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Crítica de cine: “El capital humano”, crónicas italianas Una película de Paolo Virzi

Crítica de cine: “El capital humano”, crónicas italianas

Rememorando la calidad audiovisual de los antiguos filmes italianos, esos que hace medio siglo se producían por doquier en los estudios de la península, se exhibe en la sala Normandie este largometraje de ficción, que derrotó en su momento a “La gran belleza”, de Paolo Sorrentino, en los mayores premios que entrega la industria romana: los Davide di Donatello, de la temporada 2014. A las actuaciones de Valeria Bruni-Tedeschi y de Matilde Gioli, se añaden una perfeccionista puesta en escena, y un libreto, un guión y un desarrollo dramático, de altísima consecución.


“Pues bien –acabó por decirse-, si le veo es por mí, porque me gusta hacerlo, y jamás le confesaré el amor que me inspira”.
Stendhal, en Vanina Vanini

Una historia en cuatro partes, unidas por el espacio temporal de seis meses de distancia, con el propósito de mostrar la totalidad de un crisol de personajes y de esa porción significativa de sus vidas, en el norte de Italia. Paolo Virzi (1964), retorna a nuestra cartelera con, la que es quizás, su pieza más conquistada artística y técnicamente: El capital humano (Il capitale umano, 2013), que rodada en Milano, y en una finca y mansión situada a las afueras de esa urbe, la de Luchino Visconti, y la de María Callas, disecciona los secretos, intimidades y contradicciones morales y sentimentales, de una familia perteneciente a la alta burguesía lombarda, la de los negocios bursátiles, las inmobiliarias y las fábricas de alta tecnología: millones de dólares y de euros, en sumas y restas.

Basada en la novela de Stephen Amidon, el libreto fue escrito por otras tres rúbricas, entre Virzi y sus colaboradores cercanos. Y el resultado es un imaginario audiovisual sobre la clase alta del norte de la península, dramatizado con evidente complejidad argumental, escenas bellísimas (por la compostura de su fotografía y la intencionalidad pictórica y simbólica de las mismas), radiantes actuaciones (Valeria Bruni-Tedeschi y Matilde Gioli), y el reflejo de una construcción escénica sobria, pero, ojo, exuberante en su esencia representativa: interiores, la mansión y la finca, una camino de conectividad urbana y rural, y se detiene el conteo. El resto: la cámara de Virzi, su intuición, su olfato, su oficio, su pensamiento, el talento de su régie, el trabajo del director de cinematografía.

En ese prisma de análisis, obviamente, que El capital humano es una pieza instalada en otra órbita cualitativa mucho mayor, en relación a los títulos que se suelen observar regularmente en las salas de Santiago de Chile, y es por eso que, nuestra crítica, en esta ocasión, se orienta por coordenadas de juicio cosmopolitas y algo más universales de exigencia. Quizás la detención argumental que hace Virzi, con su lente y su guión, en torno a la indiferencia moral de las élites financieras, podría motivarnos al engaño: al contrario, el realizador fustiga también el interés y la codicia de “arribistas” y “trepadores”, y como trasfondo se desliza, suave, tranquila, y en tópico dramático sensible y literario: el encuentro disfrazado y prodigioso del amor en un bar, y un dibujo, entregado en ofrenda y homenaje, como un poema, en código de honesta y descarada declaración de amor.

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Un aria de ópera, la escena de otro filme, invocado al interior de esta realidad diegética, por el haz de luz disparado y letal de una proyectora: la fría noche en los suburbios de Milano, la tensión sexual, el hastío, y Valeria Bruni-Tedeschi es poseída mientras declama el diálogo de esa invención citada reflexivamente: cine y arte lírico, grito de placer, de orgasmo, de soledad que reclama atención, sacudida de nihilismo, pero también el anhelo de probar, de sentir la gratificación sensorial que ofrece ese instante de mentira, de fantasía, y de verdad cinematográfica.

La actuación de la Bruni-Tedeschi: desenfadada, cínica, dueña de matices y de registros inverosímiles para los comunes. Bella, madura, cómplice y segura de sus emociones, la musa de Francois Ozon, en 5×2, y quien interpreta a la subvalorada Carla Bernaschi, la esposa de ese ricachón siempre tranquilo, implacable y audaz, que juega al tenis, y en sus negocios camina sobre la delgada línea roja del trapecista (Massimiliano, encarnado por Guglielmo Pinelli); le exigen besos a modo de chantaje, la acarician para concederle regalos, la desean los dramaturgos y novelistas mediocres, la apetecen los inescrupulosos.

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Y Matilde Gioli (Serena Ossola), veinteañera hermosa, y una capacidad de acaparar la atención de la cámara y de la escena, espeluznantes: si el foco la encuadra, ella, y nada más que su personaje, una motoquera comprometida y un poco espiritual (a la que le dicen, “eres lo más bello que me ha pasado”), prevalece, aunque al lado se encuentre la mismísima Valeria, o bien su padre, Dino (el gran actor Fabrizio Bentivoglio). Ver a Matilde Gioli en El capital humano, basta y sobra: la retina se paraliza, el corazón enmudece, la audiencia se prenda en un estado de éxtasis y de concentración dramática, y la memoria gurda un futuro recuerdo: su mirada, los dones de su talento especulativo, interpretativo y fílmico (propio de una actriz de cine, una de cuidado, frente al vidrio del lente).

El desencanto, la frustración amorosa, la obligación de tener que renunciar a ciertos cariños, objetos, posibilidades, caminos y circunstancias, son diseccionados por el foco de Virzi, a la manera de un laureado novelista audiovisual. Escenas y secuencias notables, un elenco a tono y parejo, por más que sobresalen el nombre de esas dos profesionales, ya transcritas en los párrafos anteriores, sirven al realizador para dar movimiento cinético a una puesta en escena que aboga por detalles y significados de sentido ambiental, con economía de recursos, materiales, e inteligencia en la creación de atmósferas, por más que nos refiramos y conceptualicemos a esta película, como una “mega producción” europea.

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Hacer mucho con poco, filmar “demasiado” con buenos actores y contados materiales escénicos, deviene en adjetivos, tales como: habilidad en hacer creíble una imagen forzada e inventada, capacidad de transformar un relato forjado en base a palabras, y convertirlo, gracias a las técnicas de montaje y a las estrategias de ubicación, decisiones de movimientos, y posiciones de una cámara, en un largometraje de ficción, además de prodigioso por su praxis técnica, igualmente poderoso, coherente y profundo, con ambiciones y anchura literarias, y filosóficas, en sus manifestaciones simbólicas, hermenéuticas y dramáticas. Un filme brillante en la calidad de su argumento, la sangre que hace entregarse a ese grupo de actores y de rodaje.

Crítica social, realista y esperpéntica, efectuada mediante los artilugios fílmicos: a la sociedad entera, porque los personajes de Virzi apelan y denotan un hambre de sinceridad encomiables, envidiables. Los valores perdidos o extraviados, no sé, escasos, eso sí, de la lealtad, de la dedicación, del compañerismo, de la necesidad de encontrar un amor sincero, con la ingenuidad, la pureza de intenciones y la entrega, que ese objetivo requiere. La voracidad de los de abajo y la codicia de los de arriba. Y antes que juzgar, el autor prefiere mostrar: quiero me den este dinero, pero asimismo deseo un beso tuyo, uno en la boca; te protegeré y te encubriré, porque te quiero. Y el personaje de Matilde Gioli, que le toma la mano a su descarriado amado: es el único “capital humano” que permanece eterno, en las imágenes, y cobijado por la memoria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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