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Crítica de series de TV: «Doctor(a) Foster», nace otra diosa La serie está producida por BBC One y disponible en Netflix

Crítica de series de TV: «Doctor(a) Foster», nace otra diosa

En Doctor Foster se abordan las complejidades del matrimonio moderno occidental, tensionando la idea decimonónica del compromiso con devoción eterna y exclusiva, para dar paso a una visión más real y concreta, donde la figura del contrato comercial explica mejor lo que se juega en dichos enlaces. La postergación profesional, el manejo machista de las finanzas (por acción o por omisión), e incluso la violencia de género, son parte del cotidiano que desarrolla esta miniserie. Pero no hay duda en que la guinda de la torta es la tensión que recae sobre el compromiso cultural con la fidelidad desde ambos puntos de vista (masculino y femenino).


Suranne Jones protagoniza esta miniserie de cinco episodios producida por BBC One, y recientemente ganadora del BAFTA 2016 en la categoría «mejor actriz». Insisto con los galardonados por la Academia Británica de las Artes en Cine y Televisión que están disponibles en Netflix, porque se trata de un gran aval. Qué duda cabe.

Dos aclaraciones a modo de prólogo. Muchas palabras en inglés no tienen una versión femenina. Es el caso de «doctor»; por eso la «A» en el título. A su vez, la «Diosa» a la que hago referencia, poco tiene que ver con la utilizada en el argot del reguetón, con todo respeto lo señalo. Se trata más bien de la «Diosa» en el contexto del psicoanálisis y el análisis textual (que promueve Jesús González Requena*).

Doctor Foster es un drama con ciertos matices de thriller psicológico, que narra la historia de Gemma Foster, una brillante médico de un pueblo inglés de tamaño medio, madre ejemplar y mujer enamorada. Todo muy entrecomillas. La cosa marcha sobre ruedas en la vida de Gemma hasta que una duda la saca de su centro: la posible infidelidad de Simon Foster (Bertie Carvel), el esposo. A partir de ahí la protagonista muestra una personalidad compleja, que mezcla a partes iguales una mente tan superior como obsesiva. Es decir, el caldo de cultivo perfecto para que afloren las compulsiones y los delirios de amplio espectro.

Asistimos entonces a la transformación de un ser, digamos, normal, en uno absolutamente desbordado a raíz de un detalle casi oligofrénico: un cabello rubio. Aquí opera la figura de la morena «inteligente» que siente la amenaza de la rubia «tonta», a quién finalmente convierte en su némesis.

En ese momento la historia se encauza en la búsqueda de la verdad. Y luego de superar el shock, la depresión y la paranoia, surge el proceso de transformación de mujer a loba. En clave «masculina» hablaríamos de la metáfora que habita en la transformación de Bruce Banner en Hulk.

La construcción de Gemma Foster como personaje, se basa en una idea que puede sonar dura: el hombre es un zángano que sólo sirve para concebir, y por lo tanto, totalmente descartable. Tal cual sucede. Una vez establecida la verdad, la venganza se instala como el móvil de las acciones de una loba que finalmente deviene en la «Diosa» que controla todas las escenas. Mejor apartarse de su camino.

Como es recurrente en la ficción inglesa, la historia se vuelve a situar en una comunidad pequeña, ordenada y unida, donde ya se sabe, el infierno puede ser grande. Hay una sensación de falsa alegría en el ambiente, que cubre de sospecha a ese saludo cordial abundante en sonrisas. Hablamos de un espacio público donde aparentar ser inteligente, ser simpático, ser feliz, es la norma. Y donde también en apariencia, los hombres controlan las acciones. Pero como resulta imposible fingir todo el tiempo, las fachadas terminan por caer, y lo que antes parecía normal, finalmente se muestra patético. El poder en manos de los hombres no es más que una ilusión insinuada en varias escenas.

En Doctor Foster se abordan las complejidades del matrimonio moderno occidental, tensionando la idea decimonónica del compromiso con devoción eterna y exclusiva, para dar paso a una visión más real y concreta, donde la figura del contrato comercial explica mejor lo que se juega en dichos enlaces. La postergación profesional, el manejo machista de las finanzas (por acción o por omisión), e incluso la violencia de género, son parte del cotidiano que desarrolla esta miniserie. Pero no hay duda en que la guinda de la torta es la tensión que recae sobre el compromiso cultural con la fidelidad desde ambos puntos de vista (masculino y femenino).

Debo señalar que la historia tiene un pequeño fallo de guión, que sin embargo no compromete el resultado que se espera de un buen relato. Esto es, que te atrape y no te suelte. Tal como una telaraña, que incluso imperfecta, termina cumpliendo su cometido. Resulta al menos cuestionable, que un personaje de tan alto vuelo intelectual como la protagonista, no hubiese sospechado antes del affaire de su marido. Eso chirría de entrada. Pero como he señalado, la historia funciona igual. Porque así son los buenos guiones, a prueba de fallos.

Para finalizar, insisto en una idea. El mundo es más «femenino» de lo que creemos, a pesar de la sobre representación de lo «masculino». Esta miniserie corrige la inclinación de la balanza, presentando a una mujer que lo termina controlando todo. Puede que no sea exactamente una «Diosa», pero convengamos que está muy cerca de serlo.

Ya no vivimos la época de Los caballeros las prefieren rubias (Hawks, 1953). Ni siquiera estamos en el momento de Carrie Bradshaw (Sex and the City). Estamos en la era de Stella Gibson (The Fall), Sarah Linden (The Killing), Piper Chapman (Orange is the New Black), Daenerys Targaryen (Games of Thrones), Catherine Cawood (Happy Valley), Sonya Cross (The Bridge), Birgitte Nyborg (Borgen), Nessa Stein (The Honourable Woman), Robin Griffin (Top of the Lake), Carrie Mathison (Homeland). ¿Es necesario seguir? Creo que el punto queda suficientemente claro.

@ClaudiolagosO.

* “Desde el psicoanálisis se fundamenta la idea de que el lazo tribal de los superhombres con su diosa materna es el de una identificación primaria que excluye toda constitución edípica de la subjetividad y que, en esa misma medida, se conforma sobre un fondo de índole psicótica.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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