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Juan Radrigán, economista: «Hay que pasar de las políticas culturales para el crecimiento a las políticas para crecimiento cultural» Incidencia del sector cultural en la economía chilena

Juan Radrigán, economista: «Hay que pasar de las políticas culturales para el crecimiento a las políticas para crecimiento cultural»

Actualmente el peso de la cultura dentro de la economía es bastante reducido: alrededor del 1,5% del Producto Interno Bruto (PIB), según cifras del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) de 2010. Para cambiar eso, Radrigán propone que «mapear los productos característicos de la cultura y vincularlos territorialmente para hacer cadenas productivas es algo posible de hacer».


Una exposición sobre la relación entre economía y cultura, así como el aporte de la cultura al desarrollo económico del país, realizó recientemente el economista Juan Radrigán (Santiago, 1966), en el marco del conversatorio «La Cultura Cuenta», realizado en el Centro Cultural de La Moneda.

Para el consultor, que trabajó durante más de un lustro en el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), «hay que pasar de las políticas culturales para el crecimiento a las políticas para crecimiento cultural», así como «mapear los productos característicos de la cultura y vincularlos territorialmente para hacer cadenas productivas», según explica a El Mostrador C+C.

Actualmente, el peso de la cultura dentro de la economía es bastante reducido: alrededor del 1,5% del Producto Interno Bruto (PIB), según cifras del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) de 2010. Para hacer una comparación, en España se calcula que en el año 2014 un 3,4% del PIB se explica por “cultura”. Más del doble.

Algo parecido ocurre en los productos culturales como parte de las exportaciones, donde predominan las industrias extractivas (43%), el sector “agropecuario, alimentos y bebidas” (28%), el sector industrial (25%) y un “otros” con un 4%, que incluye la cultura.

Sin embargo, Radrigán apunta que el tema de las cifras hace referencia a un hecho clave: no hay un sistema estadístico confiable que mida la cultura.

Problema de cuentas

«En Chile contamos con buenas aproximaciones pero son hechas usando datos cuyo fin es otro», advierte Radrigán. «Por ejemplo, el INE hace una encuesta sobre el sector industrial (llamada ENIA), en la que se obtienen, entre otros, datos sobre imprentas y, por lo tanto, de la impresión de libros. El fin de esa encuesta es, grosso modo, caracterizar el sector industrial, pero esos datos específicos sirven para cuantificar un producto característico de la cultura: por ejemplo, el libro».

Agrega que lo mismo sucede con otras encuestas de las que se obtienen datos para calcular agregadamente aproximaciones sobre el sector cultural y destaca el esfuerzo del CNCA en ese sentido.

«Pero aún no logra transformarse en un sistema estable, conceptualmente unívoco y con una política de financiamiento que trascienda a los gobiernos de turno», apunta.

Porque, para Radrigán, hay una dimensión para la construcción de políticas públicas que no es soslayable, al menos no en el largo plazo: la información con la cual se decide.

«Se necesita la construcción de un Sistema de Información Cultural (SIC) que le permita, tanto al CNCA como a otros actores involucrados en este campo, tomar decisiones de corto y largo plazo. Hoy Chile no lo tiene. Sí tiene, afortunadamente, los conocimientos y, en principio, la voluntad de hacerlo», precisa.

Destaca que países como Colombia, Argentina, México y República Dominicana ya han creado sistemas estadísticos en el área. Por ejemplo, las llamadas «cuentas satélite», que son «en sí mismas, un conjunto de cuentas construidas sobre un ámbito de interés de la realidad no cubierto por las cuentas nacionales canónicas. Y lo cubierto difiere de país en país. No es fácil compararlas unas a otras».

«Medir es una ciencia, qué medir es una política», remata en tal sentido.

Catalizador de desarrollo económico

En cuanto al futuro de la cultura como parte de la economía, Radrigán estima que dependerá de las políticas que se implementen en el sector. «La cultura puede ser un catalizador del desarrollo económico, no del crecimiento económico. Al menos en un sentido estable en el tiempo», argumenta.

«Yo pienso que las autoridades económicas del país aún están capturadas por la ideología del crecimiento como remedio a los males sociales. Eso ha conducido a la mercantilización de la vida. El camino de esa ideología va de la mercantilización de algunas cosas a la mercantilización de todas las cosas. A la mercantilización de la vida», advierte.

Por eso, a su juicio, hay que pasar de las políticas culturales para el crecimiento a las políticas para crecimiento cultural.

«Esto último implica entender las políticas culturales como aquellas que impulsan la cohesión de una sociedad que se reconoce diversa. Para la finalidad de la cohesión de lo diverso es necesario entender el lugar de la cultura en las políticas de desarrollo. Y las políticas del desarrollo no son –ni han sido nunca– sinónimas de las políticas del crecimiento», señala.

«No digo que el crecimiento no importe; digo que el crecimiento es una ideología que ha capturado a la gran mayoría de los economistas oficiales», dice.

Para incentivar a la cultura

¿Qué medidas pueden tomarse para incentivar el sector cultural en la economía de Chile? 

«La incidencia del sector cultural en la economía chilena debe, a mi juicio, entenderse como una consecuencia deseada pero derivada de las políticas de incidencia del sector cultural en la sociedad chilena», responde.

Y añade: «El papel de la cultura no es económico. Tiene repercusiones económicas y ellas son deseables, pero devendrán estables y potencialmente crecientes solo cuando las políticas culturales se vertebren sólidamente y que sean parte de una política de desarrollo global. Esto en el largo plazo».

En el corto plazo, concluye, es posible una política activa que ayude en el acceso, la promoción y el financiamiento del campo cultural durante la construcción de un marco de definiciones públicas perdurables, y que vayan siempre más allá de los cuatro años que dura un Gobierno.

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