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Crítica de cine: “327 cuadernos”, un viaje a la memoria de Ricardo Piglia Una película de Andrés di Tella

Crítica de cine: “327 cuadernos”, un viaje a la memoria de Ricardo Piglia

Este largometraje documental, precedido de fama y de premios, indaga en la biografía del ya clásico escritor bonaerense, Ricardo Piglia, y la relación de su intimidad vital, con momentos históricos y trascendentes de la historia rioplatense contemporánea: la Revolución Libertadora (1955), el golpe de Estado de 1966 (la llamada Revolución Argentina), la muerte de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia (1967), y el regreso de Juan Domingo Perón al país trasandino (1972). Aquellas circunstancias colectivas son contextualizadas, gracias a una excelente labor de montaje y de investigación periodística, con las coyunturas personalísimas del narrador: los desplazamientos de su familia, el amor juvenil por una prima.


Los documentales acerca de un escritor, suelen ser una apuesta argumental: relatar valiéndose de imágenes “reales”, la vida de un ser humano que suele inventar constantemente situaciones ficticias acerca de sí mismo, y de los otros que le rodean. En el caso de 327 cuadernos (2015), la idea es remontarse como material de base y de arcilla, con esos diarios vitales e íntimos, que había comenzado a escribir el juvenil Ricardo Piglia (1940), durante al año de gracia de 1957.

Hechos históricos, que se conjugan con situaciones minúsculas. Una estética de la privacidad expuesta, a través del cine y de la literatura. El pudor de Piglia y el de su familia, la sentimentalidad del narrador y de los acontecimientos que trascendieron a esa bitácora conformada por uno y el universo. Y el piano se escucha, en una atmósfera que recrea esa sensación descrita de una manera tan asertiva, por Jorge Luis Borges: “La lluvia es una cosa, que sin duda sucede en el pasado”.

Crisis personales, familiares y de la República. Llegar a Mar del Plata, el océano grisáceo y espontáneo. El padre detenido, Perón exiliado en Madrid, acogido por Franco, en respuesta a la ayuda prestada por Juan Domingo y Evita, al pueblo español, en los duros años de la posguerra civil. ¿Cómo mostrar aquello? Di Tella, autor avezado, lo hace mediante una técnica de montaje escueta y de resultados probados: secuencias de archivos, al parecer incoherentes con el relato de Piglia, y la historia del patio trasero, la del protagonista, enfrentada al discurrir histórico y nacional de la Argentina, ese país, que al decir de José Ortega y Gasset, asemeja a un imperio que jamás existió. Triste y grandilocuente, la tesis.

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La influencia de William Faulkner, su deconstrucción lógica del lenguaje. La autonomía, la singularidad, y la soledad de esos personajes que transitan a la deriva, pero dueños de una identidad vigorosa. Como Piglia caminando por la ciudad, bajo una lluvia torrencial, en el día que se anuncia la muerte en combate de Ernesto Guevara de la Serna, en un rincón de la selva boliviana (9 de octubre de 1967).

Se escribe y se recuerda por necesidad. Se investiga para llenar una carencia. El largometraje de Di Tella, ya lo dijimos, por instantes ronda la inconsistencia. ¿Qué tienen que ver, esas fotografías en movimiento, de escenas con el hombre increíble trasandino, soportando el peso de camiones y de martillazos encima de su estómago, con el drama de un país con destino trunco como la Argentina (en la visión del realizador), y los días provincianos de Piglia?

En esas cavilaciones audiovisuales, se forja una perspectiva de la intimidad proscrita. El escritor debe abandonar el país, y la guerrilla asalta un cuartel militar (la guarnición Azul, en enero de 1974). Antes, regresa Perón, y su presencia es una cataclismo nacional, que anuncia lo que vendrá: la Dictadura que se iniciará en 1976, la guerra de las Malvinas, y el Belgrano que zarpa por el Atlántico, hacia el hundimiento, la derrota, la desesperación. Historia y crónica espiritual. El narrador dirige una editorial de novelas policiales, enseña en los Estados Unidos. Todo se mezcla, incluido la enfermedad.

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Esclerosis lateral amiotrófica, enuncia el diagnóstico. Su fiel secretaria le ayuda en la transcripción de los diarios, la ilusión de concluirlos, pues la mente funciona, aunque los músculos omiten responder. El palimpsesto visual de una prima, moviendo una pierna, agitando las aguas de una piscina. Allí, su cuerpo, su belleza infantil: la grabación es traída desde una bodega de los muertos. Así, Di Tella, crea realidades, con secuencias de ignorada procedencia, en una estrategia de ficción y de documental, que resulta, porque pavimenta los vacíos que pudiesen existir en la biografía corriente y normal de Piglia. Es la particularidad, que trasciende hacia la universalidad.

A veces, el título abusa de esa manía. Y los recuerdos del personaje, del artista, se confunden con la filmación de un collage audiovisual. Y la novela “argentina”, se desperfila con las confesiones del entrevistado. O de otros interpelados. Como el interrogatorio hecho a uno de los hermanos del “Che”, previo al embarque para buscar los restos de su famoso pariente en el caos de Bolivia. En planos y cuñas donde se niega a reconocer lo ineludible, evita asumir lo irreparable, hasta no ver un cuerpo que recién aparecería en la década de 1990. El olvido tiene demasiado de memoria, pronunció Mario Benedetti.

Los cuadernos como un ritual oculto. La de los escritores argentinos, desde Borges, un maestro para Piglia, y sobre él mismo. Si hasta Pablo Neruda irrumpe, conversando, sonriendo, charlando. La ilusión de inventar una existencia, la esperanza de que esa biología artística y creativa, intervenga en la historia de un país. Di Tella opta por la solemnidad. Y el escritor se desvanece en su casa de las afueras, se configura en el fantasma de Macedonio Fernández, transitando por esas galerías eternas de Buenos Aires, como si se tratase de una película de Daniel Burman, entre inmigrantes, entre judíos de origen polaco. Porque el policía y escritor de ahora, ya casi poco puede moverse.

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Se trata de sacar las cajas con los veintisiete legajos negros, roídos, ya enfermos como su autor, al descubierto, a la intemperie. Empero, algo pasa…. Para entender este largometraje, se debe conocer bien al narrador Ricardo, y se haya lejos de comprender su nervio y su sentido, si el auditorio es ignorante en las minucias de ese arte y de su trayectoria. Y esa pretensión, termina por convertirse en un obstáculo.

327 cuadernos es una metáfora literaria, histórica y audiovisual. A veces bello, en su “sinsentido” narrativo, y enorme en los alcances por buscar una idea de comprender el devenir nacional, con los temblores mínimos en las jornadas, de un simple ciudadano escritor. Faltó más resolución argumental, en esa simbiosis estética, a veces, muy semejante al video arte. Hermosa, confusa, definitiva y ambiciosa. Quizás mucha sangre, para un solo largometraje documental.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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