente: una región donde morarán los habitantes muertos, y sus parientes, y vagarán como espectros, la fuerza de sus vidas y de las pasiones que los alentaban. Una especie de Walhalla, pero de alegre desesperación.

Buenas noches, mamá es una película sugerente, audaz (ya facturar una cinta de terror lo es), que disecciona una trama evocadora, y que propone consultas siempre atendibles, sobre las cuales se mueven la totalidad de los seres humanos, sin excepción: el reconocer que jamás podremos aprehender la esencia de una persona (cuya identidad escapan a la valoración de una cara, de un rostro, y por supuesto que mucho más que el color de unos ojos), eso, con el propósito de atestiguar que la realidad yace latente, misteriosa, a punto de estallar en una hilera y desfile de siniestros y violentos, pero auténticos y cinematográficos acontecimientos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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