Editorial Fértil Provincia
En esta obra, Julio Ortega Ilabaca vuelve a caminar por los andenes de la Estación Central, situación que lo retrotrae a 1966, describiendo con lujo de detalles un viaje en el «Rápido diurno a Puerto Montt», para luego devolverse caleteando por Puerto Varas, Valdivia, Loncoche, Villarrica y Concepción.
En 180 páginas, el profesor de Historia, Julio Ortega Ilabaca, realiza un exquisito y detallado ejercicio de memoria. Parado en los andenes de Estación Central, de la verdadera Estación Central -la del tren, no la del Metro- Ortega comienza a recordar los viajes que hacía en tren a Puerto Montt, en la década de los 60, acompañado de sus padres. Recuerda la ansiedad del pasajero antes de abordar el tren, las estaciones, los ramales; los detalles de las ventanas y ese continuo tac- tac, de las ruedas pasando por la unión de los rieles.
«Nací en aquel tiempo cuando podía recorrerse este país de punta a cabo en tren», cuenta Ortega en las primeras páginas, que sirven a su vez, de antesala a un nuevo viaje, a uno por el tiempo.
Así es como recuerda el Expreso a Valparaíso, el Excursionista a Cartagena, el Rápido a Puerto Montt, el Nocturno a Concepción y el Súper Rápido a Chillán. Pero también sirve de anfitrión a un paseo por las grandes estaciones, esas que congregaban a mucha gente, y que hoy yacen abandonadas y condenadas al olvido. Por sus recuerdos se describen los imponentes murales de Gregorio de la Fuente que decoraban con historias las estaciones de La Serena, Los Andes y Concepción.
En este texto que recuerda los años de oro del Ferrocarril del Estado, el autor de El maravilloso viaje a Longino también permite que el lector reflexione acerca de la importancia que tuvo el ferrocarril para el país, el que unió a la nación y contribuyó a su desarrollo durante casi la totalidad del Siglo XX.
