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Relatos de una mujer borracha: audacia temática y timidez literaria Crítica literaria

Relatos de una mujer borracha: audacia temática y timidez literaria

Existe un interés por la oralidad, la puntuación y las referencias a versos con icónica cualidad rítmica conforman una línea que, explorada con mayor profundidad, podría activar una verdadera riqueza estilística: «Rumié, rumié, rumié, las tijeras agarré y el pico le corté». Luego dice «No, mentira» y juega la misma estratagema para decir lo que pasó, luego un párrafo cierra la línea dramática. Sin embargo el capítulo no termina ahí, un último párrafo explica lo obvio con un chiste barato. Este es un ejemplo de una situación que está presente en todo el libro. Da la impresión que la autora tiene miedo de no ser comprendida y explicita lo que es fácilmente inferido.


I come home in the morning light
My mother says when you gonna live your life right
Oh mother dear we’re not the fortunate ones

«Girls just wanna have fun» Cindy Lauper

«Según los manuales, soy alcohólica. Según yo, sociable, sedienta, acontecida y algo ardiente». El ethos de una colectividad femenina que pervive clandestina, contrapesando sus deseos con las reprensiones de la sociedad, es esbozado y portado como consigna en un conjunto de relatos autobiográficos. No propone una contracultura sino como un desliz sistemático que debe ser tratado con indulgencia y humor: mirar con menor recelo los escapes del alcohol y el sexo, quizás consciente de la desproporcionalidad del castigo social que se asigna a la mujer comparado con los varones.

El éxito comercial de Relatos de una mujer borracha, de Martina Cañas (Ed. Plaza Janés), podría representarse aquí como un orgullo de la travesura, a la transgresión de la niña bien, a la construcción de una cultura símil a su contraparte masculina del zorrón chileno o el macho ibérico español. Sin embargo, dialoga con los valores de esa niña bien que se contraponen a su actuar: por más que se enorgullezca de ciertas conquistas, el «síndrome posmaraca» que propone con humor, no es el orgullo de la conquista trivial de la contraparte masculina.

Esta mirada moderada, que se coloca en el límite entre la rebeldía y el conformismo, permite a Cañas ampliar el espectro del humor. De momentos portar la rebeldía y luego recaer en la culpa, expone la contradicción que aqueja tanto el comportamiento de este grupo como la que se esconde en cualquier otra conducta. La virtud está en explicitarlo, reivindicar al antihéroe, participar de su épica y también narrar sus tribulaciones.

«El primer amor, es amor; el segundo amor, es despecho; el tercero, el cuarto, el quinto y los siguientes, son deporte». Se pierde esta valiosa línea, muy cercana a lo que se imagina de su experiencia, en la visión estereotípica e irreflexiva que posee a veces la narración: desestimar a un hombre por el tamaño de su miembro, cargar a una mujer de una fama desmerecida por la difusión de una calumnia, desquitarse con el sexo opuesto al besar a toda una discoteca. Surge la duda, por la redundancia al exponer asuntos donde explicita su visión, si aquí propugna esta posición de una mujer canalla o la expone para incitar una reflexión en el lector. Esta discordancia la deslegitima al no existir claves en el estilo o en la estructura de la obra que diluciden si vive en la convicción o en la ambivalencia de sus actos.

Martina produce empatía, es un personaje que podría estar en todo pub o discoteca nacional. La correspondencia con la realidad que experimentan los chilenos, especialmente la juventud, se ve intensificada con la referencia al zeitgeist nacional: piezas musicales de reggaeton, programas difundidos por la televisión abierta, la selección (semi)arbitraria del folclor que se enseña. Esta cercanía que provoca en la juventud actual, define también su expiración. Esto es parte de la naturaleza de las redes sociales, cuna de una generación de escritores actuales (véase: http://www.elmostrador.cl/cultura/2016/04/25/de-blogueros-a-bestsellers-la-revolucion-de-las-redes-sociales-en-la-industria-editorial/), contenidos que se construyen en base a un diagnóstico de lo que se vive en el momento presente y le hacen directa referencia. La naturaleza efímera de estos productos es eludible, nadie se queja de las referencias a novelas de caballería en el Quijote o las canciones de jazz en Rayuela, el desafío consiste en convertir lo banal en símbolos de una cultura que forma a sus personajes. Si bien existe una aproximación no se siente como una tarea concluida, hace falta el salto del blog al libro.

La audacia en la presentación temática es desactivada por la timidez en la aproximación literaria. Esta obra carece de un estilo conformado, no es ni discreta ni vehemente, presenta el tabú esquinado y luego redunda vulgarmente en él.

Existe un interés por la oralidad, la puntuación y las referencias a versos con icónica cualidad rítmica conforman una línea que, explorada con mayor profundidad, podría activar una verdadera riqueza estilística: «Rumié, rumié, rumié, las tijeras agarré y el pico le corté». Luego dice «No, mentira» y juega la misma estratagema para decir lo que pasó, luego un párrafo cierra la línea dramática. Sin embargo el capítulo no termina ahí, un último párrafo explica lo obvio con un chiste barato. Este es un ejemplo de una situación que está presente en todo el libro. Da la impresión que la autora tiene miedo de no ser comprendida y explicita lo que es fácilmente inferido.

Queda mucho pendiente en el enfrentamiento del testimonio. Está demás decir que sus historias son las de muchas, muchos también porque existe esa horizontalidad. Es por esto que la utilización del humor tiene que ser precisa. Debiera existir una búsqueda por una forma icónica en que se describe esta verdad, anhelo del que participa la literatura en cuanto a arte.

La dependencia que tiene con la contingencia hace de sí un tema corto, de rápida compleción, las reflexiones que genera se explican por su originalidad y difusión. Falta hacer de la obra un instrumento literario independiente del fervor del bestseller.

En este momento pocas obras se preocupan del grupo humano que concentra la mujer borracha. El acceso particular y la forma de su testificación son aparatos para la creación de una obra que puede ser contundente, puede ser orientadora, y que logra mezquinamente encontrarse con este cometido mayor. La ligereza de la afrenta busca efectos superficiales y relegados dando cuenta del hiato. Estos relatos son por momentos entretenidos e hilarantes, si bien pueden agotar al lector por la repetición de los recursos. Hace falta una indagación mayor para que pueda generar un humor profundo y recordable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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