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Crítica de serie de Tv: Wallander, la otra masculinidad que se aleja de los estereotipos Disponible en Netflix

Crítica de serie de Tv: Wallander, la otra masculinidad que se aleja de los estereotipos

Wallander es oscura y a ratos depresiva, pero son 90 minutos de televisión de calidad imperdible. Verla es un privilegio de principio a fin que permite observar el cambio en las representaciones masculinas en televisión. Aquí son recurrentes las lágrimas en sus ojos, porque como a todos, las cosas fuertes le afectan. Un personaje como él, sólo podía venir de Suecia.


Esta serie inglesa aprovecha el impulso de la novela negra sueca. Se basa en las historias del Inspector Kurt Wallander, escrita por Henning Mankell. Sigue así esa tradición tan nórdica de mostrar el lado oscuro de la vida en sociedad, tal como lo hace Stieg Larsson, autor de la saga Millennium, Jussi Adler-Olsen, novelista danés en cuyas obras se basan los filmes Los casos del Departamento Q, y Hans Rosenfeldt, guionista de la exitosa coproducción danesa-sueca Bron/Broen, cuyo muy aceptable re-make estadounidense, The Bridge, también está disponible en Netflix (pero créeme que te haces un favor si buscas la original en Internet).

Resulta curioso que la reputada industria televisiva inglesa busque material creativo más allá de sus fronteras. Las adaptaciones conllevan riesgos, y muchas veces, resultan inexplicables, como el caso de Gracepoint, versión americana de la extraordinaria Broadchurch (ITV). Todo un fiasco. Aunque para ser justos, los estadounidenses también son capaces de tomar un producto foráneo y transformarlo en uno aún mejor. El ejemplo es In Treatment (HBO) basada en la serie israelí BeTipul. Cosas del entertainment gringo.

En la preparación de este impecable trabajo, hubo mucho respeto por la historia y su contexto. En vez de adaptar el relato a la realidad inglesa, BBC One apostó por no modificar un escenario que resulta determinante en la evolución de los hechos, y por lo tanto, filmó la mayoría de los planos en Ystad (provincia de Skåne), ciudad ubicada en el sur de Suecia, y hogar de Kurt, el entrañable, solitario y medio alcohólico protagonista, interpretado por un superclase como Kenneth Branagh.

Para entendernos bien, Branagh es la única persona en el mundo que ha sido nominada en cinco categorías distintas por la Academia Británica (BAFTA). Y sólo para reforzar el mito; también fue el director de Thor, película del universo Marvel. Digamos que el hombre puede hacer lo que le venga en ganas, y de taquito. Resumiendo, Wallander es filmada en Suecia, con actores ingleses que se hacen los suecos, pero hablan inglés. Suena enredado, y sin embargo, funciona muy bien. Lo señalado explica en parte el éxito de sus cuatro temporadas, que en total suman doce magníficos episodios, y 1066 emocionantes minutos.

Ya lo dije cuando me referí en críticas anteriores a Hinterland: es mejor ver drama que vivirlo. Y en Wallander encontramos cierta brisa marina y campestre que refresca el género. De facto se conjugan crímenes retorcidos con paisajes maravillosos. Parece una ironía perversa, pero se trata de la abrumante realidad con la que lidia Kurt desde la primera escena. Extensos y ordenados campos floridos, matizan visualmente lo peor del ser humano, algo que se puede entender como la metáfora de los países escandinavos, que en el imaginario vienen a ser el primer mundo del primer mundo. Pero como en todas partes se cuecen habas, las flores y su belleza terminan dando lo mismo. Es sin duda un contexto enajenante capaz de demoler hasta al más fuerte. Eso, sumado a las pocas horas de luz en invierno debido a la latitud (7 horas aproximadamente), conducen inevitablemente al reset mental. El propio Kurt lo señala: “(Ystad) es muy lindo… en verano”.

Kurt Wallander se aleja de la rudeza del estereotipo masculino de los detectives de homicidio. De hecho su personaje propone otro tipo de masculinidad. Es un hombre sensible, bueno, pausado, con una mente clara y un compromiso total con el deber policial. Pero su vida social y familiar se ve entorpecida debido a su alma retraída y solitaria, una extraña resistencia a la conversación informal, y una evidente inclinación por el vino tinto en copa de cristal. Da la sensación que es un hombre que se deja atrapar por su trabajo (donde pasan cosas terribles) para evitar el estrés (y la pérdida de tiempo) que le produce socializar. Con esos antecedentes, no extraña que esté divorciado, y mucho menos, que renuncie a tener otra relación, porque sabe que está condenado a ser como es. Hay mucha honestidad en eso. Wallander se compromete más en una discusión técnica sobre los crímenes que intenta resolver, que en una discusión de pareja. A pesar de todo, conserva en su anular el anillo de matrimonio.

Se trata de un ser humano en la curva descendente de su madurez, por lo que narra la historia de un declive sostenido e inevitable, que se aleja mucho de la idea clásica del hombre fuerte y proveedor. De facto el tema de la vejez cruza todas las temporadas debido al deterioro cognitivo que sufre su padre.

Así, cada caso resuelto no es un peldaño hacia el podio de los triunfadores. Al contrario. Cada vez que descubre al autor del homicidio, Wallander pierde energía vital. El éxito es su Kryptonita, hecho que convierte a la serie en un relato subversivo. Aquí, a diferencia de lo que ocurre (irónicamente) en Pantaleón y las Visitadoras, el trabajo no dignifica, más bien es una trampa, a la vez que excusa, para poder vivir.

Wallander es oscura y a ratos depresiva, pero son 90 minutos de televisión de calidad imperdible. Verla es un privilegio de principio a fin que permite observar el cambio en las representaciones masculinas en televisión. Aquí son recurrentes las lágrimas en sus ojos, porque como a todos, las cosas fuertes le afectan. Un personaje como él, sólo podía venir de Suecia.

Prepárate para las emociones intensas porque la historia acaba en la cuarta temporada. No hay más. Quedan advertidos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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