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Mauricio Redolés: «Mis once recuerdos del Ángel de Chile» Opinión

Mauricio Redolés: «Mis once recuerdos del Ángel de Chile»

En esta crónica el poeta y músico popular, recuerda once hechos que marcaronsu vida al lado del hijo de Violeta Parra y precursor de la Nueva Canción Chilena, fallecido este fin de semana en Francia.


Se llevó a cabo un homenaje a Ángel Parra el lunes 21 de diciembre en la Sala América de la Biblioteca Nacional. El homenaje consistía en una conversación conducida por el periodista Iván Valenzuela, y un saludo musical triple, con la participación musical del grupo Ventisca, de La Pintana, la cantautora Cecilia Concha Laborde, y la participación musical también, de quien escribe estas líneas.

El lugar y el momento del homenaje no puede ser más simbólico de lo que ha sido la vida del homenajeado. Una vida al lado de las luchas de los trabajadores por la democracia. El lugar es la Biblioteca Nacional, y el momento es cuando ésta estaba “en toma”, porque los trabajadores de la Dirección de Bibliotecas y Museos tienen su opinión con respecto al nuevo organigrama de la institucionalidad cultural que parece estar pasándolos por el aro, como se dice tan vulgarmente. Tal parece ser que por arte de magia la nueva institucionalidad los reduce en su importancia y dignidad. Entonces el homenaje se hace en un territorio estatal interdicto, o sea la Biblioteca Nacional del 21 de diciembre del 2015.

Para darle un tono borgiano a este relato hay que decir que no es llegar y entra así no más a una Biblioteca en toma. Hay un orden y un protocolo de entrada pero al fin de cuentas y gracias a la voluntad de los y las trabajadores y trabajadoras en paro (en un turno ético como atención especial a un Ángel), todo el mundo ingresa a la Sala América. Me acerco al escenario para preguntar cuando me toca tocar y donde debo enchufar la guitarra, y lo veo…

Está entre unos cortinajes a un costado del escenario y nos hacemos señas y me acerco a abrazarlo. Me cuenta que encontró un volante de más de treinta años entre sus papeles en que aparecemos anunciados en un Festival Víctor Jara en Londres.- ¡Tanto tiempo!- decimos al unísono.

Cuando fui invitado a este homenaje no podía creerlo. Es que mi admiración por Ángel Parra es enorme y mi biografía está marcada en gran medida por su presencia. Se me agolpan recuerdos de muchos momentos.

Once recuerdos de un Ángel

El primer recuerdo es el de un afiche que anunciaba un recital de Isabel y Ángel Parra. El afiche estaba pegado en calle Esperanza entre Huérfanos y Compañía. Yo estudiaba en el Liceo Amunátegui y tenía que pasar todos los días frente a la pared donde estaba el afiche y cada vez que lo miraba me fijaba en el ceño fruncido de los hermanos Parra.

El consabido afiche estaba impreso en grueso papel de combate, para resistir engrudo y lluvia, serigrafía negra sobre verde. Me daba cuenta que ese afiche distaba mucho del de Donald y “Verano Naranja” que arrasaba en las radios. Yo, que a pesar de haber entrado a la adolescencia hacía ya un rato, seguía siendo casi un niño. Pensaba que si mi hermana cantara y tocara el bombo y yo tocara la guitarra, también pudiésemos formar un dúo de hermanos cantantes. Identificación completa.

Escuchaba a veces las canciones de los hermanos Parra, quizás en el programa “Discomanía” de Ricardo García o tal vez en el “Chile, Ríe y Canta” de René Largo Farías. O a lo mejor leía una letra en la revista El Musiquero. En la revista Ritmo (De La Juventud), venía casi nada o nada de Isabel y Ángel Parra, pero mucho de Donald y “quiero frescura/quiero alegría también/Un verano naranja/ Wa-Pa-Pa-Pa/. Nunca entendí si “Verano Naranja” era una nueva canción pop argentina o un jingle publicitario de Fanta. ¿O ambos a la vez?. Así vivíamos esos años. Con esperanza, entre la orfandad de poder y la compañía de los compañeros. Era el año 1970 ó 1971.

El segundo recuerdo que tengo es haber escuchado “Cuando Amanece el Día” y sentir un estremecimiento.

Estremecimiento del cuerpo y cerebro para creer que ese estremecimiento generaba una vibración y una onda que rebotaba en la geografía del país y en la sociedad que despertaba. Lo mismo que sentí cuando escuché por primera vez “Canción a Magdalena”, de Julio Zegers. Debe haber sido el año 1972 o 1973, antes del once de septiembre.

El tercer recuerdo que tengo es la portada de un ejemplar de El Musiquero que venía con la carátula de Canciones Funcionales. Y don Ángel y su diseñador se nos adelantaban varios años solamente con esa carátula y ese título del long-play. Y con las canciones funcionales. También antes del once de septiembre del 73.

El cuarto recuerdo que tengo fue cuando estaba detenido en el Cuartel Silva Palma y trasladaban compañeros desde el Campo de Prisioneros de Chacabuco a Valparaíso, y nos encontrábamos en las noches susurrando entre las colchonetas, y los que venían del norte hablaban con emoción de Ángel Parra en Chacabuco, de su forma de resistir, de su alegría tirando pa‘rriba a los más decaídos. Era fines de 1973, principios de 1974.

El quinto recuerdo que tengo es cuando yo recién había llegado a Inglaterra y se hizo un gran recital con Inti-Illimani, Quilapayún, Isabel y Ángel Parra, entre otros artistas. Fue en el Royal Albert Hall, y yo como disciplinado militante de la Jota estuve en una mesita vendiendo chapitas, discos, libros, boletines, y distribuyendo material de la Chile Solidarity Campaign . Los vi cantar y pensaba en mis compañeros, Tunina López, Pelao Carrameñana, Modesto Alfonso Murúa Olguín, Macabro Valle, Tevito Yañez. Todos aún presos políticos en la vieja cárcel de Valparaíso. Era el año 1975.

El sexto recuerdo es cuando nos encontramos al término de un Festival Víctor Jara, a la salida del Royal Festival Hall, en Londres. Recuerdo que tarareó, al saludarme, una parte del tema que yo había compuesto para ese festival. Ángel tarareaba “ … me gusta por la mañana/ los senos de la Mariana/y en la noche retinta/ desatar suave su cinta”, y se reía. Era el año 1983.

El séptimo recuerdo es verlo y oírlo cantar El cigarrito en un Festival Víctor Jara en París. Era el año 1984.

El octavo recuerdo es en la casa de Álvaro Henríquez. Álvaro lo llamaba Papáparra .Don Ángel al día siguiente comenzaba a grabar un disco. Al despedirnos le dije : ¡Qué le vaya bien en su grabación! . -¡ Bien me va ir, poh!-me respondió, con una seriedad, seguridad y lógica parrianas. Debe haber sido el año 1996.

El noveno recuerdo comienza con un error en el generador de caracteres de Televisión Nacional. En el noticiero de la noche en una entrevista que le hicieron a don Ángel, a propósito de un masivo acto cultural que se realizaría al día siguiente en el Parque Forestal, mientras él aparecía en esa nota, el generador de caracteres rezaba : “Mauricio Redolés, poeta y músico”. Al día siguiente yo aparecí por el Parque Forestal con una polera que decía “Yo no soy Ángel Parra”. Don Ángel, muerto de la risa me llevaba a diferentes personas para que yo les mostrara la polera. Era el año 2000 más o menos.

El décimo recuerdo es verlo ser entrevistado impecablemente por Iván Valenzuela, en la Sala América, un 21 de diciembre del dos mil quince. ¡Qué buena entrevista!. Una lección de buen periodismo para tantos colegas de Iván que a la primera de cambio, terminan entrevistándose ellos mismos. Iván no, deja a su entrevistado irse por los cerros, los caminos, los circos, las calles de París, las escuelas primarias santiaguinas de fines de los años cuarentas, para finalmente quedar frente a Atahualpa Yupanqui, mojado hasta los tuétanos con la lluvia de París, enfundado en un abrigo de piel de gorila que estilaba y un cortaplumas de regalo. Ojalá se edite esa conversación para bien de la querida y necesaria memoria de un país y de un continente. Además, era una entrevista en una biblioteca tomada. Biblioteca abierta en turno ético para un Ángel .

En esa entrevista me gustó como Parra aclaró en la memoria de todos y todas, para recordarnos (o enseñarnos), que el Partido Comunista de fines de la década del sesenta, principios de los años setenta , no era en ningún caso un Partido Troglodita Stalinista Anti-Rockero, como lo sugieren algunos comentaristas por ahí. Como bien decía el Ángel de Chile, puede que hubiese habido uno que otro dirigente del Partido Comunista que rechazara a priori la música que venía de los Estados Unidos, el corazón del Imperialismo, por obvias razones reduccionistas. Pero en el P.C. también existía la certeza de que el rock era una manifestación de una nueva cultura que emergía. La cultural juvenil, cuya música era el rock, que era más que un simple trasvasije de contenidos imperialistas diabólicos a nuestra puras y vírgenes mentalidades latinoamericanas. Había en el rock semilla de rebeldía, no en vano venía del blues, música de esclavos negros. Y el rock además “le traía” en el baile ciertos movimientos de la pelvis que ponía nerviosos y nerviosas a curas y monjas de todos los signos ideológicos.

El undécimo recuerdo es cuando terminado el acto de homenaje, me acerqué, lo abracé, y le dije gracias, muchas gracias por todo, Ángel. Que siga por mucho tiempo protegiendo nuestra memoria, nuestra música, y un sentido de humor muy chileno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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