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“Lamedero”: las formas de lo obsceno en la palabra Hasta el 29 de octubre en el GAM

“Lamedero”: las formas de lo obsceno en la palabra

En Lamedero la montaña le sirve de asfixia a personajes que corren el riesgo más alto de todos: la de quien jamás se arroja al vacío, y en cambio, su intento ocurre una y otra vez desde el discurso, como si la realidad no fuera otra que la hipótesis de sí mismos. Como habría dicho Artaud, “no siento el apetito de la muerte, siento el apetito del no-ser”.


“Necesito un suceso que me saque de mí sin que yo sepa que estoy saliendo de mí”, dice uno de los personajes de Lamedero, y quizás ese suceso no sea otro que dejar de hablar, porque es hablando cómo ocurre el extravío, la pérdida, el delirio como único asidero para ellos. Ya Roberto Contador, autor de Clavo Crudo a Dos Centavos (seleccionado en la XIV Muestra de Dramaturgia Nacional) habría trabajado la palabra como eje central junto a Guillermo Ugalde, director de la Compañía La Península y de éste último trabajo que se presenta en el GAM hasta el 29 de octubre.

Pero ¿qué es Lamedero?, quizás el único espacio donde, a través de la evocación hablada de una mujer que no existe –para nosotros–, sí sea posible encarnar, con la voz, el delirio más obsceno y absoluto.

El argumento de la obra es sencillo: La Joya (Guilherme Sepúlveda) e Inga c (Roxana Naranjo) se encuentran en una montaña después de haber sido relegados de una ciudad. Uno de ellos despierta hablándole siempre a una misma mujer a la que desea y con la que alucina. Más tarde aparecer Inga, quien es otra, una que también desea, anhelante y desprovista de toda guardia y conocimiento de ese lugar que, parece, no es ninguno.

El licenciado Vidriera (1613) de Miguel de Cervantes le sirvió a Contador y a la compañía La Península para explorar la locura desde el verbo, y desde ahí, descolocar a los personajes que condicionan su propia realidad.

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Todas las fotos de Jorge Sanchez. Gentileza GAM

Para Lacan, el delirio y la locura son producciones de subjetividad, y para Contador leer al respecto fue fundamental durante la escritura de la obra. El extravío como padecimiento desde lo más alto de una montaña o acaso desde su orilla, se presenta en Lamedero no como una adaptación de la novela escrita por Cervantes, sino como una versión libre, “una revisitación de las figuras del loco actuales”, dice su dramaturgo. “Mi fantasía era trabajar con la idea inacabada y completa que es el barroco, y la tesis de Lacan, siendo el monólogo interior una forma de llagar a la idea del delirio”, continúa.

Entonces, ¿qué puede un cuerpo?, se preguntó Spinoza, y es que acaso la verborrea y divagación con que de manera radical se presentan en escena los actores, la palabra nos llega casi a borbotones y el delirio nos lleva a preguntarnos si es que la posibilidad de “alienarnos” hoy, desde el lenguaje, todavía existe. Si seríamos capaces, con o sin el cuerpo, de soportarlo. Roxana Naranjo y Guilherme Sepúlveda caracterizan de manera ampulosa y exagerada excelentes interpretaciones de cómo excluirse es también quedar expuesto de forma descarnada.

La ruptura y separación con la “realidad” pareciera no ser más una alternativa, aunque también y, por qué no, pensarlo podría acercarnos a lo que pareciera replegado para siempre: nosotros mismos. Así, la puesta en escena de la obra apenas se abastece de algunos objetos con el objetivo de resaltar, sobre todo, la dramaturgia y el conflicto interno de los personajes.

“Los actores tuvieron que alejarse de sus propias ideas acerca de los temas que abordaban los personajes, y creer con vehemencia en lo que éstos planteaban. De hecho, en el proceso descubrimos que era más importante la vehemencia y el fervor con que hablaban, que aquello que decían. Descubrimos que era ese fervor lo que hacía que las palabras dejaran de ser literatura”, dice Ugalde.

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Todas las fotos de Jorge Sanchez. Gentileza GAM

En Lamedero, la relación con el espacio ocurre desde el lenguaje, desde su uso y desarticulación. El desvarío de ambos personajes es reactivo a esa zona limítrofe erguida con palabras, y que Ugalde desde la dirección resalta presentándonos a dos sujetos vestidos con ropa elegante que datan de una época anterior a esta. Así, enfiestados y absortos ante su propia amargura, beben cócteles y, de tanto en tanto, jalan cocaína. “Su voluntad de saber es besar y lamer”, dice uno, y es que el riesgo más alto lo viven, quizás, subidos al sin sentido de aquellas evocaciones de recuerdos que ni siquiera sabemos les pertenece.

“Las drogas muestran una realidad palpable de lo que va sucediendo con el verbo. Dentro de lo que significa el principio de realidad los personajes viven realidades distintas”, detalla Contador.

Escuchar Lamedero a cargo de dos desoladas interpretaciones como las de Roxana Naranjo y Guilherme Sepúlveda, es no solo asistir a un acto teatral, si no también, vivir la experiencia del lenguaje como un “síntoma” de la realidad que lo circunda. Ya William Faulkner en “Mientras agonizo” habría “puesto en escena” los interludios del cuerpo ante la desazón de voces fracturadas.

En Lamedero la montaña le sirve de asfixia a personajes que corren el riesgo más alto de todos: la de quien jamás se arroja al vacío, y en cambio, su intento ocurre una y otra vez desde el discurso, como si la realidad no fuera otra que la hipótesis de sí mismos. Como habría dicho Artaud, “no siento el apetito de la muerte, siento el apetito del no-ser”.

Dirección: Guillermo Ugalde.
Elenco: Roxana Naranjo y Guilherme Sepúlveda.
Diseño sonoro: Gustavo Guzmán
Diseño de iluminación: Andrés Poirot
Diseño de escenografía: ToRo
Asistencia de vestuario y utilería: Aurora Muñoz Lacourly
Maquillaje y caracterización: Constanza García
Imagen en escena: Alexis Mandujano
Crédito galería fotos: Jorge Sánchez

“Lamedero” de Roberto Contador. Del 6 al 29 de octubre, miércoles a sábado, 21:00 hrs. GAM, Sala N1 (edificio B, piso 2)

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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